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Gaspar Llorca Sellés

LAS OBRAS BUENAS O MALAS SIEMPRE RETORNAN
(por Gaspar Llorca Sellés)


Yo soy el narrador, responsabilidad ninguna; y en todo caso los dedos que teclean lo que los oídos escuchan. Protagonista y autor, la voz que dicta:

  

Era una tarde noche del mes de noviembre, el cielo rojizo y la tierra en sombras. Salí a dar un paseo. Del lugar se contemplaba un mar allanado por viento reciente y unas lucecitas, verdes y rojas como hermanas, que se deslizaban sobre él en busca del refugio. Iba, si te parece cursi no lo pongas, embelesado en aquel cuadro de semi oscuros, gaviotas planeando en busca del claro. Nada de ruidos, unos pasos, sí, pasos oí tras de mí, y una voz quebradiza que decía “la cartera o le meto esta hoja hasta la ingle”. Susto rápido y pasajero, el embeleso absorbido por mi espíritu me cubrió una tranquilidad asombrosa, y con voz calmada le respondí: “baja la navaja y toma lo que llevo, unos 20 euros, pero con la condición de que te los regalo, déjame hacer mi obra buena de hoy. Por tu agitación deduzco tu inexperiencia; toma el dinero en concepto de préstamo, no de limosna, y  no te conviertas en un chorizo, aleja la tentación y no dejes que te robe libertad, y no conviertas tu vida en un continuo temor hacia las leyes”. De un zarpazo agarró los billetes y escapó corriendo, de vez en cuando se paraba y volvía la cabeza para mirarme y hasta creo que antes de desaparecer levantó la mano y la agitó llena de gratitud.

  

Ocurrió hace algún tiempo, y por entonces me hice político. He llegado a ser alcalde de mi ciudad, me he casado, tengo hijos, soy apreciado y creo que la gente me respeta porque piensa que soy justo.ç

  

Y vamos a mi época de gobernante, al principio llevaba en mi macuto mucha ilusión, mis intenciones siempre fueron rectas y justas, cuando tenía que oponerme a algo en beneficio de la mayoría sufría por los desencantados. Años he pasado aprendiendo mucho de las personas, no cabe desprecio sobre ellas, todo el mundo es egoísta por naturaleza. Ser condescendiente y  poner unos límites a los egoísmos era mi conducta. Y así en el correr de los años, aunque el Ayuntamiento es una cosa viva con múltiples problemas diarios, se enquista uno y se cubre de un caparazón que te aísla bastante y llegas a rozar la indiferencia.

   

En estas circunstancias pasaron muchos sucesos con cargas más o menos profundas, los halagos te engreían, te sentías amo de todos y todo, recibías lisonjas, algún regalo minúsculo, te hacían favores menores que al principio rehusabas y luego admitías sin importarte ni medir consecuencias. Y así sucedió que una finca rústica heredada por mi mujer la vendimos por diez millones de pesetas, un tiempo después la volvimos a comprar por veinte, ya con la recalificación de zona urbana y ya  más tarde se vendió por cientos de millones. Mi actuación fue legalmente engañosa, me deslicé en lo que se llamó especulación. No fui el único, todo el mundo entró en ello, lo que calmaba mi conciencia. Se compraban inmuebles casi sin dinero, letras, préstamos, y en nada la rápida venta te aportaba pingües beneficios si no llegabas a doblar el capital. En el Ayuntamiento se recalificaban terrenos por doquier, las licencias de obras nos reportaban grandes beneficios, las arcas municipales se llenaban, liquidamos las deudas y los préstamos bancarios, la especulación nos hacia ricos, y era un pecado o una virtud que todo el mundo que podía lo practicaba. Se constituyeron grandes y pequeñas fortunas, todo iba en marcha, aquello era el no va más, y como el no va más del circo el trapecista tenía que guardar el equilibrio.

  

Disfrutando de la poltrona, cierto día me pidió audiencia un ciudadano cuyo nombre no me decía nada, le di permiso y se presentó y sin más preámbulos me soltó: “Usted no pueda recordarme, vengo a devolverle el préstamo que salvó mi vida, permitiéndome ser un ciudadano honrado y crear una familia feliz; aquí tiene los 20 euros. Deseo con toda mi alma que este retorno le produzca el milagro que cuajó en mi. Dios le bendiga.

  

Algo se despertó en mí que me hizo abandonar la política, en mi hogar existía la  concordia y armonía, no quería perderlo por nada del mundo. Así con mi mujer, que siempre le asustaron aquellas riquezas rápidas, empezamos a buscar solución y salida a nuestro estado de egoísmo y avaricia, que era alertado, según nosotros, por la señal tan clara de aquel que salvé y fue un buen hombre, y ahora venía a avisarme y al mismo tiempo darme las gracias.

  

Fue difícil, la especulación es una cadena cuyos eslabones se multiplican, y no puedes volverte atrás, y cada uno es libre en la  unidad, si se rompe uno, dos o más, ella sigue. Del precio exorbitante de la primera finca, nada se podía hacer, se construyeron miles de viviendas y en eso como siempre ganaron todos, el constructor, las instituciones, la inmobiliaria, los obreros y demás oficios, las reventas, y en las simples compras: el actor, que veía como su precio aumentaba día a día. Nadie podía optar a la devolución ya que todos ganamos. La compra y venta de los inmuebles era y es libre mercado, no está penado. Nuestros escrúpulos fueron algo calmados con un respetable donativo que hicimos al Hospital-Asilo y nos juramos vivir de los sueldos de los dos.

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