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Gaspar Llorca Sellés

LA CASA MELANCÓLICA
(por Gaspar Llorca Sellés)


     Pedaleando por La Marina, a las puertas de El Marquesat, hablamos y conocemos gentes de nuestro entorno, paisanos, paisanos con sus orígenes de roca, muy poco erosionados, con fantasías e historias que no solamente les gustan a ellos sino que también les encantan a la gente, a los niños y a los viejos; cuanto más ingenuas, más varean los sentidos y el ánimo, y encharcan nuestro interior de inteligencia emocional.

     Llegamos sudorosos a un pueblo, y sentados en un bar, alrededor de dos mesas que ocupaban casi toda la calle, nos servimos refrescos, más bien, todo hay que decirlo, un vinillo que acompañaba a unas butifarras con pan caliente, ensaladita, y unos tomates, olivas y pimientos en salmuera, que nos excitaban los jugos gástricos y alargaban los dientes. Entre pase y pase de la charraora (porrón) invitamos a un lugareño de aspecto señorial que con paso cansino cruzaba la calle. Nos acompañó en el trasiego y el bendito espíritu de la tierra, negro y rojo, desató lengua y mimo. La voz cavernosa y cautivadora del invitado se impuso silenciándonos con su interesante relato:

     - Hay lugares que gustarán ver, pinos enormes, una carrasca que entre siete hombres no la pueden abrazar; en el confín norte se encuentra  un verdadero balcón que contempla un extenso valle con tres puntos blancos que son pueblos del contorno. También pueden visitar una casa de leyenda que la llaman El Saludo, no está lejos, está medio derruida; con vuestro medio de transporte en unas pedaladas se llega al lugar. Se va por ese sendero que como serpiente se enrosca por el verde de enfrente; es seguirlo y cuando lleguéis a la cima del pinar pronto la divisaréis. ¡Chimo!,-al de la posada-, llena el porrón con vino de la Carrasca, el popular, cosecha del 99, y esto a mi cargo. ¡No! No me deis las gracias, es mi ofrenda a este rato de categoría que estoy compartiendo con vosotros, quizás hijos o nietos de amigos.

     - Don Juan, -dice Chimo- explique el misterio de “la Casa”.

     - No hay misterio alguno, sino leyenda y superstición contagiosa todo junto, también a mí me ha rozado en algún sentido. Vamos a ello, en la casa tenia morada una pareja con su hija de unos siete años. Como luego veréis, si es que vais, en la parte alta del edifico hay tres balcones, el del centro da a una habitación que era de la hija. La familia era rara en sí, y la niña pocas amigas tenía y no salía nunca a jugar. Se la veía de lejos siempre detrás del cristal saludando a todo el que pasase por el camino, tanto es así que el pueblo la bautizó como la casa “El saludo”.

     - Ocurrió una noche de tormenta, esa de rayos y relámpagos que se cuentan por miles, muy frecuentes en nuestra tierra, se dice que fueron siete los rayos que cayeron sobre ella, lo que produjo un incendio que la destruyó en parte. En la fachada, encima del balcón del centro hasta la torres, hay tres quemaduras claras y grandes en que se lee con facilidad un nombre: “INÉS”; dicen que así se llamaba la niña. Tras el desastre, encontraron los cuerpos del matrimonio medio carbonizados, el de la niña ni rastro, su cuarto quedó incólume, solo una muñeca de trapo tirada en el suelo bajo un cristal roto del ventanal. Y ahí viene la historia, si se pasea en soledad por sus cercanías y se dirige la vista al balcón se ve una sombra moverse con movimiento pendular, quizás sea el reflejo; todos lo niegan, por las noches se ve luz y se oye algún gemido o una risa, con frecuencia juvenil. Y en las noches de tormenta se enciende el nombre de la niña y el balcón  de su cuarto resplandece. No todos lo ven o lo sienten, suelen ser las almas más cándidas. Pero lo curioso y a eso sí que me apunto, es que quien lo padece, y no son pocos,  pasan una temporada “melancólicos”; ha habido alguno que le fue largo salir de ella. Por eso los niños tienen prohibido acercarse al lugar.- Escuchadme,- dice un cazador, también en tertulia, -yo fui con mi perro de caza a investigar y salí del lugar sin perro, desde entonces no ha vuelto a mostrarme ni un triste conejo y eso que era lo mejor del contorno; y siga, don Juan. – Bueno, eso es nuestra leyenda, pobre y torpe, puede, pero si preguntas a cualquiera del pueblo no te contestarán pero moverán la cabeza de arriba abajo. Que el espíritu de Inés, siga viviendo en su habitación, yo no me lo creo, pero los más escépticos que han intentado poner razón a ello tras investigar y visitar el sitio, al final han cerrado la boca y no han querido opinar, ni tan siquiera animándolos con el vinillo que se cosecha con las viñas de la finca, y que ustedes están probando. La masía, que por abandono y a falta de herederos pasó al pueblo, se cultiva sin remuneración, es propiedad de todos y el vino se sirve, sin abusar, a quien lo pide y su precio es voluntario; si alguien paga, cosa rara, su recaudación va a las arcas del Ayuntamiento. ¡Ah! la casa está en un montículo bastante separada de los terrenos de cultivo. Y curioso, son mujeres las recogedoras de la uva y las que la pisan.

     Nos despedimos de esta buena gente, del posadero, su señora e hija, dos del lugar que también formaban coro, y con un apretón de manos a D. Juan, montamos y salimos a coronar el collado.

     Pasamos de largo por el camino de enfrente de la casa y  cuando llegamos a la cima notamos a faltar a tres compañeros. Les esperamos un buen rato y al fin los vimos aparecer por la cuesta.

     - ¿Qué os ha ocurrido? ¿Dónde habéis ido? ¿Alguna chavala? Lleváis la cara algo demacrada, ¿algún accidente? Os veo tristes y melancólicos.

     - Te lo contaremos a ti solo, no queremos burlas, dijo Juan, (18 años). Hemos estado en la casa, y déjame que me apoye, la puerta estaba entornada y hemos entrado y en eso la niña, con una vocecita limpia y clara nos ha recibido: “Pasen, pasen, mis padres han salido, pero yo les puedo mostrar la casa”. Su cuarto fue lo primero, los cristales del balcón están esparcidos por el suelo y ella, radiante, parecía que saludase al paisaje. Salimos presurosos de la mansión sin volver la cabeza.

     - No digáis tonterías, el vinillo os ha jugado una buena...

     De vuelta hemos pasado por delante de la casa, era un atardecer de colores desvaídos. Ya lejos, he mirado al balcón y una mano nos decía “Adiós”. Una tristeza melancólica me ha acompañado en todo el regreso.

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