Siempre a mis pies estuviste
y mi destino arrastrabas
sin palabras, malos modos,
ni tan solo una mirada.
Nada que no quisiera darte pedías
y, si un poco yo te daba,
con ese poco refulgías
con un brillo que cegaba.
Te llevé por malos sitios
mas, tú por mi procurabas,
evitando que me hirieran
los tiempos fríos,
los malos vientos, la escarcha.
¡Que buen vasallo que fuiste!
¡La tierra, por mi besabas!
Mis pasos firmes seguían
las huellas por ti dejadas.
|
Y, cuando un triste día
por tu aspecto no te quise,
sin mediar una palabra,
presto a un lado te hiciste
cediendo tu puesto por nada.
En un rincón yo te tuve
y, de soslayo, miraba.
Tu aspecto era impasible
y, aguantando mis miradas
aun, a mis pies, seguiste.
Adiós, zapatito negro.
Ahora que tu brillo se apaga
por falta de crema y de lustre,
en frío contenedor acabas
|