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Manuel Gisbert Orozco

 

BLAS DE LEZO... (Continuación)

LA OREJA DE JENKINS

(por Manuel Gisbert Orozco)

  

     En el año 1739 Inglaterra y España inician la enésima guerra que mantuvieron durante el transcurso de los siglos XVII y XVIII. Los motivos, como siempre, fueron económicos, pero la chispa que la desencadenó curiosa.

 

     Iba Robert Jenkins pirateando por las costas de Florida a bordo del “Rebeca”, cuando fue interceptado por un guardacostas español al mando de Juan León Fandiño. Contento debía de estar el gallego ese día, pues en vez de colgar al Jenkins del palo más alto de su nave, como era uso y costumbre de la época, se limitó a cortarle una oreja y hacerle portador de un mensaje  que así rezaba: “Ve y dile a tu Rey que lo mismo le haré, si a lo mismo se atreve”.

 

      La respuesta inglesa no se hizo esperar y el trece de marzo de 1741 los vecinos de Cartagena de Indias pudieron contemplar la mayor flota de guerra que jamás surcara los mares hasta el desembarco de Normandía, ya en la II guerra mundial. Ciento ochenta y seis barcos provistos de dos mil cañones, dirigidos por Sir Edward Vermon, que transportaban 23.600 combatientes. Flota muy superior a la por entonces denominada Armada Invencible de Felipe II que solo dispuso de 126 navíos.

 

     Las defensas de Cartagena no pasaban de los 2400 hombres, contando la tropa regular, las milicias y la marinería de los seis navíos de guerra que se encontraban en esos momentos en la ciudad al mando de nuestro viejo conocido: Blas de Lezo. Apresuradamente se trajeron seiscientos indios flecheros reclutados entre las tribus amigas del interior para reforzar la exigua guarnición. Todos ellos al mando del Virrey Sebastián de Eslava.

 

     Esta vez las intenciones de la expedición inglesa no eran las clásicas de ataque, saqueo y retira-da, sino la de establecer una cabeza de puente en el mejor puerto de América e iniciar una expansión en Centroamérica, de la misma forma que ya estaban haciéndolo en el norte. Las tropas españolas, desperdigadas para defender un extenso territorio, poco hubieran podido hacer para oponerse.

 

     Para apoyar esta opción, otra escuadra, ésta mucho más modesta y al mando del Comodoro Anson, había doblado el Cabo de Hornos y remontaba las costas americanas del Pacífico rumbo a Panamá abriendo así un segundo frente a los españoles. En este proyecto participaba también el Almirante Chaloner–Ogle, que unos meses después partía de Inglaterra rumbo a Jamaica con veintiún navíos de guerra y 170 embarcaciones que trasportaban nueve mil hombres, para consolidar lo que creían fácil victoria.

 

     La plaza fuerte española en América era Cartagena de Indias y su ocupación era esencial para los planes ingleses. La ciudad está situada en el extremo de una extensa bahía que cierra una isla (Tierra Bomba) y que únicamente deja dos puertas de entrada: Bocagrande y Bocachica. Esta última es la entrada natural a la bahía pues las corrientes y los vientos favorecen la entrada a los barcos de vela de la época.

 

     La ciudad de Cartagena era únicamente vulnerable por tierra y para atacarla era imprescindible entrar antes en la bahía. Esto obliga a Vermon a desplegar la flota bloqueando la entrada al puerto, y, tras silenciar las baterías de: “Chamba”, “San Felipe” y “Santiago”, desembarca tropas y artillería para sitiar el único bastión que quedaba en la Isla de Tierra Bomba: El castillo de San Luis de Bocachica, defendido por el Coronel Des Naux y 500 hombres. Lezo, mientras tanto, coloca a cuatro de sus navíos: Galicia, San Felipe, San Carlos y África en el lado interior de la bahía y en las proximidades del castillo al que apoya con sus cañones.

 

     Durante dieciséis días los sitiados tuvieron que hacer frente a un intenso bombardeo y, aunque la resistencia fue heroica, los defensores no tuvieron más remedio que evacuarlo ante la abrumadora superioridad de las fuerzas enemigas. Lezo, por su parte, hizo barrenar e incendiar sus cuatro barcos para obstruir el canal de Bocachica e impedir la entrada a la bahía de la flota enemiga. Lo consiguió parcialmente, pues el Galicia no se incendió con la suficiente rapidez y dio tiempo a los ingleses para remolcarlo y dejar un pequeño paso abierto.

 

Continuará…

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