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TRISTE HISTORIETA
(Socio 358)

 

     Anda por la acera, solo, los brazos cruzados sobre el pecho, siente frío, mucho frío, debe tener fiebre, su pensamiento está lejos, en el calor del hogar de sus padres, en su tierra, su madre le arropa y la taza caliente de leche la reconforta. -¿Qué hago yo aquí?- se pregunta, y unas lágrimas enturbian su visión. Sigue el camino ¿adónde? No lo sabe.

 

     Lo contemplo desde mi ventana y una congoja me viene, es un momento; una taza de chocolate caliente donde mojo churros aleja la tristeza y la pena en que me ha sumido participar en aquel espectáculo.

 

     Salgo a la calle y en un banco público, con el cuerpo encorvado, está sentado un joven, en apariencia un inmigrante, por sus rasgos morenos, de Marruecos. -¿Qué me pasa hoy?- me pregunto, ¿por qué  hoy me afecta tanto la miseria ajena? ¿acaso no se muestra todos los días? Preguntas que no intento resolver ni tan siquiera escudriñar. Sí, es el mismo; paso de largo y a poca distancia renace la misericordia que me para, y en acto de caridad me acerco donde está el enfermo, el desdichado, el olvido y la soledad. Mi gran caridad, ¡si señor!, le voy a dar veinte euros (comprando dos segundos de Gloria); y sentado a su lado, no me entiende ni le entiendo, saco la cartera y de ella el billete, lo toco bien no vaya ser que haya otro pegado, y esa luz y fuerza que da el dinero despierta aquel cuerpo medio muerto que de un zarpazo me arrebata la cartera y corre a grandes zancadas. Pero la huida es breve, cae como saco en medio de la carretera, el frenazo de un coche evita la desgracia, acuden los guardias y le encuentran cincuenta euros en una mano y mi billetero algo alejado. ¡Ladrón!, ¡sinvergüenza!, ¡gentuza!, aclaman los testigos; nadie repara en el hombre enfermo, nadie ve el hambre, nadie ve la necesidad, nadie siente compasión. “Dar de comer al hambriento”, paparruchas.

 

     - ¿Presenta denuncia?,- pregunta el agente, -¡No! no, el dinero se lo he dado yo. -¿Y lo del billetero en el suelo? - Salió corriendo cuando le dije que buscásemos un guardia para que se hiciese cargo de él. Y, quizás, también fuese a comprarse pan, comida. Lo que necesita es que la autoridad, o sea ustedes, se lo lleven al ambulatorio para que lo mediquen y luego buscarle una cama donde recuperarse. - Eso ya es cuestión nuestra,- responde ufana la ley, - así es que si no hay denuncia no hay robo.

 

     -¡Estás loco! –me dice un amigo- y no me vengas con cuentos que lo he visto todo.

 

     - ¡Sí! Le daba veinte, muy poco sería para su necesidad, y mi reacción esta vez no ha sido la avaricia ni el egoísmo; me desbordó algo más sentimental como es lástima y pena, y esos principios que nos hermanan a todos.

 

     - ¿Y por qué no lo denunciaste?

 

     - Por lo que te he dicho; de hacerlo no hubiera podido dormir en algunos días, a lo hecho pecho; y déjame que te diga que la alegría sentida en mi interior no tiene precio, me salió muy barata.

 

     Estoy en casa, me riñen, es la tercera vez que hago un acto parecido, se ve que me sobra el dinero, dicen, yo no recuerdo, sí sé que sentí bienestar en esos momentos tan trágicos de que me acusan.

 

     Estos días he perdido el monedero, y con él algún billete, no sé su valor o no recuerdo; no creo que sea necesario saber el dinero que uno lleva encima.

 

     Día de reunión familiar, comida, bebida y alegría, mis nietos pequeños por encima de mí, abuelo por aquí y besos, dicha casi completa.

 

     Maldita sobremesa, el güisqui, el café, el licor destapan pasiones, abren puertas a los corazones o matan los sentimientos. Oigo que le susurran a su madre: el padre, límites, tarjeta, cuidado, desvarío, no es normal...

 

     Y ¡Dios! ¿Qué no soy responsable de mis actos? ¡Basta! es mi grito; ¡salid todos de mi casa! Y tras el arrebato empiezo a llorar. El nieto más pequeño se lanza a mis brazos y con su vocecita “abuelito no llores” aumenta el flujo y poco a poco me tranquilizo al calor de sus brazos y carita, y, ya sosegado, pido perdón y a mi nieto le digo muy quedo “no lloro por mí, lloro por ellos, mi pequeño corazón”.

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