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Antonio Aura Ivorra

    ABUELITOS AL SOL   


     Leí no hace mucho una nota de prensa sobre el discurso que el doctor Enrique Iglesia, ingeniero químico y catedrático de la Universidad de Berkeley, pronunció con ocasión de su investidura como Doctor Honoris Causa por la Universidad Politécnica de Valencia. Tal distinción reconoce su meritoria labor investigadora en el campo de la catálisis.

 

     En su disertación, el doctor Iglesia lamentó que los medios de comunicación, en su opinión, solo se hagan eco de las noticias científicas cuando el uso de la tecnología causa algún daño y no cuando un avance, o un nuevo polímero (él es químico) salva la vida a algún paciente durante una intervención quirúrgica. Y añadió: ¿Por qué la sociedad no entiende a los investigadores?

 

     Sus observaciones no me resultan extrañas. Me recuerdan alguno de nuestros debates sobre la presencia de los mayores en los medios de comunicación, asunto éste que es objeto de estudio en un seminario de la Universidad Permanente de la Universidad de Alicante. Los mayores somos objeto de atención en revistas gerontológicas, en las páginas de salud de la prensa diaria cuando las hay, en las de sucesos o, ya con claridad incuestionable, en las de esquelas. No parece que despertemos el interés de nadie más allá de estos capítulos que, seguro, son rentables.

 

     En otros campos comerciales ¡qué detalles! se nos ofrecen excursiones “gratuitas”, comida incluida, con visitas a ciertos establecimientos distribuidores de interesantes mercancías. Y nuestros datos personales nutren, con nuestra irreflexión, bases de datos venales que sirven para muchas cosas; como por ejemplo para cursarnos invitaciones personalizadas para la presentación de determinados productos en cualquier hotel de la ciudad, premiándonos con solo asistir al acto. ¿Alguien no las ha recibido en algún momento? ¡Qué esfuerzos por complacernos! Pero, está claro, no se nos valora por lo que somos sino por lo que tenemos. Sin duda somos buena clientela.

 

     Y se prescinde de nuestros valores: se nos considera pasivos. “Clases pasivas” creo que nos llaman pese a que la realidad, que es incuestionable, evidencie que cada vez somos más las personas que alcanzamos la madurez con salud corporal e intelectual plena, que nos hace sentir integrados sin ningún recato en lo que viene en denominarse “ciudadanía activa” (expresión utilizada por la doctora Concepción Bru, ponente en nuestro XXIX Foro de Debate); aunque por el momento no se nos considere como “miembros de pleno derecho” de esa ciudadanía (por no decir que se nos margina). Somos conscientes de ello. Pero todo se andará, no les quepa la menor duda: ya existen manifiestos por ahí reivindicando el derecho a decidir libremente la edad de jubilación.

 

     Así es que, descartado el error en estas afirmaciones, se intuye la gestación de un cambio radical -que debe ser pedagógico para que sea eficaz- en el campo de las relaciones intergeneracionales, consecuencia lógica de actitudes nuevas que pasan por aceptar a una gran mayoría de personas maduras que además de vivir más viven mejor, porque su intervención personal en el mantenimiento de su salud ya es decisiva en la mejora de los estándares de calidad de vida. Más que sus predisposiciones genéticas, tal vez.

 

     Según la prensa ya tenemos nombre: Somos la generación Dankai. Así se nos identifica a los mayores en buenas condiciones físicas y mentales en Japón. Y nosotros, los españoles, llevamos camino de ser los más ancianos del mundo allá por el 2050, según la OMS. Bueno es que contemos con una denominación que nos identifique; por ahí empieza el reconocimiento y licencia que, por merecida, debemos exigir sin renunciar a nada. Nunca hemos dejado de pertenecer a esa “ciudadanía activa”: somos ciudadanía activa; queremos serlo mientras podamos.

 

     Y como los derechos no son graciables, sino que hay que defenderlos o exigirlos, reivindiquémoslos hasta conseguirlos. Nuestro tiempo ya no se vende; así que abuelitos al sol, sí, pero activos. En la plaza pública. Con la reciedumbre que la experiencia nos procura y que deseamos seguir aportando a la sociedad.

 

     Cada día somos más los que así pensamos. Y seguimos permanentemente dispuestos a entregar nuestra ecuanimidad enriquecedora, que mantenemos protegida desde la desocupación laboral.

 

     No es poco lo que ofrecemos. ¿Cómo puede despreciarse?

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