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Manuel Sánchez Monllor

LAS SIRENAS


I
CAOS

     Era la hora del crepúsculo. Había poca luz en la calle. Ululaban las sirenas con agudos y crecientes sonidos. Todos corrían o andaban deprisa, silenciosos, llevando atadijos con mantas y capazos. Notaba el calor del cuello de mi madre en la cara y el agradable tacto de su vestido donde apoyaba mi brazo. Su agitada respiración se acentuaba cuando corría pequeños tramos. Aquella sensación de proximidad de mi madre me hacía sentirme seguro. Los que caminaban a nuestro lado miraban con ansiedad hacia el lugar al que nos dirigíamos y cuando ya estábamos muy cerca el caos creció empujándose unos a otros para abrirse paso. Entre los altos pinos había una pequeña construcción de cemento con un gran hueco que me pareció iba engullendo las personas. Hombres y mujeres con monos azules y gorras militares empujaban levemente en brazos y espaldas a los que llegaban ¡Vamos, vamos! ¡deprisa!...-Hay un anciano enfermo- dijo alguien. ¿Qué queréis que haga? –replicó una mujer uniformada- Pasar y ya veremos. Cuando entramos en aquel túnel sólo veía sombras. Las bombillas polvorientas y cubiertas de mallas metálicas eran como luciérnagas cuyo círculo de tenue luz sólo hacía visible una pequeña parte del techo. Poco después fui viendo mejor. Había muchas personas sentadas en los laterales de aquel largo pasillo con techo curvo. Sólo se oía algún llanto de niños y a personas que en tono firme y voz queda ordenaban que dejaran paso, que se dieran prisa en andar, que no abandonaran sus pertenencias en el suelo, que continuaran todos hacia el interior... Vi caer lágrimas por el rostro de mi madre y me abracé a ella.

II
TENTACION

     Con el dinero que tenía para el bloc de dibujo compré “El Guerrero del Antifaz” en el quiosco cercano al Instituto. Deseaba leerlo y sucumbí a la tentación. La distancia hasta las rocas, detrás de la Estación de Murcia, no era mucha. Allí no me verían y podría regresar a la segunda clase. El mar, el olor de mar, me inundaba sentado al sol con mis libros y cuadernos atados y el tebeo de aventuras en las manos.
     La sirena de una fábrica cercana me sacó del ensimismamiento y sueños de aventuras. Corrí hacia el Instituto. Tal vez llegara tarde. Imaginé el disgusto que sufriría mi madre si llegaba a saber lo que había hecho y recordé la tristeza de su rostro aquel día en que me abrazaba sentada en el suelo del refugio mientras las sirenas hendían sus agudos sonidos en el aire.

   III
     FINAL

     Veía de forma difusa luces parpadeantes en un cristal y la bata blanca de alguien sentado junto a mí camilla. Me sentía bien, con sensación de placidez y de perfecta armonía interior. Notaba ligeras vibraciones y oía una sirena que se interrumpía de forma intermitente. Cuando la sirena cesó en su machacón sonido llegaron otras personas con batas blancas. Creía notar el calor del regazo de mi madre y el suave tacto de su vestido y me sentí extrañamente bien.

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