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Toni Gil

CUATRO ESTACIONES
(por Toni Gil)

  

     Pepi, la vendedora aborigen de prensa y chuches de mi pueblo adoptivo, a la puerta de su quiosco, comentó, dirigiéndose a la advenediza señora con acento francés con la que estaba, si acaso en su París no estaba lloviendo casi siempre.

 

     (Léase advenediza, en su acepción de persona venida de fuera, y aborigen como aquella otra de origen local).

 

     Venía la cosa al respecto de la paupérrima llovizna que, al final del pasado septiembre, apenas si llegaba al suelo. La transpirenaica dama sentenció: “no siempre llueve, además allí tenemos cuatro estaciones, no como aquí que se pasa del verano al invierno, y del invierno al verano”.

 

     Resulta que Alicante “era la casa de la primavera” y ahora tenemos dos estaciones y ninguna de ellas es esa, pues parece que se ha perdido la de las flores y la de la caída de la hoja, casi como en la canción de Sabina en la que al protagonista le quitan de su calendario de bolsillo nada menos que “el mes de abril”.

 

     Es como con el tema de las edades. Hasta no hace mucho se hablaba de tres, o mejor dicho de la tercera, para referirse al grupo de personas mayores o jubiladas. Sin embargo, yo nunca supe cuales eran las otras dos, la primera y la segunda. Pues si hay que clasificar, y establecemos colectivos tales como lactantes, infantes, jóvenes, adultos... son más de tres y más de cuatro.

 

     Se ha hablado, a veces, de la cuarta edad, aquella que seguiría, obviamente, a la tercera, que se habría subdividido –al parecer- en dos, distinguiendo por una parte a aquellos mayores y jubilados jóvenes, activos, que aún disponen de energía para dedicarse a ociosos o cultos menesteres, y, por otra, a aquellos en los que la capacidad física y/o psíquica ha mermado y se muestran más pasivos socialmente.

 

    En las Jornadas de Las Personas Mayores y los Medios de comunicación se ha hablado mucho de las edades, de la heterogeneidad del segmento y del olvido permanente en que se nos tiene en muchos ámbitos. Se han citado textos tales como “un joven de 35 años pereció en un accidente de moto” o “un anciano de 65 años fue atracado…” como ejemplos elocuentes del amplio despiste con el que acometemos la clasificación “por edades”. Hasta he oído que nos definían como “la alta edad”.

 

     De la misma forma que no pasamos del verano al invierno sin que el otoño nos acompañe liviana o fugazmente, tampoco en las edades parece fácil atender a calendarios demasiados cerrados y hacer de esto un problema como el del ozono.

 

     Yo preferiría, como se ha advertido, ser simplemente considerado como cualquier otra persona, como un miembro más de la sociedad en la que vivo, nunca uno menos. Porque, de lo contrario, quizás preferiría bajarme en la próxima estación.

 

toni.gil@ono.com

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