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EL OLOR DE LA MADRESELVA
(por Gaspar Pérez Albert)


     Corría el verano del año 1989, del 90 o puede que fuera del 91. No lo recuerdo con exactitud. Una noche, después de un caluroso día, llegué a la casa del pequeño pueblo en que nací y pasé mi niñez y mi adolescencia. Allí solía acudir a pasar algunos días o fines de semana, sobre todo en verano, desde hacía varios años, desde el día en que, por razones de trabajo principalmente, tuve que dejar mi lugar de origen y trasladar mi domicilio. Y esa noche, estando a la puerta de la casa tratando de aprovechar el incipiente fresco nocturno para refrescarme un poco en compañía de mis familiares, percibí el agradable olor que desprendía una madreselva que crecía en un pequeño huerto situado frente a la vivienda. Ese era, precisamente, el mismo olor que ya percibí en mis años jóvenes en el mismo lugar y en las mismas circunstancias. Y al tiempo de la percepción de tan sugerente aroma para mí, acudieron a mi mente un montón de recuerdos de cuanto ocurría a mi alrededor en aquellos años de mi niñez y adolescencia. Y, al unísono, pensé mirando a mi hijo, ya hecho un hombre, que me acompañaba, que de todo aquello nada sabrían las generaciones posteriores a la mía y podría ser, sin duda, interesante para ellos conocerlo, puesto que todo lo que entonces sucedió podría ser un poco la historia de nuestro pequeño pueblo y al mismo tiempo sus raíces. Por eso entendí que sería positivo que alguien que lo hubiera vivido dejara contado por escrito todo cuanto recordara, para conocimiento de las generaciones posteriores. Y enseguida pensé que ya que la idea había sido mía, también yo debería ser el encargado de realizar esa tarea.

     Nunca antes había escrito nada más allá de mis ejercicios escolares, por cierto, pocas veces relativos a la lengua o la literatura, puesto que mis estudios no eran precisamente de letras, pues sólo llegué a estudiar el Profesorado Mercantil dadas las limitadas posibilidades en aquel tiempo y lugar. Además de ello sólo llegué a redactar alguna simple carta o nota a cualquier familiar o amigo, pero también en contadas ocasiones. Así que la tarea, por falta de experiencia y, sobre todo, de capacidad, era sin duda difícil y ardua. No obstante, me armé de valor y me dispuse a hacerlo. Varias veces lo empecé y luego lo dejé, hasta que un verano, ya llegada mi edad de jubilación, me decidí a escribir para relatar mis recuerdos infantiles y juveniles, y al mismo tiempo todo lo que me rodeaba y ocurría a mi alrededor en la vida diaria de mi pueblo. Escribí cosas sueltas que luego me costó muchísimo ordenar y clasificar en capítulos, hasta que nació así mi pequeño primer libro, cuyo contenido resultó tan del agrado de mis paisanos que hasta llegó a editarse y venderse para fines benéficos del pueblo. Pero eso ya es otra historia y la que aquí he narrado es tan solo parte de mi vida personal, que, seguramente, no interesará a casi nadie. Sin embargo me he atrevido a contar las peripecias que me hicieron perder el miedo a escribir y hasta me llevaron a publicar un libro. Y he querido que las conozcan sobre todo para recalcar que mi falta de experiencia, mi inexistente base literaria, y mi nula capacidad, son el motivo de las muchas faltas e imperfecciones que, sin duda, se advierten en mis escritos y colaboraciones. No quiero con ello pedir disculpas, pero sí que tengan en consideración mis motivos y se muestren comprensivos y benevolentes a la hora de leer, entender y juzgar cuanto escribo. Si fuera así, les doy las gracias de corazón, como también se lo agradezco profundamente a la madreselva que crecía en mi huerto y que me sirvió, con su particular aroma, de fiel recordatorio e inspiración.

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