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ARQUETIPO DEL JUBILADO
(por Vicente Ramos)

Vicente Ramos


     Aunque los términos “jubilado”, “anciano” o “provecto” no son sinónimos, hay, no obstante, una relación de similitudes entre el tiempo que el hombre consagra a una labor diaria, fecunda y creadora y el otro tiempo, el de la “vejez laboriosa” que discurre, según Santiago Ramón y Cajal, entre los sesenta y cinco y los setenta y cinco años, si bien, contemplando su propio ejemplo, alcanza a los ochenta y cinco.

 

     De la Vejecia trató aquel ilustre científico, coronado por el Premio Nobel (1906) de Medicina, en artículos y opúsculos y, sobre todo, en su libro El mundo visto a los ochenta años, muchas de cuyas páginas escribió, honrando a todos los alicantinos, en una casa alquilada de nuestro Arrabal Roig (1933), precisamente la que poco antes había ocupado la familia de Indalecio Prieto.

 

     De este lugar, abierto a todos los horizontes, el gran histólogo, acabado su trabajo matutino, bajaba diariamente al Paseíto de Ramiro, donde se mantenía la memoria de Altamira entre los muros de un grupo escolar.

 

     La vinculación personal de Ramón y Cajal con Alicante data posiblemente de 1898, cuando José de Rojas Galiano, Marqués del Bosch, requirió la presencia del esclarecido catedrático a quien encargó un dictamen acerca del balneario que el prócer alicantino acababa de instalar en Aguas de Busot.

 

     Desde aquel momento, Cajal, cautivado por las bellezas y virtudes lucentinas, no dejó de visitar nuestra ciudad, acogido por alicantinos selectos que rivalizaban en ofrecerle lugares de descanso –ya en Vistahermosa, ya en la Playa de San Juan o en la misma capital-, y se honraban y enorgullecían haciendo tertulia con el sabio en el Ateneo, en un banco del Paseo de los Mártires o en los locales de la Asociación de la Prensa.

 

     Fue aquí donde Ramón y Cajal, respondiendo de inmediato a la pregunta de un periodista acerca del ambiente o condiciones climáticas de nuestra capital, escribió en el reverso de un sobre: “El clima de Alicante es verdaderamente ideal (...) Para los nerviosos, arterioscleróticos y agotados por el trabajo intelectual, constituye Alicante una estación de primer orden, extraordinariamente sedante, sin posible comparación con otras ciudades de la costa mediterránea.”

 

Santiago Ramón y Cajal     El citado libro es fuente inagotable no sólo de conocimientos científicos acerca de nuestra humana naturaleza, sino de consejos éticos y médicos tendentes a conseguir una vida más sana en todos los órdenes. Así, verbigracia, el sabio recomienda, en cuanto a lecturas, desechar aquellas que, “por encerrar los venenos de la desesperanza, pesimismo, emoción dolorosa, juzgo nocivas para el viejo, sobre todo, si cual ocurre a menudo, son leídas durante la velada o en el lecho en espera del reacio sueño reparador”.

 

     Su régimen dietético se basó en la ausencia de carnes, en el empleo de los huevos, “uno sólo por día”, “en el uso preferente de la leche” y “en la preponderancia de sopas, lacticinios, purés, legumbres y frutas”. No meriendo. Y la cena es tan sobria que se reduce a un parvo plato de sopa de ajos, un pequeño postre de leche y un plátano”.

 

     El 29 de julio de 1922, el Ayuntamiento presidido por Pedro Llorca Pérez cambió el nombre de Explanada de España por el de Avenida de Ramón y Cajal, es decir, desde el final del Paseo de los Mártires hasta el comienzo de la avenida de Loring.

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