Índice de Documentos > Boletines > Boletín Junio 2009
 

LA DESIDIA VITAL
     (por José M. Quiles Guijarro)     

José Miguel Quiles

 

     El escritor Hermann Hesse, escribió una obrita biográfica titulada “El Balneario” de la que entresaco unas líneas: “Me levanto, me lavo, me afeito, ejecuto las complicadas evoluciones necesarias para ponerme la ropa y cazarme los zapatos, me estrangulo con el cuello de la camisa, meto el reloj en el bolsillo del chaleco, me adorno con las gafas, todo con la sensación del presidiario…”  Tendría a la sazón unos 75 años. Por la palabra “presidiario” que utiliza Hesse, se advierte en él a un hombre que, a pesar de su inteligencia, había caído en el amargo sabor de la rutina, había cansancio en su vida, desidia vital.

 

     Esto es algo de lo que debemos huir los mayores. El día que al levantarnos por la mañana nos miremos al espejo, nos pasemos la yema de los dedos por la barbilla y digamos: “Voy bien… ¡hoy no me afeito…!”, ese mismo día habremos dado un paso irrevocable hacia la desidia vital. Seguramente llegará otro día en el que digamos: “¿Sabes que refresca esta mañana…? Deja, que me voy a poner una boina...” ¡Infausto día ese…! Un abuelo con boina pierde muchísimo, parece más menudito, como si fuera un madelman. El aspecto exterior en una persona es importante, pero en un anciano es fundamental porque ejerce una inconsciente influencia en su psique, en su diario deseo de vivir. Es una alquimia que opera de fuera a dentro. La boina y el gayato son antiguos y nefastos símbolos de senectud que acaban anegando el alma de decadencia y depresión. Ese estado mental insípido en el que los días, todos iguales, caen como gotas de una gotera. La existencia en fase terminal.

 

     La vejez hay que llevarla con dignidad, por que ante todo, es un puro estado de ánimo. Pensando que las cosas malas y grandes de la vida las pone el destino a nuestro paso de forma inexorable, todo estriba en no perder la capacidad para degustar las otras, las cosas buenas y pequeñitas de la vida. El deseo es la energía de la existencia. Y aunque solo sea por trienios acumulados, los mayores tenemos más derecho que nadie a gozar de las cosas buenas de este mundo.

 

     No dejar de ponernos esa chaqueta azul cruzada con botones dorados que tenemos guardada en el armario, a juego con la corbata a lunares, saber qué vino es el mejor, qué queso el más sabroso, qué tipo de mermelada más natural, qué after-shave huele mejor y de cuando en cuando, empaquetarnos en un autobús y marcharnos a ver catedrales o de crucero por algún lugar novelesco. Hacer 30 abdominales por la mañana, escuchar una canción de Frank Sinatra y decir: “cantaba de huevos el tío este…”, aspirar con fruición el olor a cachorrillo de nuestros nietos o pedir un tiramisú bien fresquito en un restaurante… y, llegado el caso, marcarnos unos pasitos de samba. En suma, no dejar de gozar el perfume de las flores, las burbujas del champán.

 

     Y no puedo dejar de mencionar aquí, otra vez, a mi cuñada Amparín, Mapi la llaman todos. La que está casada con mi hermano Fede, el mayor. ¡Tiene unas ganas de vivir…! El otro día viene a casa y nos comunica con una sonrisa de complicidad, como un importante acontecimiento:

 

     Me he cortado el pelo… ¿no lo notáis?– y se giró de costadillo, con simpática coquetería, para dejarse ver.

 

     En efecto, me fijé y llevaba el pelo cortito, como a lo garçón, con cierta gracia.

 

     - Me lo he dejado cortito, al estilo de Audrey Hepburn… ¿os gusta…? -dijo, muy convencida de su acierto, acariciándose el cuello con la palma de la mano.

 

     Casi me entra la risa floja, “igualita…” pensé yo, pero después, pensándolo mejor, ¿no es admirable querer parecerse a una artista de cine, con su edad y con sus quilos…?

Volver