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ALICANTE, ENTRE GASTÓN Y BAEZA
(por Vicente Ramos Pérez)

Vicente Ramos


     A la constelación de grandes escritores y  artistas que aureolan el nombre de la capital lucentina a lo largo del último siglo, proyectando su luz más allá de las fronteras patrias, pertenecen por méritos propios los pintores Gastón Castelló y Manuel Baeza que hoy recordamos con cariño al cumplirse el vigésimo tercer aniversario de sus fallecimientos.

Gastón Castelló     Gastón y Baeza son palabras esenciales no sólo en el orbe artístico, sino también en el verbo que universaliza el nombre de esta tierra, hontanar de inagotables hermosuras, pues, insistiendo en el prodigio, Alicante, además de significar “el sueño de una ciudad” que asombró al viajero Daniel Fortín, es la urbe casi mítica, casi sagrada, trascendida por un mar humanizado, en la que, como dijo Miró, “todo ofrece una belleza nueva, desconocida”.

     Gastón y Baeza ejemplarizan dos estilos complementarios, dos interpretaciones magistrales de esa belleza que forja día a día, secularmente, la razón de ser del alicantino.

     Extrovertida mirada la de Gastón, introvertida la de Baeza; modelador de lo sensual aquél, cultivador del espíritu éste; pesquisidores ambos del portento que nutrió sus ensueños.

     “En mis buenos tiempos –manifestó Gastón en 1983- , me aferré a la forma de ver las cosas, a la estilización, y ninguna moda se cruzó en mi camino”.

Manuel Baeza     Ese aferrarse a las cosas es el sensualismo o, si se quiere, el realismo que se derrama de la personalidad de Gastón, en cuya obra vemos y tocamos el cuerpo de nuestra ciudad y casi el alma del pueblo en su nuda y rutilante existencialidad. La estilización de que habla el artista se  plasma en el modo cartesiano de aprehender lo alicantino con sello inconfundible. Y, en virtud de tal autenticidad, Gastón confesó con plena verdad: “Alicantino, sí; hasta la médula”. Y este aserto, agregamos, con cariz de aire cotidiano y cuasi fisiológico define el talante artístico del gran pintor.

     Si nos acercamos al otro vial alicantinista, Baeza se nos aparece instalado en la compleja y fértil autocontemplación de los veneros personales que se confunden, por su génesis, con los de su tierra nativa. La empresa artística radicó en ir descubriendo y dando forma a esas profundas galerías del ser individual y colectivo, por lo que  Baeza declaró en 1980: ”pinto de dentro a fuera, y ya nada del natural”.

     En consecuencia, Alicante, artísticamente hablando, significó para Baeza una inmensa y venusta realidad subjetiva que le exigía imperiosamente su traslado al color más que a la línea.

     Digamos, por último, que lo que vincula a estos dos pintores entre sí y al laurel de la citada pléyade es el ingenuísimo de sus vidas como hombres y artistas.

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