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Mª Teresa Ibañez Benavente

PADRES

(por Mª Teresa Ibáñez Benavente)


     Siempre nos acordamos de nuestros padres. No importa el tiempo que haga que los hayamos perdido ni tampoco lo mayores que seamos. Casi siempre los recordamos con amor y agradecimiento. A menudo llegan a nuestra memoria sus consejos, sus “dichos” y sus actitudes, que a lo mejor entonces no comprendimos y que al hacernos mayores sabemos que tenían razón.

     Hay muchos momentos en la vida en que estamos tristes o angustiados y quisiéramos tenerlos cerca y poder recurrir a ellos como si fuéramos pequeños y pudiéramos seguir encontrando en ellos su amor y protección.

     No hay amor más desinteresado que el de los padres, aunque como en todas las cosas siempre hay excepciones que confirman la regla. Los hay egoístas (quizás por necesidad) que quieren recoger de sus hijos todo lo que ellos les han dado primero. Mi padre decía: ¿Cuándo se ha visto que el pájaro pequeño dé de comer al grande? Ellos siempre nos dieron sin pedirnos nada a cambio.

     Con qué agrado vienen a mi memoria anécdotas que, aunque no tenían la menor importancia, me impactaron de alguna manera a pesar de ser entonces muy pequeña. En cierta ocasión, tenía unos seis años, –nací al poco de terminar la guerra- salí a comprar con la chica que había en casa; nos detuvimos en una esquina donde el pregonero estaba haciendo su pregón. Era un hombre menudo con el pelo blanco, no tenía la voz potente pero sí muy clara. Iba en bicicleta con la trompetilla colgada del cuello, paraba en las esquinas y, sin bajarse de la “bici”, cantaba el pescado que habían traído en las dos pescaderías del pueblo o si en casa de fulanito se vendía vino o en la de menganito miel. Otras veces eran cosas del Ayuntamiento, y entonces decía: De parte del señor Alcalde se hace saber: bla, bla, bla. Aquel día decía algo de la delegación del trigo. Como no entendí nada le pregunté a Fina: -¿Qué ha dicho?- Y ella, no sé si de broma o con mala idea, me contestó: -Que a tu padre le van a quitar el trigo de la cosecha.- Yo me quedé muy preocupada y desde ese día dejé de comer pan. Mis padres se dieron cuenta y, a los dos días, viendo que seguía mi raro comportamiento, me dijo mi padre: -María Teresa, ven que quiero hablar contigo.- Yo me quedé muy extrañada y a la vez me sentí muy importante (¿qué me querría decir mi padre?). Me sentó a su lado y me preguntó que porqué no comía pan, yo le dije que no tenía hambre. -¿Cómo que no tienes hambre si eres una lima?- me contestó. Entonces yo le conté lo del pregón y lo que me había dicho la chica. Me sonrió con cariño y me dijo que no me preocupara y que comiera como siempre, que el trigo no nos lo iban a quitar.

      Me sentí tan feliz, tan querida y protegida, que ese momento se me quedó grabado para siempre.

     Estábamos pasando el verano en “El Carrascal”. También estaba mi abuela y alguno de mis tíos y primos. Después de una mañana de bochorno, el cielo se fue cubriendo con unas nubes barrigudas y negras que oscurecieron totalmente la tarde. Empezaron a sonar unos truenos tremendos que retumbaban por todas las montañas. Cada vez estaban más cerca y los potentes truenos se oían muy poco después de verse el relámpago. Era una tormenta terrible. Nos metimos todos en una sala muy grande que había, cerraron las ventanas y mis tías empezaron a rezar el rosario. Los rezos, los truenos, la oscuridad, hacían que los niños estuviéramos muy asustados. Mi padre me cogió a mí y a dos de mis hermanos más pequeños y nos dijo que nos iba a enseñar algo muy hermoso. Nos sacó de la sala, nos llevó al comedor y, arrimando unas sillas a las ventanas, nos subió a ellas para que viéramos la tormenta. Fue un espectáculo fabuloso. Caían rayos sin cesar rasgando la corteza de los pinos y de las carrascas allá donde caían,  e iluminando por un momento el paisaje: el pozo blanco con los chopos, la era, la pinada “de las víboras” umbría y tras una cortina de agua…

     Fue la tormenta más grande y majestuosa que he visto nunca. Gracias a la actitud de mi padre el temor se convirtió en fascinación.

     A veces me siento como la niña de la publicidad que decía: “Mi papá lo arregla todo, todo y todo”.

     ¡Qué importante es el comportamiento que tengan los padres delante de sus hijos! Pues aunque sean niños y parezca que no entienden lo que se dice o se hace, no es así. Quedan cosas en la memoria que, aunque en el momento de vivirlas no las hayamos comprendido, después se juzgan.

     Yo, como la mayoría de las personas mayores, tengo un recuerdo maravilloso de mis padres guardado en el corazón.

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