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Gaspar Llorca Sellés

     NO HACE TANTO     


     Volver al campo, cavar en pos de recuerdos enterrados en lugares sabidos, búsqueda que se vuelve ardua pues algunos no están; seguro de su localización, nada es igual: casa solariega engullida por nave industrial, alambradas que cortan caminos y senderos, otras que cierran propiedades advirtiendo prohibiciones y privando aquella libertad de convivencia. Demasiados propietarios. Ya somos todos amos, lo dicen las escrituras: aquella acequia, el margen de abajo y la propiedad sobre el camino, todo consta en ellas. Y, por lo tanto, yo solo tengo el derecho de pernada sobre esta tierra y todo es abandono, ¿qué creías? Recuerda aquéllo: “todo pasa, nada queda”.

 

     Salir del laberinto y el viejo corazón late con alivio; enfrente, no muy lejos, se vislumbra la casa de huerta: se me perfila con su palmera al lado, y el porche, la capilla del santo en la pared lisa, su cisterna y su palomar, y en lo alto campea el gallo de hierro mirando en la dirección del viento.  Acelerar y llegar, mirar, buscar, y rascar, arañar el pasado.

 

     Y en el patio, siempre recién rociado, cuelga de una estaca la botija fresca y sudorosa; la manta extendida en el suelo con las almendras recién recogidas esparcidas sobre ella; la silla de enea y una mesita con su piedra para pelarlas. Bebo del botijo, el agua me salpica la boca y el alma -¿cursilada?, no sé- sí sé que la puerta se abre y sale una mujer, no mayor, y me pregunta sonriendo: ¿de dónde sales, niño?, bebe sin temor, ¿buscas a alguien?

 

     Niño, ¿ha dicho niño? La palmera está verde, al fondo del patio el hogar está encendido esparciendo un olorcito que agita los jugos gástricos, la botija pesa, hay ropa en los tendederos del porche, los rosales brindan su fragancia y sus colores; y esa voz cariñosa y dulce. Estoy arrobado recuperando un tiempo vivido que se escapa al oír una voz fuerte y autoritaria que sale del bancal de abajo:

 

     -¡Chica!, ¿me has traído la picadura?, ¡hace dos horas que estoy sin fumar, baja enseguida!

 

     -¡Voy corriendo!- Es mi marido que está preparando una era para la siembra, ven conmigo y lo conocerás. Tú debes conocer a mis hijos. El mayor, Vicente, tendrá tu edad, unos nueve años y ya trabaja, va al taller de hilados; me da pena cuando llega el invierno ya que se tiene que levantar muy temprano con el frío que hace, y a la intemperie sus manitas se le llenan de sabañones; poco jornal, pero nos ayuda.

 

     -¿Quién te acompaña?- pregunta el hombre, y sin esperar repuesta -¿a que te has olvidado del librito de Bambú? dame, dame, que siempre tienes la cabeza fuera de sitio. Y no piséis el caballón, que está terminado de hacer, mirad dónde ponéis los pies… Y ¿por quién pregunta?

 

     - No sé, me dice de la familia el Barranc, y me preguntaba por Quico El Riu, y por la partida el Tarrós, ya se lo aclaras tú.

 

     -Os acompaño a la casa y nos comemos unos higos y un buen trago de agua fresca-. En el camino de vuelta: -Se lo preguntamos al abuelo, que está en la solana picando el esparto. Le habrás contado del mayor, y en cuanto al dátil del otro, siempre me lo dejas para mí. Es buen chiquito, y espabilado, a sus seis años ya es monaguillo, va a solfeo y el maestro dice que vale; eso sí, a la faena le huye: de apacentar a las cabras, reniega; de entrecavar, que le salen callos en las manos; que pelar almendra al igual que recogerla es aburrido; y de vez en cuando lo pillo dibujando o escribiendo, el muy gandul. En el campo hay que trabajar a todas horas. Y dirigiéndose a su esposa: -Me voy al pueblo, a la herrería, a por el arado y otros asuntillos; mientras, puedes echarle paja y unas algarrobas a la mula y al burro, que esta tarde me toca arar las tierras del señorito.

 

     -¿Por qué no te quedas a comer con nosotros? -dice la mujer-. Hoy tenemos fresols en oli (arroz con alubias y verdura, pencas, acelgas, patatas y boniato, aceite y algún caracol. Todo cosecha propia menos el arroz). Así conoces a mis hijos y me haces un poco de compañía; y es que con tanto trabajo casi no hablo con la gente, no tengo visitas, todo lo más el domingo en misa, y por la tarde vienen mis hermanas. Veamos a mi padre y quizás él te dé alguna referencia de lo que buscas.

 

     Le encontraremos haciendo cuerda de esparto; también hace esteras, el pobre es muy viejo pero se entretiene, no sabe estar quieto y es no parar: chafar olivas para poner en salmuera, partir tomates para secar, enristrar ñoras y ajos, cuidar los palomos, poner tomates y pimientos en salmuera y en conserva, segar hierba para los conejos, en fin, las faenas del campo más livianas.

 

     El abuelo recuerda la familia aludida, que hace mucho se marcharon del pueblo, sí, se fueron a Argentina, dijeron, y en cuanto a su problema vital, explica que el mundo está loco y no hay quién lo pare: -Me han quitado el mejor bancal de la contornada para hacer carreteras y casas, muchas casas, mi hija dice que la gente en algún sitio tiene que vivir y yo le respondo que muy bien, y cuando no saquemos para comer, entonces comeremos casas.

 

     -Dejemos al abuelo con sus fantasías y volvamos a la casa, que, no se porqué, tengo ganas de contarte nuestros propósitos de futuro: en cuanto al mayor, cuando se licencie de la mili, si no quiere seguir en ella le montamos una rueda en la solana y a hilar por su cuenta; ya hemos hablado con Juan B. y no hay problema respecto al cáñamo. José, el segundo, ya que no quiere trabajo de esfuerzo, hemos hablado algo con el Sr. Cura y ve posibilidades de que se vaya al Seminario. Y Rita, la hija, bueno, al chico que la pretende, que por cierto es muy trabajador y ayuda a su padre en la huerta, dejarle este arriendo que nosotros disfrutamos; bueno, en el sentido de cuando nosotros lo dejemos; está ya medio apalabrado con el hijo del señorito, que dice que no tiene inconveniente, y que vayan arreglándose la casa de al lado, que está algo  estropeada.

 

     -Veo que has ido a la barbería- le espeta la mujer a su marido cuando éste llega bastante tiempo después de su marcha, y, dirigiéndose al acompañante: -siempre va los jueves, cuando la barbería se llena, y se pasan toda la mañana hablando mal de medio pueblo, y luego refunfuña que si el tiempo se nos echa encima y que si no ayudamos mi hija y yo no salimos de esta. La hija la tengo por las mañanas en la fábrica de chocolate. Y otra vez a su marido: -¿traes alguna nueva?

 

     -¡Sí señora!, una que es la bomba, y fresca, muy fresca: al tío Pere el Marxe le ha salido el yerno algo cabrón y Pere está que se sale: “que si yo ya lo sabía, que si tanta corbata, si de traje todo el día y sus zapatos lustrados, que no podía salir nada bueno”.

 

     -Marido-, en un aparte - ¿los cuernos no es la mujer quién los causa?

.....

     -Risitas hubo, pero yo me callo, algo hemos comentado, bastante nos hemos explayado cuando nos veníamos a casa Chimo, Juan y yo,  pero cualquiera se enfrenta al padre del desliz, como decía muy fino ¡otro que baila! el que la pretendió y fue rechazado… Tú chis, y cuidado con los comentarios, que a Pere le debemos mucho y no podemos enfadarle.

 

     Se hacía tarde, no sé el tiempo que estuve viviendo estos recuerdos. Salí del túnel del tiempo y fueron tan reales estas vivencias que la sospecha se aposentó en mi mente. ¿Sería mi historia? No creo que fuera producto de mi imaginación tanto detalle. Esos personajes tan reales no pueden ser inventados ni soñados, sino recordados, y quizás había sido mi familia, mis hermanos, mis padres, mi abuelo. Y yo mismo.

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