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DEL BISCUTER AL 600


José Miguel Quiles


     Cada año, cuando veo por TV. esa  agresiva histeria colectiva de la turba por poner la mano en la peana de la Virgen del Rocío, me entra un arrebato de filosofía patriotera. ¡Qué pueblo más extraño! Más pasional que reflexivo. Más inclinado a una gesta heroica que a una labor de investigación.

 

     En cuestión de I+D (i) nuestro país muy poco y en lo de la “i” pequeñita menos. La aportación de España al desarrollo de la humanidad ha ido más por el camino de partirse el pecho. Ha habido casos aislados en que  algún empresario avispado, llevado de su iniciativa y ambición,  ha aportado su granito de arena.

 

     Manuel Jalón Corominas de Zaragoza inventó la fregona y la inyección desechable. Ya no sería necesario hincar rodilla en los baldosines para fregar. Enric Bernat le metió un palito a un caramelo y creó el chupa-chup y un imperio (Porcelanosa). Un tal Alejandro Finisterre (nombre de guerra) inventó el Futbolín.  (¡que  hubiera  sido  de los jóvenes de la postguerra sin el futbolín!) Vicente Bosch, fabricó un anís, le puso un mono en el envase con la cara de Darwin. Se le echó encima la Iglesia. “Anís del Mono”. Ramón Juanolas llenó los bolsillos de cajitas redondas con pastillitas negras.  Sucesos en apariencia anodinos pero que han ido cambiando el modo de vivir.

 

     Sin embargo cuando hemos querido hacer algo a nivel nacional, cuando le hemos querido decir al mundo quiénes éramos, nuestro fracaso ha sido estrepitoso. Ahí tenemos el “Biscuter”. Presentado en la Feria Internacional de Muestras de Barcelona del 53  por Autonacional, S.A. Era un coche deportivo, descapotable, pequeño,  pesaba 240 Kg., una respuesta a los buiks americanos con alas que necesitaban un descampado para funcionar.

 

     El artefacto, como vehículo utilitario, resultó digno del Pulgarcito. Autonacional, S.A. no tenía cupo suficiente de chapa -que estaba restringido- y se utilizaban los bidones de aceite de soja que nos enviaban los americanos y en muchos coches se notaba el ondulado de la chapa en la carrocería. Tenía la marcha atrás por “presión”, es decir se abría la puerta del conductor, se afirmaba la planta del pie en el suelo y se “presionaba” con el tacón. Cuando por fin se ideó una marcha atrás para incorporar  a la caja de cambios, resulta que la marcha entraba pero no salía. En Madrid aparecían por la calle Lagasca una procesión de “Biscuters” marcha atrás hacia Populauto, el concesionario. Los turistas que venían a España buscando un elemento exótico, y no encontraban un burro se fotografiaban con un Biscuter.

 

     Le costó mucho a nuestro país arrancarse el perfume de los años 50, un país de abarca y azadón,  de “Soy Minero”, de Carpanta y doña Urraca y encima del Telefunken, la gitana y el tapete de ganchillo. Éramos, eso sí, la reserva espiritual de Occidente.

 

     Y, mira por dónde, de la cerrazón mental nos debió ayudar a salir la mismísima Virgen del Rocío. En el año l955 se inauguró la Sociedad Española de Automóviles de Turismo y dos años después se comenzó a fabricar el “600”. Una versión española del Fiat 600 italiano. Aquello fue algo más que un coche, fue el símbolo del despegue social y económico de un pueblo. Se fabricó hasta l973. Unas 800.000 unidades. Hay que tener en cuenta que en el 50 habían censados 129.900 coches en  España. No solo  modificó  el nivel de vida de los españoles sino que se exportó y con él logramos de-mostrar al mundo que nuestro c.i. estaba en la media. Y así nos fuimos metiendo en otra época: “Use Signal, tiene exaclorofeno...”

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