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Mª Teresa Ibañez Benavente

CUMPLEAÑOS FELIZ

(por Mª Teresa Ibáñez Benavente)


El mes pasado fue el cumpleaños de mi esposo. Me levanté un poco triste pensando que ya era el cuarto año que él no estaba para poderlo celebrar pero, a la vez que la tristeza y la nostalgia me embargaban, mis labios se curvaban en una leve sonrisa pues me vino a la mente una pequeña anécdota que ocurrió precisamente un día como ese. Os la voy a contar:

   

Mi esposo, Manuel Lucas, podía parecer a simple vista un poco brusco, pero tenía mucha bondad y se desvivía por ayudar y hacer felices a los que tenía cerca. Conmigo estaba lleno de detalles. No había un santo, cumpleaños o aniversario de boda en que me faltara su regalo.

  

Él, entonces, trabajaba en la Caja y madrugaba bastante, yo me levantaba más tarde pues como solo éramos dos me sobraba tiempo para tenerlo todo a punto cuando él llegaba. Para no despertarme cuando se iba por la mañana siempre se vestía y desnudaba en una habitación que hay a la entrada de la casa y que apenas usábamos para otra cosa.

   

La víspera de cualquiera de estos acontecimientos llevaba sin que yo lo viera un cubo con agua que escondía en un rinconcito de esta habitación. Cuando llegaba a medio día entraba sin hacer ruido y ponía en el agua un hermoso ramo de flores. Al día siguiente, cuando me levantaba, encontraba en la mesa del comedor las flores en un jarrón y junto a ellas un paquete, algunas veces muy pequeño y con algo dentro muy valioso y, además, lo que más me gustaba, una cartita de felicitación escrita siempre con tinta roja. Las tengo todas guardadas en un estuche de piel. Intenté leerlas hace unos días, pero no pude pasar de la primera.

  

Puede que todo esto a alguno de vosotros le parezca un poco cursi, y tal vez lo sea, pero a mí me gustaba, él lo sabía y lo hacía con ilusión y cariño.

  

Un año en que no tuve ocasión de poderle comprar nada para su cumpleaños (mis regalos siempre eran más corrientes) se me ocurrió escribirle una poesía para felicitarle. La escribí, y como se me hacía tarde para preparar la comida doblé el papelito y me lo guardé en el bolsillo de la bata que llevaba. Yo quería que él encontrara mi felicitación por la mañana al levantarse, como hacía él conmigo. No sabía dónde ponerla para que le llamara la atención y se me ocurrió ir a la habitación donde se vestía y ponérsela dentro de un zapato. La saqué del bolsillo de la bata y dobladita como estaba la dejé allí.

   

A media mañana del día siguiente le llamé a la Caja para felicitarle de viva voz y al ver que no me decía nada de la poesía le pregunté si le había gustado la felicitación que le había puesto en el zapato…

  

- ¿en el zapato?, me dijo, en el zapato había un papelito que decía “Buñuelos de viento de mamá”: 2 huevos, 4 cucharadas de aceite crudo, 2 tazas de las de café… etc. etc. ¿qué felicitación es esa tan rara?

  

De momento me quedé callada y luego me eché a reír comprendiendo lo que había pasado. Debía llevar esa receta desde hacía tiempo en el bolsillo de la bata donde metí la poesía y saqué el primer papelito que toqué, sin saber que había otro. Así se lo expliqué y él también rió. – Esos buñuelos deben de estar buenos, me dijo, ¿por qué no los haces de postre?

  

Los hice y salieron muy ricos. Por la noche salimos a cenar y lo pasamos muy bien.

  

¡Hay que ver! Para una vez que me pongo romántica le felicito con una receta de cocina.

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