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ARGIMIRO Y LAS RAZONES PERSONALES
     (por José M. Quiles Guijarro)
     

José Miguel Quiles


     Argimiro es una de esas personas que uno no sabe muy bien de qué conoce, ¿del Instituto? ¿de los futbolines? Es el caso que cada mañana cuando me cruzaba con él, en nuestra caminata mañanera, nos saludábamos, a veces nos dábamos la mano, otras nos limitábamos a un breve movimiento de cabeza.

    

Hace unos días, nos detuvimos, cruzamos unas palabras sin transcendencia sobre el tiempo y al despedirse me dijo: “¡Oye…por cierto, dale muchos recuerdos a tu mujer, a Menchu!”. Me quedé pensativo, ¡coñi!, "¿Tantos recuerdos le tengo yo que dar a  mi mujer?”  Lo dijo con un tono de amable cortesía pero a mí  me pareció una insolencia. Así que le dije a Menchu: - …Oye Menchu, muchos recuerdos de parte de Argimiro…

  

Menchu me miró sorprendida y me preguntó toda interesada “¿Te refieres a Argimiro Doménech? ¿Jimmy? ¿Un chico alto, de ojos azules…?”.

  

- Debe ser, sí… un tal Argimiro… - le contesté asombrado de ver que le causaba tanta sorpresa y de que le llamaba “chico”. Por lo visto yo no conocía de nada a Argimiro, el que lo conocía era mi mujer.

   

- ¡Huy Argimiro! el tiempo que haceee… no sé si sabrás que Argimiro Doménech  fue el amor imposible de mi amiga Laura, ¡Huy! Jimmy era el soltero de oro

  

- Mujer… no sabía yo que el tal Argimiro…-  le dije yo, con un poco de retintín. Entonces Menchu con ese instinto tan certero que tienen algunas mujeres para la belleza y esa facilidad de expresión para un tema que dominan, me explicó ya con más detenimiento:

   

- ¿Cómo te diría yo? Guapo, guapo no era el chico, era un chico con clase, ¿me entiendes? con estilo, se parecía un poco a Robert Taylor…así… fino de cara, él, los ojos azules, ropita buena…

  

      Aquella descripción de Menchu sobre la “clase” de Argimiro me estaba tocando la moral, de repente a Menchu parecía habérsele anegado la mente de recuerdos.

     

- “¡Huy, calla!, recuerdo una tarde en un guateque en la Playa de San Juan en casa de Eduardito Más ¡qué risa!, estábamos Laura y yo juntas mirándole y muertas de risa las dos,  él tampoco nos quitaba ojo, Laura creía que le iba a pedir un baile, y va y pone en el pick-up una canción “lenta” que a ella le gustaba, una de Lucho Gatica y venga mirarle y se acerca él, llevaba un pañuelito al cuello, y me pide el baile a mí, todavía me acuerdo… yo, por dentro, es que me meaba de risa. Laura estuvo dos semanas sin hablarme.

  

Siempre he sido demasiado orgulloso para mostrarme celoso, los celos generalmente son propios de personas débiles, pero aquello rebasaba mi capacidad de disimulo y de resistencia. En esta ocasión, los celos como murciélagos revoloteaban en mi cerebro.

    

- Luego él ya conoció a Feli Campos -continuó Menchu- y dejó la pandilla, Feli era una chica monina,  rubia. Laura se casó ya más tarde con Manolo un representante de farmacia, rechonchete él, un poco culón. En aquel tiempo, ya te digo, Argimiro era el guapo de la pandilla… - Todavía, animada de recuerdos me hizo una larga exposición sobre el curriculum vitae de todas sus amigas, si se casaron, se divorciaron…

  

 Los celos son distintos en el hombre que en la mujer. En el hombre los celos provienen de un atentado a su más íntimo machismo, son una consecuencia psíquica derivada de la misma testosterona. Esa necesidad del macho de ocupar el terreno propio, sin interferencias.

   

A mí los problemas conyugales me llevan inexorablemente a una suprema reflexión: Huir a tierras vírgenes y vivir en la más natural y salvaje poligamia, y me veo copulando con un chimpancé hembra bajo un sauce gigantesco. La monogamia y el matrimonio no se apoyan en leyes naturales, sino en convicciones sociales.

  

Apenas pegué ojo esa noche. Así que al día siguiente me lancé a mi caminata,  lleno de “razones personales”, con la resolución de encontrarme con Argimiro. El “Robert Taylor” me inspiraba un odio irracional y el odio lleva casi siempre dentro el germen de la envidia, demasiado guapo era el tal Argimiro…

  

Lo avisté de lejos y, después del saludo de rigor, me ofrecí a acompañarle. “Nada hombre ¿vas hacia allá?, te acompaño…”  Era violento abordar el tema y temí perder los papeles antes de empezar. Yo llevaba cara de “Vente a la calle conmigo…” así que opté por el cinismo más plebeyo y simulando una súbita e irreprimible alegría, (como dándole la bienvenida a la familia), dije: - Oye Argimiro, por cierto, que muchísimos recuerdos de parte de Menchu… ¡¡Y fíjate… yo que no sabía que fuerais tan amigos…!!

  

– Argimiro era algo más alto que yo, a mí me pareció un jubilado presumido de esos que se empeñan en mantener tieso el mismo tupé desde hace 60 años y se ponen el sueter abrazado al cuello. Uno de esos viejos felices de haber encontrado el pegamento ideal para la dentadura. Debía de ser seguramente de derechas, un conservador de los que no tienen nada que conservar. Caminábamos los dos muy cerca y me llegaba su aliento hepático, mezclado con un suave olorcillo a after-shave. “¿Y éste se parecía tanto a Robert Taylor?…y el chándal es de Carrefour, de los de llévese 3 y pague 2” - pensaba yo sin quitarle el ojo. Era de esos tipos que al sonreír se les arruga un poco la nariz. Y he aquí lo que me dijo:

  

- ¡Qué tiempos aquellos, amigo mío! La juventud no debiera terminarse nunca… la vida no ha sido conmigo generosa… no debió haber una buena conjunción de los planetas en mi carta astral, me acuerdo de aquella pandilla de juventud, tal vez porque fue la época más feliz de mi vida. Todavía vivían mis padres. Yo tenía las ilusiones intactas. No hay nada que duela tanto como la felicidad que no ha de recuperarse… los días de “esplendor en la yerba”. Argimiro miraba al frente como meditando cada una de sus frases y hablaba despacio y con evidente tristeza dijo:

  

- Yo, como quizás sepas, me separé de mi mujer, de Feli, no fue un matrimonio afortunado el nuestro. Mi hijo vive en EEUU, mentiría si dijera que no siento su ingratitud y su olvido, los hijos cuando vuelan de tu lado, se olvidan de uno. Yo vivo solo y la soledad a veces pesa, sobre todo a nuestra edad…

   

       En este punto Argimiro pareció rebelarse contra su desdicha y dijo con fingida alegría,  para no despertar mi compasión:

    

- ¡Aunque vivo muy bien…! ¿sabes? Ahora llego a casa me ducho, me hago un hervidito, y luego me pongo Los Simpson, oye ¡divinamente…¡ -Argimiro era un pobre hombre, viejo, débil, solo y triste. Le comprendí enseguida y mi odio se diluyó en la comprensión como un azucarillo en un vaso de agua. Hablamos toda la mañana y al despedirse todavía me dijo, el muy cabroncete: “…Y recuerdos a Menchu”.

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