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Gaspar Llorca Sellés

     UNAS GOTAS MILAGROSAS     

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     Me condicionan o me condiciono, soy un discapacitado psíquico, o sea etimológicamente un alma a medias, y tras muchos años de llevar a rastras esta cojera espiritual, he decidido presentarla, el alma, a donde sea, bueno donde las revisan y te dan el ITV, he oído que las gradúan, se ve que las pesan, unas al 75% de agarrotamiento,  otras al 40%, y así las clasifican, y tú sales con la pegatina, y con ella tus credenciales, y a navegar por la vida. “¿Qué talla tendrá la mía? ¿Se compensará la tara del alma con algo de conciencia? O es al revés. Y ya basta de reflexionar, es necesario presentarla y lo haré (¿seré más libre? no creo) y a ver si tengo suerte y me diploman. Físicamente no me falta ningún miembro, no es que sea un galgo corriendo, ni mi vista sea de lince, y comprendo lo que hay que comprender y deseo lo que hay que desear. Si bien, su reflejo, el del alma, ante el espejo de mi cuerpo se ve algo turbio (muchos “pareces  tonto” he  recibido).

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     Aunque creo pasar desapercibido, a veces sí que percibo mi ignorancia respecto a otros congéneres, como también noto que  hay  muchos con un nivel tanto de cuerpo como de alma, a mi semejanza. Veo almas hermanas sanas con coberturas desastrosas, su risa parece llanto, su voz se distorsiona   en  el  trapecio  de  sus cuerdas vocales y sale mezclada con sonidos no intencionados, su mirada se juzga extraviada pero tiene una profundidad de otra galaxia, digo, no descubierta. Nuestros sentimientos, emociones y deseos, imposible de catalogar, alguna vez serán juzgados y tenemos la esperanza que sea un ser superior el juez y no los hombres, aunque aún hay hombres que lo pueden hacer, pero cómo encontrarlos.

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     Mi catolicidad me lleva a misa casi todos los domingos. Por favor no echarse de golpe, ya sé que no es correcto, pero yo, que queréis que os diga, me va. Muchas veces salgo de la iglesia confortado, mejor dicho, con una paz interior que no consigo en  otra parte: algunas veces, pero muy tenuemente, en la lectura y la música y siempre en raras circunstancias, y como tengo el carné de buen hombre, de manso, me aprovecho de ese salvoconducto que me licencia y me permite esas excentricidades, rarezas o incorrecciones (tres calificativos que no admito pero se imponen, ¿qué vamos hacer?) ya que están dentro de mis flaquezas; pero ¡ coj...! “no hago daño a nadie” y sí, señores, me lo digo para mí. Parezco que esté dando un mitin; bueno, yo lo escribo y  que  salga el sol por Antequera.

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     En el templo o casa de Dios, hablo con Él, así como suena ¿y me contesta? ¡Sí! Ahora bien, ¿soy yo mismo o es Él?  Debe contestarme, ya que mis preguntas y peticiones siempre tienen respuesta, claro que  no siempre condescendiente ni mucho menos,   pero hay conversación, con sus más y sus menos, de la que salgo siempre, siempre, confortado y dispuesto a cumplir el epílogo. Que lo haga o no es otra cosa. ¡Todo imaginación! ¡él es así!, sentencian los míos, familia y amigos,  de lo que creo captar su compasión que leo un poco agridulce, o sea, una combinación de alegría y pena. Sus consideraciones pueden ser ciertas o no, no lo sé, lo cierto es que ese estado de comunicación llena mi interior de paz y alegría y sentido de mi vida. Y eso me lleva a compadecer a los perfectos, me apiado de ellos.

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     Y ya está bien de divagar y vamos a lo que quiero explayar, que lo llevo días en la cabeza, y, como creo que escribir es olvidar, bueno, si no olvidar dejarlo atrás, me lanzo a ello.

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     Y vayamos al meollo. Que conste que no es invención, y no tiene por qué serlo ya que es de una normalidad espantosa: como muchos domingos, sentado junto a mi mujer en un banco de la Iglesia, nos disponemos a oír misa; el asiento de detrás hoy lo ocupa un individuo que es mi enemigo, bueno eso es exageración, hay un señor que desde tiempos no nos saludamos, ¿el motivo?, no lo recuerdo ni viene al caso. La cuestión es que mi mente se ha envilecido y no me deja atender a lo que vengo y deseo, que es mi charla con la imagen que venero, y por muchos esfuerzos que haga no hay manera, no consigo que esa idea y sentimiento que me corroe se aleje de mí; ahí está, destilando rencor, desprecio y no creo que odio (no soy tan perfecto), llevándome a un estado de desasosiego e intranquilidad. Sale el celebrante y empieza el Oficio, ¡que si quieres arroz, Catalina! El cerebro sigue dominado por los insanos y desesperantes extravíos que en él se han colado. En el momento de la misa cuando los feligreses contestamos “es justo y necesario, es nuestro deber” levanto la vista, y el del retablo me mira y yo casi le grito (interiormente, se entiende)  y le pregunto qué me pasa y cómo ha entrado esa tontería en mi cuerpo. ¿Será deficiencia mental? ¡Quiero y no puedo expulsarlo!

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     Y he aquí el diálogo que mantengo conmigo mismo (entre Él y yo): Señor ¿qué hago cuando llegue el momento en el que el sacerdote nos diga daos la paz?, ¡estrecharle la mano a ese!, ¡perdonarlo! ¡Ni pensarlo! Darle la paz cuando me está martirizando su enemistad. Dios, yo no soy tan bueno, ¿y si no atiende a mi gesto y pasa de mí? ¿quieres más burla?, cuando me vea en el pueblo me mostrará su sonrisita de triunfo. Bueno, bien, lo acepto, ya sé que nunca fallas, sé que tus consejos son verdad, perdona mi atisbo de soberbia y acataré tu recomendación, te aseguro y prometo que cuando sea el momento haré lo justo y le desearé con toda mi alma que tenga  paz.

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     Dicho esto, verdadera paz me invade y el cambio es espectacular, ahora me encuentro feliz, la ponzoña del rencor se ha esfumado, me encuentro liberado, aprieto la mano de mi esposa, la cual me  mira,  y  sigo la misa  con alegría, dándole gracias al que nunca yerra en sus consejos.

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     En el momento de “Daos la Paz” me vuelvo presuroso y triunfante en busca de la mano que ya no es enemiga, y ¡Dios! No es él, es una señora con el mismo pelo, forma y altura que reverente me choca la mano, una mano tierna, agradecida, que se siente.

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     Miro al altar y veo una sonrisa, casi risa, en la faz de Jesús, y yo sonrío, una risa  sonora que mi esposa me corta con un siseo.

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     ¿Hay correlación milagrosa en el hecho?  Puede. Alguien me dijo una vez: “Tot está en el cap”.

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