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EL DIFÍCIL CAMINO HACIA LA PERFECCIÓN
(por Francisco L. Navarro Albert)
 

     Desde mi modesto punto de vista y tras la experiencia acumulada durante mis años de vida, he llegado a la conclusión de que la perfección no existe -al menos en el ámbito humano- pero nada nos impide que emprendamos el camino (no sé cuál) que podría llevarnos a ella.

     El camino debo suponer que es, cuanto menos, muy largo; necesariamente debe ser así puesto que vamos hacia algo que se presume inexistente y, por tanto, inalcanzable. Sin embargo, ¿qué ocurre si decidimos emprenderlo? ¿Se nos ha ocurrido pensar que lo interesante e importante en la búsqueda de la perfección no es tanto el llegar a ella, como las vivencias, sensaciones, estímulos y, por supuesto, obstáculos que encontraremos en el camino y que debemos superar o disfrutar?

     Aparte de las actividades que he desarrollado en los distintos puestos ocupados en nuestra Caja, antes he estado trabajando en varias empresas y en no pocas ocasiones me he sentido inicialmente frustrado al tener que desempeñar un cometido que se me antojaba, cuando menos, aburrido y falto de aliciente. No me he dejado llevar por estas sensaciones y he conseguido, a través del estudio, de idear nuevas formas de desarrollarlo, de relacionarme con otras personas, etc.  obtener un enriquecimiento personal enorme, que me ha permitido disfrutar trabajando, de tal manera que lejos de ser como esa carga bíblica de “trabajarás con el sudor de tu frente”, ha llegado a convertirse casi, casi, en una especie de competición deportivo-lúdica conmigo mismo intentando conseguir cada día algo más de lo obtenido antes.

Camino     ¿Es esto algo parecido a ese camino hacia la perfección? No sabría decirlo. Tan solo puedo estar seguro de que ha sido una sucesión de experiencias muy positivas, un premio que, evidentemente, ha sido consecuencia de haber arriesgado sin saber el resultado final; pero, ¿acaso el riesgo no es algo que, también, añade emoción a la vida?

     Mientras escribo estas líneas, en un receso, leo en el calendario de pared una breve sentencia:”el modo de no cambiar es no pensar” y hoy, cuando tan extendido está el dejarse llevar, cuando se produce la paradoja de que unos pocos quieren que todos pensemos como ellos o, peor aún, que asumamos lo que ellos piensan y veo que lo van consiguiendo, me rebelo contra eso y contra mí mismo. Porque renunciar a pensar significa perder la libertad y, aunque si bien es cierto que puede que nunca seamos libres del todo porque libremente hayamos elegido algo que nos ata, el día en que esa renuncia se haga efectiva habremos perdido lo que diferencia al ser humano de los otros seres: la racionalidad.

     Puede que sea respetable el propósito de quien pretende convencernos de que su perfección es la única, pero nadie nos obliga a compartirla ni a seguir su mismo camino y, mientras mantengamos encendida la llama de la ilusión, siempre tendremos abierta la posibilidad de encontrar, por  nosotros mismos, el camino -largo camino- en busca de la perfección; y si erramos en el camino, seremos los únicos responsables porque hemos elegido libremente.

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