Índice de Documentos > Boletines > Boletín Marzo 2010
 

CUESTIÓN DE CONCEPTOS
(por Francisco L. Navarro Albert) 

 

     Uno, que reconoce tener conocimientos más bien primitivos de esa cosa que se llama economía, todo lo que sabe de ella está basado en dos principios:

a)      No gastar más de lo que se recibe.

b)      Mantener una reserva, aunque sea mínima, por si acaso.

 

Estos conocimientos  fueron adquiridos en el ámbito familiar y aunque no acababa de entender –al principio– eso del “por si acaso”, sí me parecía bastante claro lo de que gastar más de lo que se recibe, además de parecerme francamente difícil, no estaba a mi alcance ni podía permitírmelo so pena de que mis amigos me volvieran la espalda cuando se percataran de mi morosidad.

 

Bueno, pues así he funcionado y debo reconocer que no me ha ido mal. Bien cierto es que he tenido que luchar contra un entorno que me incitaba constantemente con su “compra, compra, compra y ya pagarás” oculto, a veces, con el engañoso y tentador anuncio de los puntos que me otorgaba el pago con la tarjeta de crédito. En otras ocasiones era el conocimiento de que todas las Administraciones Públicas, de que todos los equipos de fútbol, de que los partidos políticos estaban endeudados hasta las cejas, lo que me removía en la conciencia unos punzantes deseos de sumergirme en esa marea y formar parte también del glorioso grupo de los deficitarios. Sin embargo, fui fuerte y resistí.

 

Claro, con esta manera de pensar tenía que resultarme un poco cuesta arriba entender cómo el Ministro de Trabajo, en un amable escrito, me anuncia el incremento de la pensión añadiendo, textualmente: “por ello, el mantenimiento de su poder adquisitivo queda plenamente garantizado y mejorado” y, a la par, adjunta otro escrito con los datos numéricos, a resulta de los cuales voy a disponer de menos dinero que el año anterior.

 

Me ha confundido tanto esta situación que no se me ha ocurrido otra cosa mejor que escribirle al Ministro pidiéndole que me lo explique, aunque no creo que lo haga (o al menos satisfactoriamente) porque los titulares de estos cargos suelen explayarse en peregrinas manifestaciones, como otro que recuerdo respondía a un periodista diciendo: “a mi esposa también le preocupa la cesta de la compra”.

 

Con estas cosas, necesariamente tengo que apreciar una grave falta de sintonía entre quienes dirigen nuestros destinos y los que no hemos hecho otra cosa en la vida que trabajar, pagando impuestos para que nos administren bien y me encuentro con que mis obligaciones son más onerosas que las suyas cuando, por ejemplo, resulta que yo he debido cotizar 35 años para obtener la misma pensión que ellos consiguen en menos de la tercera parte de tiempo; que han abogado por la contención de mis salarios y ellos no han tenido ningún reparo en ampliar todos los años los suyos en progresión geométrica.

 

Podría esperarse que, en estos momentos de crisis, hubiera algún destello de solidaridad por su parte, que hiciera posible el amanecer de algún tipo de esperanza en los ciudadanos. Lejos de ello, son los insultos, descalificaciones, tergiversaciones y desmentidos la tónica de cada día. Debo reconocer no obstante, aunque tal vez es mi propia ansiedad la que me hace verlo así, que atisbo en los inicios de febrero del 2010 un tenue rayo de luz esperanzadora en la actitud del Ministro de Educación, que se manifiesta dispuesto al diálogo, a escuchar otras opciones para conseguir (¿será posible al fin?) una reforma de la educación que, más allá de vaguedades, extremismos y radicalidades, atienda de manera eficaz las necesidades educativas de nuestros jóvenes y se acabe el estar al albur de lo que diga el gobernante de turno y sus privilegiados asesores.

Volver