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MUJER
(por Francisco L. Navarro Albert) 


Hoy mismo comentaba con  otra persona que, a lo largo de mi vida, jamás he conocido a una mujer a la que tildar con el apelativo de “vaga” y, sin embargo, puedo afirmar con rotundidad -porque conozco casos- que sí, que existen hombres “vagos” que merecen de sobra ocupar el número uno de la lista en ese apartado, que tan poco dice en su favor.

     

La mujer vive en un mundo diseñado por el hombre y está algo así como el pez fuera del agua, pero con la gran diferencia de que sabe adaptarse rápidamente y mucho mejor que él a las diferentes variables de su entorno, por lo que la adversidad no es sino otro más de los múltiples obstáculos que sabe superar -y lo hace- a la vez que contribuye, como solo ella puede hacerlo, a la perpetuación de la especie.

    

Erróneamente -desde mi punto de vista- alguien ha pensado en celebrarEl Día de la Mujery no es que piense que la mujer no merece ser tenida en cuenta. Muy al contrario, lo que me irrita -al igual que en casos similares- es que pretendamos durante un día al año hacer visibles cualidades, hechos, circunstancias, que no demuestran otra cosa que la incapacidad de la sociedad para acoger a todos y cada uno de sus miembros, con independencia de edad, sexo, creencia, condición social, etc. como un miembro de pleno derecho que tiene, además, en este caso y sobre sus hombros (mejor en su seno) la única posibilidad de contribuir al desarrollo de la sociedad, como he citado antes, perpetuándola.

  

Así, hemos llegado al “Día del Padre”, “Día de la Madre”, “Día del Niño”, “Día de la Mujer Maltratada”, … y tantos otros cuya significación no siempre se corresponde con una reivindicación de derechos o del papel que representa en la sociedad el homenajeado, sino con la maniobra propagandista cuyo trasfondo no es otra cosa que “compra, compra y compra”.

  

En países con un nivel de desarrollo equiparable al que teníamos en España hace cincuenta o más años, vienen desarrollando desde mucho tiempo atrás una política de “micro créditos” de la que es destinataria la mujer, habiéndose demostrado la capacidad de ésta para crear economía a partir de pequeñas inversiones en tanto que el hombre -rey de la creación- sagazmente pierde el escaso crédito que le va quedando dedicándose a la encomiable labor de que las fábricas de aguardiente y ron no entren en suspensión de pagos o como quiera que se llame eso ahora, a base de manejar la botella hábilmente mientras juega una partida de cartas.

  

La capacidad de adaptación de la mujer la lleva a aceptar cualquier tipo de trabajo, aun  vejatorio, con percepciones salariales que el hombre rápidamente desecharía (“yo, por esa miseria no trabajo” -diría éste, seguramente) porque antepone la supervivencia de la propia familia al orgullo machista incapaz de la generosidad que supone la renuncia del “yo” persiguiendo el beneficio de “nosotros”. Obviamente, no se trata aquí de validar el deleznable proceder de quienes se aprovechan de estas circunstancias de necesidad, sino de exponer una situación que se produce, para vergüenza de nuestra sociedad civilizada (¿?).

  

Las personas que se dedican a la política (no solamente los hombres) deberían considerar la ventaja que supondría acabar con las desigualdades sociales que dependen de la sociedad, delnosotros”. Si todos tuviéramos los mismos derechos, nadie podría reclamar porque se le exigieran las mismas obligaciones y así, entre todos nosotrosestableceríamos una sociedad fuerte. Quien -en oposición- fuera partidario de seguir cultivando el yo” se autoexcluiría de esta sociedad en la que no tendrían cabida quienes, no estando incapacitados por algún motivo, pretendieran vivir a costa de los demás.

  

Lamentablemente, aún ahora, no parece existir un interés muy marcado en trabajar en éste sentido porque las políticas educativas de los últimos años más parecen tendentes a formar ciudadanos de segunda clase en los que la cultura sea la excepción diferenciadora en lugar de ser la normalidad integradora.

  

Se plantea con frecuencia el tema de la paridad, pretendiendo que en todas partes haya un número igual de hombres que de mujeres, en especial en los puntos de decisión. Personalmente nada tendría que objetar, siempre que este equilibrio no tuviera que ver con el sexo de cada cual, sino con su capacidad para desempeñar las tareas, pues tan injusto es dar prioridad al hombre como hacerlo con la mujer simplemente por cubrir un porcentaje sobre el papel.

  

Machismo y feminismo me parecen movimientos que pretenden, cada uno por su lado, acentuar la diferencia entre los sexos y la prevalencia de uno sobre otro. Yo, como hombre, estoy por la labor de aceptar que soy igual a cualquier mujer, en tanto que -como profesional, intelectual, etc.- solo seré superior a aquella determinada mujer si demuestro que, habiendo tenido en su mano las mismas posibilidades que yo y en disputa por conseguir un determinado puesto en la sociedad, mi capacidad de desempeño está sobre la de ella.

  

Lo demás no es otra cosa que demagogia y para escuchar lo que me interesa me basta con hablarme a mí mismo.

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