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Gaspar Llorca Sellés

LA VEJEZ ES RARA
REVIVIR
(por Gaspar Llorca Sellés)

  

La vejez es rara, bueno, mi vejez. Momentos hay. Estoy en uno de ellos. Las neuronas, (no digo mis neuronas por mi escasa tutela sobre ellas) se alteran, se excitan, nada dicen, inexpresivas, pero lanzan una corriente que me llega al corazón, que transforman y bendicen. Y juntos, la  mente y el corazón, contemplan como si en álbum se tratara, imágenes vivas que luego crearon recuerdos: de la infancia, pubertad y juventud, edad feliz y liberal. Época de amistades y comprensiones, cuando tu “yo” se reflejaba en otras galaxias humanas, creadas a tu imagen y semejanza. Amabas amándote a ti mismo.

   

Mecido en este sosiego casi contemplativo, insólitamente mi conciencia hace acto de presencia y se rebela, protesta su impotencia, su soledad y mutismo, gesticula y grita, más no la oyen, sus mismas esencias la desobedecen o la olvidan. Le abochorna la libertad de los pensamientos que actúan con autonomía, olvidando su sumisión y su dependencia de ella, y viene el desconcierto y el temor donde las ideas, sentimientos, clarividencia, aprecio y desprecio, y toda la amalgama de moralidad, ronda el precipicio. Y ella se pregunta angustiada: ¿qué ocurre? ¿desmoronamiento?, ¡No y no! no es el fin, vendrá la calma y el arrebato pasará y todo tornará a su estado anterior, a su verdadera concordia. Y recapacita y quiere comprender que todo fue un golpe fuerte de la memoria que la desorientó, habiendo alterado por un momento el estado actual del espíritu.

  

Vuelve a la placidez anterior, déjate de reflexionar y sal de ese fangoso charco,  olvida esas ideas y principios pescados a río revuelto, hay que tener cuidado en su admisión y en su mezcla y creo, perdona, que tú las has cocido en tu cacharro pequeño de barro viejo. Y volvamos, te recuerdo el motivo que originó ese devenir en que te has metido, que era el comentario de anécdotas vueltas a ti en lectura de un librito encontrado en estante junto a otros mayores.

   

¡Si señor!, ya vale, cojo el hilo y voy a intentar exponer donde me llevó su lectura: la primera impresión era recordar aquellas personas, bueno sus nombres, no es que tuviera alguna relación con ellos, pobre de mi, pero ha sido una sensación de “esto lo conozco yo”, y cuántos he revivido, sentencias y nombres que me fueron familiares, desaparecidos, no pronunciados ni recordados durante muchos años, y como si estuviese declinando los pronuncio en voz alta, sin orden alguno, y la imbecilidad es menina, siento la infancia, y vienen recuerdos, pasajes, rostros que voy sacando del pantanoso lago del olvido. (Dios mío, que no me oiga nadie, dirán que mi terrado se agrieta). En alguno, recupero vida, también olvidada o no pensada, pero de manera real, quiero decir actual, o yo virtual, anclado en aquel momento, no lo sé, sí creo que siento aquel sol distinto al de ahora, el silencio es silencio, y si escudriño veo a mis condiscípulos, las risas limpias y no ficticias, el libro de texto (ese es el de geografía e historia) el profesor que abre la puerta, y ¡Dios! ¿Esto que es? olores, también olores, y distingo  el olor a puchero, de aquel puchero sin demasiados ingredientes cárnicos, que entra por el balcón... Y todo se borra, el presente arruina el pasado, llaman a la puerta, suena el teléfono, el reloj marca la hora, chirría la ambulancia. La conciencia, aún nostálgica, grita: ¡dejadme! ¡no estoy! Pero ¿a quién me dirijo? Todo ello estuvo y no me afectó, sí, son neuronas impertinentes que gustan de su insolencia las que me han robado ese momento. Razonad por favor y  dejadnos con nuestras ilusiones aunque sean falsas, dejadnos con nuestros recuerdos aunque no sirvan para nada. No quiero ver el presente, ese triste presente en el que la tecnología se chupa los sentimientos, ya no digo nada más y vuelvo a lo que quería al principio, que vale la pena.

 

Y con suerte, vuelvo a recuperar el maná de las anécdotas: la de GUZMÁN EL BUENO: Si no hay acero en el campo ahí va el mío. El de VIRIATO: Roma no paga traidores. DON JACINTO BENAVENTE: No me gusta hablar a tontas y a locas. El tierra a la vista de RODRIGO DE TRIANA. SASSONE: ¿Cambiar ideas? ¿Salgo perdiendo! EL GRAN CAPITAN: Esas llamas que se han desprendido son las luminarias de nuestra victoria. Y las cuentas del Gran Capitán. FELIPE II: No envié mis barcos a luchar contra los elementos. DUGUESCLIN: Ni quito ni pongo Rey, pero ayudo a mi señor. CISNEROS: ¡Esos  son mis poderes! RICHELIEU: No me aburro jamás, a mi  me aburren los demás. SÓCRATES: Sólo sé que no sé nada. ISABEL II: Así se las ponían a Fernando VII. UNAMUNO: Como decíamos ayer. IBSEN: Que había olvidado las gafas y preguntó a un hombre: ¿Qué dice ahí, si me hace el favor? Me pasa lo mismo que a usted: yo tampoco se leer. Y otro de nuestro don ANTONIO RAMOS: Qué mejor Obra Social que la de los empleados. Y nos dio una paga extraordinaria.

  

Vayamos a contemplar el cuadro originado por Viriato en mi mente: segundo curso de Bachillerato, 12 años, mis condiscípulos, aula y pupitres, pizarra y balcón a la calle, ya chicos y chicas, entra el profesor impecable, riguroso traje negro, silencio, se cierran los libros y una pregunta rápida, dispone de poco tiempo, me toca y saco un siete de nota, el único notable de mi vida,  gran triunfo, se celebró fumándonos la de matemáticas .y uno de los primeros y deleitosos pitillos. El de Guzmán el Bueno el cuadro es idéntico, pero el protagonista es otro, que pierde el resentimiento camuflado a mi siete, si lo veo con claridad, cogidos por los hombros y con mirada desafiante nos fuimos ufanos a callejear. A don Jacinto lo  estudiamos más y en otros cursos. Ahora me viene el latín, muy pronto empezamos con rosa rosae y otras conjugaciones, y así mismo pasamos a traducir a Cicerón (¡nada más!) y viene CESAR del que me quedó el Veni, vidi, vici y recordando traducciones la de una señorita en curso superior que tradujo impecablemente el “Ave, Caesar, morituri te salutant”: Las aves de Cesar murieron por falta de salud, aprobó y el profesor vaticinó que llegaría a ministra (leía  el futuro). El caso de Visentet que le dijo a su padre que el profesor decía “Sólo sé que no sé nada” y lo cambiaron de academia.

        

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