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LA SOLEDAD
     (por José M. Quiles Guijarro)     

José Miguel Quiles


     La soledad cuando es elegida por uno mismo es un agradable estado de plenitud y sosiego para el espíritu; por el contrario cuando viene impuesta por las circunstancias vitales resulta humillante y angustiosa. La raza humana socialmente se acerca más al estornino que al águila real. Y por otra parte vivir solo, sobre todo para un hombre, no es fácil, es algo que requiere de una vocación y de una práctica diaria.

     Resolver los asuntos domésticos no es asunto baladí, en mi caso de todas las labores del día a día en la casa la que peor soporto es la plancha. Odio ese instrumento infernal tan molesto de manejar. Tan fácil y lógica que resulta una prenda cuando está colgadita en la percha y la dificultad que supone conseguir ese estado natural.

     Otra labor odiosa es tener que limpiar el pescado. La naturaleza no tiene consideración alguna con el estómago humano. Después de limpiar un cuarto de kilo de boquerones, a uno se le ha quitado el apetito.

     Y hasta una cosa tan sencilla como poner a  secar la ropa, puede traer complicaciones inesperadas, por ejemplo el otro día me cayeron unos calzoncillos en las cuerdas de tender del primer piso, donde vive una vecina viuda. Me daba apuro pedírselos porque precisamente eran unos calzoncillos pequeños, rojos, elásticos, tipo slip, eran en verdad impresentables para una coyuntura así. Yo pensé que la vecina los dejaría en el poyo de la escalera y todo quedaría en el anonimato. Y es el caso que la señora los dejó donde yo pensaba. Yo los cogí y al bolsillo. Pero al día siguiente, a eso de mediodía, estaban en el zaguán cuatro vecinas de “marujeo”, venían de la compra y paso yo todo serio hacia la escalera y me dice la viuda:

     - ¿Cogió usted los calzoncillos ayer…? – Y las cuatro se volvieron de golpe. Pienso que los verían los 27 vecinos de la escalera. Yo bajé la cabeza y subí unos escaloncitos en plan gimnasta, haciéndome el loco. Hace falta mala idea.

     Y otro tema es la compra, algo que parece sencillo pero que tiene también su praxis. Uno, que duerme poco, se levanta a las seis y media de la mañana, con la “fresca”,  va al mercadillo de Teulada, y como a esa hora no hay casi nadie, me planto en el primer puesto que veo y con decisión y soltura, digo:

     - Deme una bolsa… (para las naranjas) y póngame kilo y medio de berenjenas, que no sean muy gordas, que no me caben en el frigo; dos kilos de melocotones, uno de ciruelas amarillas, ¿tiene patatas? dos kilos, un kilo de pepinos, otro de uva… esta uva no es de aquí ¿verdad? -  y  así  hasta  que, más o menos, pienso que tengo el carrito lleno… - El vendedor pone las bolsas en fila, me alarga el papelito, me mira y me pregunta:

     - ¿Quiere usted un poquico de perejil? – Yo desconocía que es una técnica de merchandising mercadillero ofrecer perejil a los clientes. (No viene mal con un chorrito de aceite para la sepia a la plancha).

     Anécdotas y particularidades aparte, yo considero la soledad una necesidad del hombre civilizado, solo las personas carentes de vida interior no saben darle un sentido al ocio; y desde luego las cicatrices del alma vienen por lo general de fuera, a veces de los enemigos, más veces de los amigos y casi siempre de las personas que más queremos. Los mejores placeres, la lectura, la música, la creatividad solo se pueden experimentar en un estado de aislamiento. Y después de todo, el recogimiento siempre es una forma elegante de no molestar a los demás con la intemperancia de nuestro ego. Como dijo Baudelaire: “Casi todas nuestras desdichas vienen de no haber sabido quedarnos en nuestra habitación”.

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