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Manuel Gisbert Orozco

 

CUESTIÓN DE FALDAS 

(por Manuel Gisbert Orozco)


     Dentro de poco más de un año vamos a conmemorar el mil trescientos aniversario ¡cómo pasa el tiempo¡ de la conquista árabe de España; y todavía no se aprecia el fragor de los fastos y verbenas para su celebración.

     Si cogemos un libro de texto de “Historia de España” de la época franquista -los actuales solo hablan del “Estatut”- nos enteraremos que en el año 711 Tariq y Musa invadieron España derrotando, en la Batalla de Guadalete o en las Lagunas de la Janda, a Don Rodrigo. Traicionado por los partidarios de Witiza y del nefasto Conde Don Julián.

     Sin embargo la cosa no fue tan simple y la verdadera historia es merecedora de incluirse en los anales de “Falcon Crest” o ser el inicio de un guión que, como “Amar en tiempos revueltos”, pueda prolongarse durante los próximos mil años.

     El rey Witiza había heredado el trono de su padre Egica y nombró sucesor a su hijo Agila cuando éste apenas contaba con diez años de edad, rompiendo la sana costumbre que tenían los visigodos de elegir sus reyes democráticamente, aunque previamente hubiesen asesinado a su antecesor.

     A la muerte de Witiza los nobles hicieron caso omiso del nombramiento de Agila, que ya era un mocetón de 24 años, y nombraron rey a Don Rodrigo, señor de la Bética, de un valor incuestionable. Los partidarios de Agila, en franca minoría, no tuvieron más remedio que ceder y emigraron a una región que entonces se llamaba Tarraconense y hoy es Cataluña.

     Don Rodrigo tenía por esposa a la bella Egilona, que le ponía los cuernos con su guardaespaldas Pelayo, hijo de Favila que había sido asesinado por Witiza unos años antes. El rey, a su vez, correspondió a su esposa teniendo como amante a Florinda la Cava, hija del Conde Don Julián, gobernador de Ceuta y encargado de prevenir los movimientos de los árabes y avisar de una posible invasión. Las crónicas dicen que Don Rodrigo, gallardo y varonil, sedujo a Florinda, mientras su padre opinaba que la había violado, de ahí su odio. De todas formas hay que tener en cuenta que el apodo de “la Cava” no era porque le gustase el vino espumoso, sino porque “Cava” en árabe significa prostituta.

     Don Julián no avisó de la invasión y cuando los visigodos se dieron cuenta ya tenían a los musulmanes en la península. Don Rodrigo y su ejército se hallaban combatiendo a  los Vascones y cuando se disponían a regresar al sur, se vio sorprendido por una revuelta en lo que hoy es Cataluña. No se sabe si pedían la independencia o la aprobación del estatuto, aunque posiblemente fue una argucia de los partidarios de Agila para entretener a las tropas reales, ya que estaban conchabados con los árabes.

     Cuando finalmente Rodrigo no tuvo más remedio que poner rumbo al sur, ante las alarmantes noticias que llegaban tuvo el error de reclutar, durante el trayecto, gente del Obispo Don Oppas y del Conde Sisiberto, hermanos de Witiza y que se la tenían jurada.

     Los musulmanes que desembarcaron, pertenecían a unas tribus belicosas capitaneadas por el árabe  Musa Ben Nusayr que eligió a Tariq Ben Ziyad para conquistar España. Primero llegó una avanzadilla de 500 guerreros al mando de Tarif Abú Zara, con la intención de saquear cuanto pudiesen y regresar a África apenas oliesen la presencia de las tropas reales. Sin embargo su ausencia dio tiempo para concertar un pacto con los partidarios de Witiza, para derrotar a D. Rodrigo y obtener una suculenta recompensa.

     Cuando Rodrigo llegó a la orilla del río Guadalete con 40.000 hombres, aunque muchos de ellos no fiables, se topó con 20.000 musulmanes. La ventaja de los cristianos era evidente, pero mientras las pesadas armaduras y espadas de los godos se hundían en el lodazal, los musulmanes cubiertos apenas con un peto y armados con ligeros alfanjes campaban a sus anchas. Después de siete días de un calor sofocante y agotadores combates, los cristianos se vieron sorprendidos con la huida de las tropas de D. Oppas y Sisiberto que cubrían los flancos y no tuvieron más remedio que claudicar.

     Don Rodrigo murió en la refriega. Musa, ante el caramelo que tenía entre las manos, rompió el pacto y bastante hizo con respetar el rango de los traidores. Se casó con  Egilona, la viuda de Rodrigo, e incluso se convirtió al cristianismo, eso fue demasiado para el Sultán de Damasco que envió seis sicarios para que le diesen el finiquito.

     Pelayo salvó la piel en Guadalete, se estableció en Asturias, vivía pacíficamente y pagaba religiosamente los impuestos. Hasta que el cacique de la zona Abd Munuza se encaprichó de su hermana. Como no lo podía consentir, comenzó la reconquista en Covadonga. Y es que la historia es todo una cuestión de faldas.

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