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DESDE CUANDO yo ERA SOPA


Matías Mengual 


     Acababan de recomendarme la lectura de “La Mente en la Materia”, un libro del científico Fred Alan Wolf, acreditado doctor en física cuántica, y lo anoté. Días después, una de mis hijas me lo traía envuelto en papel de regalo. Es un libro teórico sobre lo que ya se ha llamado la nueva alquimia y que, en opinión de algunos filósofos y psicólogos, podría cambiarnos la forma de ver al mundo. Por costumbre y más para centrarme en algún aspecto concreto del contenido, suelo darle una hojeada al libro que llega a mis manos, y en esa actuada, he leído en la citada obra cosas como ésta: “En menos de tres millones de años de evolución, yo, descendiente de un caldo recalentado de ADN, camino por fin sobre una tierra que, cuando yo era sopa, estaba sumergida en agua hirviendo”. Lógicamente, la locución “cuando yo era sopa” entró en mi mente como base imaginal interesante, propiciando seguidamente estos comentarios: ¿Pensaríamos como pensamos o seríamos como somos si, en lugar de aquello tan bonito del Génesis, ”Y formó Yavé Dios al hombre del polvo de la tierra e insufló en sus narices aliento de vida, de modo que el hombre vino a ser alma viviente…”, nos hubieran contado de pequeños que no sólo nosotros, sino todos los organismos vivos, descendemos de un caldo recalentado de determinado ácido portador y transmisor entre generaciones de información genética?

 

     Evidentemente, el éxito del individuo proviene del efecto que logra producir en las mentes ajenas, y son muchos los que viven conscientes de su habilidad, aunque no siempre actúan guiados por recta intención. La realidad debe percibirla cada individuo, si bien la percepción siempre resulta afectada por lo que pone en juego cada persona en el acto de la percepción..., pues, inevitablemente, la más mínima preocupación dificulta el entendimiento. Por otro lado, la abrumadora información que nos llega no es siempre fundamentada ni bien intencionada. Con todo esto quiero decir que no todos o no siempre habremos tenido en cuenta la repercusión evolutiva final. Bueno sería, pues, acordarnos del ADN en beneficio evolutivo de nuestros legatarios.

 

     Con tal intención repasé El Alquimista, una novela de Paulo Coelho que había leído hace tiempo. El ejemplar que tengo en casa contiene esta dedicatoria manuscrita que no recordaba: “Con todo nuestro afecto, esperamos tu pronta recuperación, Juan y Encarna, Gloria y Marta. Agosto 2000”, y con esta referencia evangélica empieza el texto: “Yendo ellos por el camino entraron en cierto pueblo. Y una mujer, llamada Marta, los hospedó en su casa. / Tenía ella una hermana, llamada María, que se sentó a los pies del Señor y permaneció allí escuchando sus enseñanzas. / Marta se agitaba de un lado a otro, ocupada en muchas tareas. Entonces se aproximó a Jesús y le dijo:-- ¡Señor! ¿No te importa que yo esté sirviendo sola? ¡Ordena a mi hermana que venga a ayudarme! / Respondió el Señor: --¡Marta, Marta! Andas inquieta y te preocupas con muchas cosas. María, en cambio, escogió la mejor parte, y ésta no le será arrebatada”.

 

     He sentido especial satisfacción al constatar lo mucho que debo a Coelho y a quienes me obsequiaron su novela, especialmente porque, ocho años después, he pensado que pudieron estimar que su leyenda me beneficiaría. Creo que aquella lectura pudo hacerme ver que la fe da a nuestras vidas un sentido más allá de nosotros mismos que evita que el miedo a la muerte nos paralice, y que la fe nos proporciona también el optimismo necesario para seguir luchando a pesar de las penalidades de la vida. Probablemente, aquella sería mi primera lectura durante mi recuperación, pero es hoy cuando pienso lo que entonces no se me ocurrió: que había elegido la mejor parte, como María, y que no se me arrebataría si marcaba el ADN. De ser así, Wolf acierta igualmente al intuir que el pensamiento cambia la materia.

 

     Pienso, pues, que, desde que era sopa y hasta ahora, mientras fui ameba o cuando fui reptil, cuadrumano o plantígrado… habré ido irresponsablemente nutriendo el ADN con experiencias y percepciones, buenas, unas, y no tan buenas, otras, Todas las posibles acontecidas durante tres millones de años han podido duplicarse para la síntesis de nuevas cadenas de ADN, y todo sin que llegara a enterarme, ocupado como estaría en otras tareas, como Marta. Puede hacerme feliz que ahora, por un casual, consiga mantener la idea como nueva realidad, alquimia pura.

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