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Manuel Sánchez Monllor

Cuentos del medio rural

LA LUNA Y EL CORAZÓN
(por Manuel Sánchez Monllor)


     El hombre había llegado a la Luna y un corazón humano había sido sustituido por otro. Cuando informaron a Carmelo de estos acontecimientos se mostró incrédulo. Creyó que querían confundirle con los embustes que les contaban a los reclutas. Desde que llegó al cuartel todo le era extraño; se acordaba mucho de Tona y pidió que le escribieran cartas para ella. Cuando el soldado le repetía “¿Qué más, qué más?...” se ponía nervioso. “Cada carta me cuesta tres pesetas –pensó- y, además, es muy difícil decir cosas...” Carmelo, que creía las leyendas oídas en su tierra, estaba seguro de que hablándole a la Luna llena ésta lo transmitía todo y optó por esta solución. Podría decirle a Tona que se le salía el corazón de no verla sin que el soldado le mirase de soslayo con una sonrisita burlona. Era más fácil así. Carmelo, desde entonces, sólo le hablaba a la Luna cuando era llena, porque también tenía certeza de que si estaba menguada muchas palabras se perdían en el espacio y podrían llegar a otra mujer. Y no quería pensar qué ocurriría si Tona creyese que él le hablaba a otra moza. Carmelo estuvo siempre seguro de que la Luna, -haciendo honor a su función de musa de los enamorados- se lo transmitiría todo a ella igual o mejor que él se lo dijo. Cuando por fin volvió al pueblo quiso preguntarle si la Luna le habló, pero ¿para qué?...

 

     Tona hablaba poco, casi nada; Carmelo sólo recordaba dos veces en que habló mucho y en tono airado: cuando no le dejaron matar el cerdo y el día de la cata de vinos. Tona, a cuanto se le dijera, contestaba con sonidos que sin parecerse a palabras Carmelo entendía bien: “nnaasa, siayá...”, y poco más. Aún se acordaba de lo que Tona contestó cuando él –de acuerdo con la tradición familiar- le cogió la vara de las manos diciéndole muy serio: “La vara es pa el hombre”. Lo había pensado mucho tiempo y lo hizo con el mismo rito y con la misma frase que le contó su abuela que pronunció el que en su juventud quería ser su novio. Las dudas que tuvo las disipó preguntando a su amigo Anacario, que estuvo de acuerdo, era -dijo- “lo más claro”. De este modo -pensó-  “si  ella me deja la vara yo sería el amo cuidando las vacas, y ella el ama con el cochino y las cabras”.

 

     Era el día de la fiesta mayor, el más esperado del año, cuando Carmelo habló por primera vez a Tona. La banda militar tocaba en la plazuela “El sitio de Zaragoza” -la de todos los años-. Carmelo no esperó a que Tona dejase las vacas en el corral y llegase con el vestido de fiesta; se adelantó y, en el mismo patio, poniendo los brazos en jarras, le cogió la vara y le dijo la frase aprendida: “La vara es pa el hombre”. Tona reaccionó queriendo recuperar la vara arrebatada, pero desistió, bajó la cabeza sin dejar de mirar a Carmelo, dejó caer los brazos y dijo “¡siayá...!” Allí quedó sellado el proyecto de su vida en común. No era necesario hablar más.

 

     Le compró el cirio para la procesión, como era costumbre de siempre en los mozos que festeaban.  Cuando vieron cómo Carmelo se lo entregaba a Tona todos supieron del nuevo acontecimiento, y entre los rezos y cánticos procesionales hicieron vaticinios sobre la pareja: - “Seguro que se casaran dimpués de la feria. Venderán el cherro lecharico y se comprarán la cama... Si la suegra no se empecina en tirarla vivirán en el cuarto que tien detrás de la cuadra; es el más caliente...”

 

     Cuando Carmelo supo que la llegada del hombre a la Luna era verdad ya era sexagenario. Le dijeron que en ella no habían árboles, ni nieve, ni cabras, sólo piedras, y que era imposible que Tona supiera por la Luna todo lo que él le habló en aquellos meses de su mocedad, aquellos en los que todos le decían que había que hablarle a las novias, antes de los arreglos matrimoniales. Se le rompió el corazón. 

     Pasaron  tantos años que la banda de música ya no tocaba “El sitio de Zaragoza” en la fiesta mayor. Ahora, durante todo el día, sonaban allá abajo músicas ruidosas que no cesaban hasta el canto del gallo.  Además de los turistas que durante todo el año visitaban el pintoresco pueblo, por la autopista climatizada y el helipuerto cercano, llegaban con frecuencia científicos y periodistas que subían por la tortuosa senda para visitar en su casa a Carmelo, interesados por su extraordinaria longevidad con el corazón trasplantado. Él, a toda pregunta respondía siempre enigmáticamente: “La vara es pa el hombre”. Tona permanecía muda viéndolo todo desde el corral de la vieja cabra.

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