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LA TOSTADORA


José Miguel Quiles


     El 50% de las enfermedades del cuerpo provienen del estado emotivo del individuo, y yo hoy tengo un envidiable estado de ánimo, un subidón. Además  mañana hace 30 años que me casé con Menchu, así que le digo a mi farmacéutico:

     -  Una caja de Viagra, por favor. – El joven sin mirarme a la cara,  con la indiferencia propia de la profesionalidad,  pregunta:

     -   ¿De 25, de 50 o de 100? ¿Tiene bien el corazón?

     -   De 50. - Le imprimo a la frase el aire de quién conoce bien el asunto - El corazón ¿yo? como un relojito de precisión.

     Y ya con el blister en la mano contemplo las 4 pastillitas romboideas (yo esperaba que tuviera 20 pastillas, para 3 ó 4 años por lo menos) y que recuerdan aquellos rombos que salían en las películas de TV hace años. En este país todo lo bueno ha sido siempre pecado. Por lo tanto hoy nada de otros medicamentos que entorpezcan la acción del Viagra. Ni Lomertazepam, ni Distraneurine, ni Omeprazol.  Hoy Viagra.  Leo detenidamente el prospecto. Dilata los vasos sanguíneos… está indicado en los casos de disfunción eréctil… más o menos lo que yo necesito. Entre los efectos adversos,  posibles latidos cardiacos irregulares, cefaleas… nada grave.

     Así que por la noche  me acerco dulcemente  a  Menchu:   “Menchuuuuu….” No me oye, tiene puesto el audífono a toda pastilla, está oyendo “El Larguero” ¡Que ingenuas son a veces las mujeres! Ni se imagina ella el larguero que le espera. Y yo dejo  las palmas de las manos en la nuca, miro al techo y aguardo con una alegría voluptuosa que el fármaco actúe en mi cuerpo esta noche y le devuelva los más violentos y dulces goces de la adolescencia. Es cuestión de hora y media, según el prospecto. Me invade una satisfacción animal. Está claro que los países que progresan son los que invierten en I+D (sobre todo en D). Los viejos aunque solo sea por “trienios” acumulados, tenemos más derecho que nadie a gozar de lo bueno que pueda haber en este mundo ¡qué narices!

     Y me acerco a Menchu. Oigo el respirar sosegado y rítmico de su sueño. Siento el calor de su cuerpo. Cuando Menchu duerme parece que esté anestesiada. Mi  virilidad, flácida, parece decirme desde su cobijo:   “Si mañana  es el aniversario de tu boda compras una tarta y enciendes una velita. A mí no me metas en follones…” Además he notado ciertos latidos en el lado izquierdo del pecho  y recuerdo las palabras del farmacéutico: “¿El corazón bien…?”  me invade una cierta intranquilidad,  no vaya a ser que…  Espero. Porfío todavía en mi intento. Menchu duerme como un tronco. Tal vez por la ansiedad  tengo una ligera opresión en el pecho, no vaya a ser que… mira el caso de Juanito Ortiz, el pobre, con cincuenta y seis años, lleno de vida, salía de un restaurante con unos amigos, sintió una punzada en el pecho, se metió en el servicio y allí se quedó… no sé si será bueno forzar los acontecimientos.

     Un hombre que ha pasado de los 60 años debe tener templanza ante las contrariedades, saber entender la adversidad como parte del juego de la vida. Así que me levanto en silencio, me hago una infusión de manzanilla “Dulces Sueños”. Me tomo mis pastillitas de Lomertazepan y de Distraneurine. Más que nada por restablecer el ritmo biológico, porque en realidad yo tengo el corazón como un relojito de precisión, ya digo… y me zambullo de nuevo en la cama. Entonces quedo cara a cara con la noche y una granizada de pensamientos se precipitan sobre mi cerebro. Solo oigo el toc-toc del despertador, insistente, el segundero triturando el tiempo. Parece que han cesado los latidos, lo difícil ahora es dormir, lo inevitable pensar. La mente debería poder desconectase como la radio.

     Mañana por la mañana me acercaré paseando a Alcampo y le compraré a Menchu una tostadora automática, que tengo vista, muy completa, con parrilla, placa de cocción y bandeja inferior para las migas. Y además tengo guardado un juego de toallas con albornoz, que me regalaron cuado hice el plan de pensiones en la caja de ahorros. Lo envolveré todo en papel de regalo. Y le diré que la quiero, que la quiero mucho.  A mi me gustaría regalarle, como ella dice, “un pedrusco” engarzado en oro, pero claro…

     Me conecto el audífono y enciendo la cadena musical. Tenía yo preparado para esta noche especial y romántica un CD de Eydie Gormé y Los Panchos: “¿te acuerdas, Menchu?, ¿te acuerdas  de Eydie Gormé y Los Panchos…? Era verano, tu tenías una melena larga y negra, tu perfume era Lyn Abbart y tenías una minifalda de seda verde….Aunque ya nada pueda devolvernos los días de lluvia en las flores, de esplendor en la hierba…” 

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