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Demetrio Mallebrera Verdú

A corazón abierto
(por Demetrio Mallebrera Verdú) 

AZORÍN, DE ACTUALIDAD


     Del 4 al 8 de noviembre de 2008 ha tenido lugar en Monóvar el I Congreso Internacional Azorín, evento de primer orden que ha reunido en la ciudad natal del escritor, y donde reposan también sus restos mortales, a especialistas procedentes de universidades españolas y europeas, y que por vez primera ha sido promovido y organizado por el Ayuntamiento de Monóvar, con la promesa de hacerlo bienalmente para darle continuidad a este tipo de estudios que cuenta con la ventaja de apoyarse en la atalaya y el ambiente que rodearon y tanto influyeron en José Martínez Ruiz y luego salieron, como si tal cosa, en su famoso estilo literario. El que esto firma se muestra ferviente admirador de su paisano, como lo ha demostrado repetidas veces, y se atreve a decir, sin miedo a equivocarse, que “Azorín es Monóvar”. Desde que Vicente Ramos fue el primer director e impulsor de la Casa-Museo Azorín (que fue adquirida por la CAM al poco de morir en el año 1967 el maestro de las letras españolas), se han ido celebrando infinidad de actos “azorinianos” por doquier, muchos de ellos en Monóvar, claro está, aunque más bien aislados y prácticamente formando un largo ramillete de conferencias, exposiciones, presentaciones y jornadas, pero los acontecimientos de peso (seminarios y otros congresos), se reservaban y organizaban en las grandes ciudades.

 

     Cuando Azorín vivía, aunque tuviera su residencia en Madrid, sus conciudadanos no tenían por menos que tener una permanente curiosidad por la vida y obra del afamado escritor de más de cien libros y más de 5.000 artículos (eso sí que es una vida dedicada a la literatura) y que cada vez que venía a su “ciudad apacible” (así llamaba a Monóvar) era para recibir homenajes o tomarse unos días de descanso en las fincas que poseía su familia, que eran para él, dentro de sus ocupaciones y compromisos, una manera de mantener una relación con parte de los habitantes de esta ciudad suya. Después, cuando ya era anciano, y tras su fallecimiento, han tenido que venir por aquí, para comprender su extensa obra, académicos, catedráticos y profesores de cualquier nivel escolar, y los estudiosos y especialistas apasionados del escritor que inventó la Generación del 98 y pasó a la historia precisamente por su estilo y su sencillez. Ha llegado el momento importante en que el Ayuntamiento, bien apoyado en su Concejalía de Cultura, ha tenido la iniciativa de realizar este simposio, contando, por supuesto, con la CAM, la Universidad de Alicante, la Generalitat Valenciana y la Diputación alicantina con su Instituto Gil-Albert, entre otros organismos, entidades y asociaciones. 16 conferenciantes (catedráticos, escritores, políticos, periodistas) centraron sus intervenciones en el título de este Congreso Internacional, que ha sido “Azorín, renovador de géneros”.

 

     Y es que nuestro escritor sigue levantando el espíritu de aquellos que le descubren al leerlo por primera vez, o quizás aún más al releerlo de vez en cuando, como dice y aconseja el catedrático alicantino Miguel Ángel Lozano. A mí me impresionó lo que dijo en una entrevista el escritor “cultista” (esos que no están en las modas pero sí en las antologías) José Julio Cabanillas, quien decía que si queremos de verdad saber lo que pasa en una historia hay que empezar por Azorín y luego la lista puede ser todo lo larga que se quiera. “Inventa el poema en prosa (…) Da una enorme lección del tiempo y otra de eternidad”. Leyendo a Azorín -sigue- se oye caer un alfiler, ¡es de un silencio y una pureza! “Eso es lo que hace que cada palabra, cada hecho, sean algo completamente sustantivo. En Azorín hay sensaciones, pero inmediatamente se elevan a otra cosa y a tocar la urdimbre del ser, y a la vez con el vértigo del tiempo que va pasando. Da escalofríos. Lo que yo no me explico es por qué en España parece que hay que olvidar a Azorín, y así nos luce el pelo. Si en España hubiera mil lectores de Azorín, este país tendría un subidón enorme”. Tras estas palabras hay que ponerse la mano en el corazón.

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