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     VIVIR SIN ODIO    


Francisco L. Navarro 

 

     Tal vez, si volvemos la vista atrás  podremos recordar cuánto tiempo se ha perdido, cuántas emociones se han desperdiciado, …en tantas cuantas ocasiones en que el amor fue suplantado por el odio, por el rencor…

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     ¿Y cual fue el resultado de ésa actitud? La destrucción personal, la negación de la belleza, la susceptibilidad… que convertían cualquier situación por nimia que fuere en un absurdo drama que, visto hoy con la lejanía del tiempo y la experiencia de la madurez, ponen de manifiesto lo necio que es el ser humano.

A veces, más –sin duda– de lo que algunos merecemos, pasan por delante de nosotros, uno tras otro, esos trenes en los que en unas ocasiones viaja la esperanza, en otras el amor, en otras la ilusión…

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     Si tenemos la suerte de estar junto a ese tren, que es solamente mío, tuyo… si tenemos el valor de reconocer que necesitamos su preciada mercancía y subimos raudos, antes de que la nube de vapor nos rodee y ciegue, entonces hemos nacido a una nueva vida donde la oscuridad se torna luz, la tormenta es una suave brisa y las lágrimas tan sólo son el suave toque salado que hace mas apetitosa la ensalada de la vida.

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     ¡Ay el odio y el rencor!  Nada nace en derredor. Todo es un vasto erial dónde no hay risas, belleza, compañía… Sólo la soledad dentro de esa coraza que impide ver la realidad e impide, también, percibir cuántos – a nuestro alrededor – están dispuestos a ofrecer todo sin esperar nada a cambio.

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     He llegado a subir a varios de esos trenes, siempre sin billete, pues la única manera de viajar en ellos era tener disposición para ir sin reserva de asiento, aceptar el traqueteo del recorrido y no ser demasiado exigente si alguna brizna de hollín se colaba por las desvencijadas  ventanillas y se quedaba a residir en ese ojo que no pude cerrar a tiempo.

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     Cuando he llegado a la estación término ésta se me ha aparecido en toda su plenitud, y he encontrado todo cuanto fui a buscar y más aún. Confieso que he sido avaricioso, y acumulé, acumulé tanto cuanto pude, pero no con la avaricia del usurero cuyo único afán es contar y recontar el oro que posee, sino con el afán de poder repartir. Después me di cuenta de que acumular  no era necesario, pues cuanto más repartía más llenas estaban mis arcas.

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     ¡Y hay tanto que amar y tantas formas de hacerlo! Podemos elegir entre el amor romántico, el amor platónico, el amor familiar, el amor a la humanidad, el amor a la naturaleza… amores todos que, si bien suponen un esfuerzo, ofrecen una alta rentabilidad, como es el sentirse satisfecho cada uno consigo mismo. La única condición que se impone es la de no pedir nada a cambio.

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     Si ha habido ocasiones en que, finalmente, era imposible amar porque nos lo ponían muy difícil  ¿acaso no hemos podido optar  por la cortesía o por la indiferencia, en un intento de no situarnos al mismo nivel del otro siendo, sin duda, el nuestro más alto? Y no por una sobreestimación de nuestra persona, sino de los valores que esas emociones y sentimientos representan.

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     Como siempre tenemos la posibilidad de elegir, optemos por el amor y no seamos tan necios como para alimentarnos del amargo fruto del rencor, que, finalmente, sólo nos dejará mal sabor de boca.

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