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Manuel Sánchez Monllor

         EN EL ANDÉN        

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     Partió el tren. Cuando el último vagón salió del andén penetró en él la luz del crepúsculo vespertino que el largo convoy cegaba. Los que despedían a los viajeros vieron como los últimos vagones se empequeñecían perdiéndose en una curva y se dispersaron. Sólo la atractiva joven invidente que había permanecido junto a la máquina sin despedir a nadie continuó en el mismo lugar. El sonido del tren se hizo casi imperceptible. Una azafata se acercó, habló con Annie y ésta asintió y desplegando un bastón blanco se dirigió a unos asientos próximos. Parecía inquieta. Valerio, desde la puerta de su librería de la estación la observaba preguntándose qué hacía allí aquella mujer que no parecía despedir a nadie. Se acercó, dirigiéndose a ella:

 

     - ¡Hola!, ¿Puedo ayudarte?

 

     Annie sonrió levemente y dijo:

 

     - No es necesario. Gracias. Espero.

 

     Valerio permaneció a su lado y le ofreció acompañarla en aquella espera. Annie sacó de un bolso un libro y se lo mostró.

 

     - Quería leer.

 

     Valerio quedó sorprendido pero vio que la portada estaba grabada con caracteres en braille. Sólo acertó a decirle:

 

     - ¿Qué estás leyendo?

 

     - Anna Karenina - le respondió Annie.

 

     Valerio observó un rictus de amargura en su cara y se sobrecogió. Se oscureció el cielo. El tiempo presagiaba humedad y frío. Anochecía. Se encendieron las farolas. Se alejó sin dejar de pensar en aquella joven.

                                                    

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     Llegaron los días en que comienzan las nieves. Los escaparates de las tiendas de la estación se llenaron de luz y  de cosas que ilusionan y hacen felices a muchas personas. ¡Felicidades!, ¡feliz Navidad! se veía rotulado por doquier. Valerio recordó una vez más a Annie. En el andén -en una monótona y a la vez diversa sucesión de situaciones- continuaban partiendo y llegando personas de diversas edades, clases sociales y lugares de procedencia. Una multitud inundaba la nave. Aquel día parecía más alborozado para los numerosos viajeros. Todo indicaba que era un día distinto.  Se veían rostros risueños. Hablaban en tono alegre. Llevaban paquetes con envolturas brillantes y cintas con lazos. Muchos vestían prendas de abrigo nuevas. Familias con niños y abuelos llenaban el andén que cobraba mayor vida que de ordinario. Entre los viajeros y quienes les esperaban o despedían, una muchacha permanecía quieta, con su bastón blanco en la mano, junto a la máquina que encabezaba el tren pronto a partir. Se oyó el último aviso por la megafonía. Se daban abrazos al pie de los pescantes de los vagones. Otros saludaban con la mano a los que ocupaban asientos cerca de las ventanillas. El pitido de la máquina precedió al lento arranque del tren. Transcurrieron pocos segundos cuando se oyeron chirridos y frenó el convoy. Corrían trabajadores de la estación. Al final del andén gritaban: ¡Una chica ciega ha caído a la vía!... Valerio lo oyó, se estremeció y supo que no volvería a ver nunca a Annie.

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