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LOS PAPELES DE LA MEMORIA
(por Antonio Aura Ivorra)

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     Rebuscando en mi rincón encuentro huellas del pasado. Abundantes. Sin embargo, el mosaico de mi tiempo vivido está incompleto, con piezas inconexas y desmembradas por ausencias de memoria. Papelillos sin data, desordenados, dispersos e intemporales con ocurrencias mías y frases logradas, en su mayoría de otros, se codean con agendas sin usar, en cuyas páginas -tan solo en algunas, al azar- encuentro reflexiones íntimas redactadas con mayor cuidado y extensión no sé cuándo, secuelas de algún acontecimiento importante personal, familiar o de mi entorno. Y fotos; muchas fotos guardadas como antes, en caja de zapatos, siempre en paciente espera requiriendo tiempo para revisarlas. Al mirarlas despiertan de su letargo. Recobran hálito. Escudriñar entre ese desorden en busca de no sé qué produce mayor satisfacción y sorpresas que repasar los álbumes. Es más emocionante.

 

     La exploración de mi peculiar hemeroteca, siempre en peligro de acabar en el contenedor de papel -lo veo venir, abulta mucho-, también ayuda al recuerdo. Editoriales, artículos de opinión con alguna apostilla, obituarios, -Monterroso, Marino Barbero, Tomás y Valiente, Torrent Guasp, Uría, Umbral…- y noticias impactantes, rellenan algunas carpetas que tienden a desaparecer, cada vez más escondidas porque ya apenas repaso su contenido. Con la impresión de que me falta tiempo y espacio, me produce cierto desasosiego curiosearlas.

 

     Y éste, corregido y aumentado, con sus irremediables oquedades y ausencias, suele ser el bagaje al que muchos intentamos recurrir para la evocación, aun con manos trémulas y escaso éxito cuando se alcanza cierta edad fisiológica por fortuna cada vez más tardía, más entrada en años, avanzada, (¿es la cuarta edad?) que nada tiene que ver con la jubilación burocrática, mayoría de edad que no es vejez sino imposición administrativa con derecho a pensión, acompañada en algún caso por problemas de adaptación de quien la recibe. Y es que la libertad a la que se accede provoca sus miedos.

 

     Hablar de uno mismo, frecuente a esas edades -a más edad más hábito-, es casi manía, extravagancia. Y eso implica dificultades, desconfianzas y recelos ante los cambios, cada vez más rápidos, que nos aturden. Solemos aferrarnos a nuestras opiniones, sostenidas durante mucho tiempo, y con ello el diálogo intergeneracional (que a veces no es tal sino monólogos de una y otra parte) se dificulta sobremanera.

 

     Es obvio que hay excepciones. Las hay y no pocas: Personas simplemente mayores y otras de edad venerable, con mente despierta, ágil y abierta, dedican su energía intelectual a propiciar con decisión y rectitud de miras lo que parece utópico: el encuentro con las nuevas generaciones. Sin demasiado esfuerzo las podemos descubrir cercanas; en nuestra Asociación JubiCAM por ejemplo. En todos los campos las hay y, conforme a previsiones expertas y pirámides de población, dejarán de ser excepción porque cada vez son más. Su vitalidad y entusiasmo contagian.

 

     El decurso de la historia no solo es un relevo generacional. Sin embargo, la celeridad del progreso es tal que ya resulta difícil para muchos marcar el paso con él; obliga a estar permanentemente activo, receptivo e inmerso en lo actual para no quedar rezagado, lo que inevitablemente sucederá en algún momento de nuestra vida. Atemperar entonces nuestras pretensiones hasta lo posible sin renuncias absolutas ni pesares, y ejercitar la introspección, también son sanos ejercicios que nos procurarán la satisfacción de reencontrarnos con nosotros mismos. Allí, dice San Juan (14:17), está el Espíritu de la verdad. 

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