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   LA PAZ INTERIOR   


José Miguel Quiles


     Hay una edad maravillosa en la que el hombre joven quiere ser guapo, ligón. Cuando se llega a los 40 años, se desea explotar la vida al máximo,  buena casa, buen coche, marisquito fresco, chalet con piscina. Y hay una última edad (los 60-70 años) en la que aspiramos a tener paz, serenidad de espíritu y sabiduría. Y yo, como muchos de vosotros, he recurrido al jardín florido de la literatura al respecto. Entre otros muchos libros de autoayuda y superación  he leído: “Secretos para la paz interior” ”Hacia la paz interior” (Thich Nhat) y desde luego a Eckhart Tolle y el desarrollo de las teorías sobre el Aquí y el Ahora.

 

     Hay algunas frases que merecen ser la divisa y el patrón de un talante ante la vida:    “La sabiduría consiste en evitar todo pensamiento que nos debilite” -  “Los pensamientos felices crean moléculas felices” -  “Que tu camino en la vida no se reduzca a una necesidad de llegar, de alcanzar, de tener... no dejes de oler las flores que están en el camino” - “Un consumismo vacío jamás puede dar la felicidad...”  Y para una buena relación cuerpo-mente son buenos los ajos tiernos, el pescado blanco  y el pan de centeno.

 

     Y aún así convertido yo en espectador de mi ego,  observo que no llego ni a aprendiz de sabio,  subsiste en mí un ego tozudo, difícil de doblegar: cuando obtengo un informativo de la CAM donde se reflejan debidamente abonados en la cuenta los haberes y los atrasos, siento un cierto conformismo con el mundo, una vaga sensación de indulgencia hacia el prójimo, todo va bien. “Huelo las flores del camino....” y es entonces cuando más cerca estoy y mejor comprendo a Thich Nhat y a Eckart Tolle.  Se me desborda el ego, es mi defecto.

 

     Pero como la medalla tiene otra cara, también ocurre que tengo cierto inquilino que me debe varios meses de alquiler, un jeta,  espero su ingreso en cuenta y cuando obtengo el informativo y no me ha ingresado,   mi grado de paz y de armonía se desequilibra, se abre en ese instante  una brecha de dolor en mi mente... yo entonces recurro a las enseñanzas de Thich Nhat y de Eckart Tolle, como remedio y salvación, (“El dinero – me digo – solo conduce a un consumismo vacío...” )   hago profundas inspiraciones procurando que el aire me invada hasta el diafragma como ejercicio de relajación, trato de que las energías negativas no se apoderen de mi ánimo, medito ¿que si medito? ¡no paro!  Y a pesar de ello “no huelo las flores del camino”. (Ni me apetecen los ajos tiernos). Ha anidado el dolor en mi mente.

 

     Pienso yo que esta anomalía de mi espíritu, incapaz de encontrar la templanza cuando más necesaria es, está en los genes,  debe ser cosa de las aguas y del clima. En las tranquilas y silenciosas tierras del Tibet debe ser más  fácil  dominar la mente y sumirla en un sosegado estado de serenidad e indiferencia ante las vicisitudes mundanas, suenan timbales distintos en el alma (a lo mejor allí no hay ni inquilinos). Pero  nosotros,  mi  familia,  venimos de una tierra árida y caliente  -de Caudete somos nosotros, un fuerte abrazo a mis paisanos – gente honesta y altiva,  de ideas, querencias, costumbres y “egos” con raíces que crecen lentas pero muy hondas, como la raíz del olivo... debe ser por eso que ante la adversidad  no nos es fácil mantener el sosiego,   perdemos la paz interior ante lo injusto.  “Los manchegos son coléricos pero honestos...”- dice Cervantes-   Y yo no sé que hacer para remediar esto del ego. Ya veremos.      

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