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Mª Teresa Ibañez Benavente

LA NOCHE BUENA SE VIENE...

(por Mª Teresa Ibáñez Benavente)


     Aquel atardecer salimos de paseo por La Rambla y Alfonso el Sabio. Entonces todo el movimiento estaba por allí, y más en esos días de aquella Navidad ya lejana. Recuerdo que llevaba un abrigo que había estrenado hacía poco, de un color azul más bien oscuro, muy bonito. Las calles estaban iluminadas especialmente para esas fechas con motivos navideños que ayudaban a crear ambiente. De las tiendas, iluminadas, salían los sones de alegres villancicos y la gente transitaba con rostro risueño y con paquetes envueltos en papel de regalo. En la Torre Provincial el termómetro marcaba 18 grados. ¡Una delicia!

 

     Yo iba de la mano de mi esposo mirando escaparates y charlando simplemente, pero aquellos momentos quedaron grabados en mí para siempre porque me sentía completamente feliz; no hubo nada excepcional, nada especial, solo era una tarde de fiestas navideñas con mucho ambiente; yo tenía ganas de reír, de bailar, de querer a todo el mundo. Me sentía completamente en paz y llena de alegría; no ambicionaba nada, todo me parecía maravilloso, por eso esa tarde se quedó grabada en mí.

 

     Cuántas navidades han pasado desde entonces, unas alegres y otras tristes, y con qué rapidez.

 

     Cuando uno es pequeño, un año parece una eternidad, pero cuando se es viejo el tiempo pasa tan deprisa que parece una broma o una estafa. Si uno mira hacia atrás parece que toda su vida ha pasado en un instante.

 

     Estas fiestas, que son importantes, deberían ser alegres para un cristiano, pero cuando uno es mayor se vuelven muy nostálgicas. Pensamos en los seres queridos que ya no están y recordamos aquellos momentos que pasábamos siendo jóvenes y, sobre todo, aquéllos que vivimos siendo niños y que esperábamos con ilusión todo el año, porque eran unas fiestas maravillosas.

 

     Donde hay niños es distinto, pues ellos las convierten en algo hermoso también para los mayores.

 

     En mi casa, unos días antes de la Noche Buena había mucho trajín, sobre todo en la cocina. Mi mamá hacía pastelitos de boniato o rellenos de cabello de ángel, almendrados, mantecados… y cosas muy ricas que solía hacer muy bien y que entonces no se vendían en las tiendas. También disfrutábamos mucho poniendo el belén, adornando la casa (no con los adornos que ahora se venden, sino con adornos que mi madre nos enseñaba a hacer, pasando por purpurina nueces o piñas pequeñas, etc.). Creer en los Reyes Magos y esperarlos era una pasada.

 

     El padre Luís Coloma, que entre otras novelas escribió “Pequeñeces” -que luego fue llevada al cine ¿se acuerdan?- decía que cuando era pequeño y oía cantar “La Noche Buena se viene/ la Noche Buena se va/ y nosotros nos iremos y no volveremos más” se echaba a llorar, pues a pesar de ser pequeño se daba cuenta de que eso no le gustaba. Es un villancico con música alegre y letra triste.

 

     En las Noches Buenas “buenas”, en que íbamos a Villajoyosa a pasarlas con mis padres y algunos de mis hermanos y sobrinos, se me ocurrió hacer un villancico para cada uno. Cuando yo lo cantaba ellos contestaban con el estribillo de, por ejemplo: “ande, ande, ande, la marimorena, etc…”      Así, a mi padre le canté: “Don Carlos el secretario/ está feliz y contento/ pues ya tiene una biznieta/ y más pelo que sus yernos.”

 

     A mi madre, que hacía poco la habían operado de una catarata, le decía: “Desde que la abuela ve/ a todos encuentra feos/ si la operan de otro ojo/ del susto saldrá corriendo.”

 

     A una sobrina, que es pediatra y que nunca tuvo ni un suspenso ni un aprobado, le canté: “Carmen Milán es muy lista/ y saca muy buenas notas/ veremos si tiene vista/ y no la pesca un idiota.”

 

     Y a otro sobrino: “Carlitos estudia mucho/ para ser veterinario/ ya acudiremos a él/ en cuanto nos duela algo.”

 

     Bueno, con estas tonterías pasábamos un rato muy agradable, de esos que siempre recordamos.

 

     En esta Navidad habrá mucha gente que lo pase mal por el paro y la crisis. En Caritas han aumentado mucho las peticiones y los comedores de beneficencia están llenos. Son gente que va aseadamente vestida, que nunca ha tenido que pedir, y se acercan con la cabeza agachada y mirando de soslayo, con miedo de que alguien les reconozca, porque sienten vergüenza. Es una pena.

 

     Ojalá que nadie sintiera, y menos en estas fiestas, carencias afectivas ni materiales, pero eso es imposible porque hasta los que somos privilegiados en muchas cosas, siempre deseamos más, y la mejor manera de ser ricos y felices es conformarse con lo que uno tiene.

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