Índice de Documentos > Boletines > Boletín Diciembre 2008
 

C E G U E R A
(por Francisco L. Navarro Albert)
 


     En nuestras estancias en el campo, por la noche habremos tenido ocasión de observar cómo cualquier lámpara encendida provoca una avalancha de insectos voladores de todos los tipos y tamaños; desde enormes libélulas o cigarras hasta minúsculas mosquitas.

 

     Me he preguntado siempre qué es lo que les atrae, si la luz o -simplemente- la oportunidad de cazar a otros insectos más pequeños, asegurando así la comida necesaria para su sustento. El hecho es que algunos la emprenden a cabezazos contra las lámparas hasta que, inexplicablemente, cesan en su actividad y quedan fijos e inmóviles como estatuas. No muy lejos suelen deambular las lagartijas que, con pausados movimientos se acercan a ellos y, cuando están seguros de no errar el tiro, se lanzan y en un amén (como se suele decir) los devoran.

 

     ¿Cuántas veces nos hemos sentido atraídos por algo o alguien y hemos dado vueltas y vueltas a su alrededor como si en ello nos fuera la vida? y ¿cuántas veces hemos dejado parte de nuestras vidas en aquello que resultó ser, a la postre, una simple luz, un reflejo de algo en lo que creímos y no era más que un espejismo?

 

     Habremos sido afortunados si al estar rondando la luz no hemos caído en las fauces de algún depredador que aprovechara la ceguera provocada por aquélla para saltar sobre nosotros y acabar con nuestra vida. Y no me refiero a la vida que se acaba cuando cesan las constantes vitales, cuando el encefalograma plano indica al médico que el cuerpo tan solo es eso, un cuerpo.

 

     Me refiero a esa otra vida que son los afectos, las ilusiones, las esperanzas, el dolor, el saber y el conocer… esos asuntos sin los cuales la vida tenemos que escribirla con minúsculas porque queda reducida a la mínima expresión y poco difiere de la de cualquier otro tipo de ser vivo sea cual sea el número de pies o patas que le sostengan.

 

     Se dice “el que tiene información tiene opinión“, “el que tiene información tiene poder“. Podemos, según lo apliquemos, ser la lámpara que atrae o el insecto que es atraído, depende de lo que hagamos con la información que recibamos o transmitamos. Podemos ser también los que ostentan el poder en beneficio de todos porque sabemos utilizar racionalmente la información, o podemos ser sometidos si no tenemos ninguna opinión, si dejamos que sean siempre los otros los que tomen la iniciativa, si nos da igual quien nos gobierne, si preferimos palabras vacías y barriga llena… en fin, tantas y tantas maneras de ¿vivir?

 

     Recuerdo, siendo joven -casi niño- que no había grandes dificultades en conocer lo que cada uno quería ser en el futuro: carpintero, albañil, médico… Existía una atracción hacia alguna actividad determinada, tal vez motivada por afinidad con algún miembro de la familia. No sé.

 

     Mucho me temo, sin embargo, que hoy encontremos muchos casos en que la respuesta a la pregunta: ¿qué quieres ser? no sea otra que “no lo sé, pero que se gane mucha pasta”.

 

     Y es que, a fuerza de querer lo mejor para nuestras siguientes generaciones, hemos confundido los conceptos calidad y cantidad. Les hemos dado a entender que somos el cuerno de la abundancia, que todo se puede tener, no importa lo que valga. La consecuencia es que el precio resulta, a la postre, demasiado alto.

 

     Nos ha cegado la luz y, sin meditarlo,  hemos preferido trabajar mucho para ganar mucho sin darnos cuenta de que no tenemos tiempo para gastarlo, ni para dedicárselo a la educación, a la relación familiar, a transmitir los valores morales y éticos que distinguen, o deben hacerlo, a los seres racionales de los que no lo son tanto. Esas cosas que conforman, más que un buen coche, un mullido sofá o un bungalow en cualquier campo de golf, la verdadera calidad de vida.

 

     ¿Nos hemos preguntado alguna vez qué pasaría si, en lugar de regalar a un niño un juego electrónico, le diéramos un simple juego de construcción de piezas de madera, nos sentáramos en el suelo junto a él y le enseñáramos a hacer castillitos?

 

     Tal vez todavía estemos a tiempo de hacer la prueba.

Volver