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LA BUENA OPINIÓN
(por Gaspar Pérez Albert)

     En nuestra convivencia, como consecuencia de ella y dentro de nuestros libres pensamientos, todos tenemos formada una opinión de nuestros semejantes, así como de las circunstancias y hechos que nos rodean. Pero una cosa es la opinión y otra muy distinta la forma de expresarla y a esto me pienso referir en lo que escribiré a continuación.

Cualquier opinión entiendo que deberá expresarse desde la libertad y el derecho a emitirla o no, y de la misma manera deberá ser libre, como el pensamiento, y no estar sujeta a presiones, coacciones, influencias ni condicionamientos de ningún tipo. También deberá ser clara, diáfana y fácilmente entendible, sin planteamientos raros, oscuros o rebuscados que dificulten su compresión o se presten a una mayor o menor confusión.

     Con estas premisas no parece sencillo expresar nuestra opinión. Sin embargo tampoco resulta demasiado complicado si tenemos en cuenta y observamos otra condición: la opinión debe ser sincera, o sea, que debemos decir siempre lo que de verdad pensamos, sin reparos, tapujos ni planteamientos difusos, o lo que es lo mismo, debemos hablar desde el corazón. Está muy claro de que si no decimos lo que de verdad estamos pensando, estaremos mintiendo, con lo cual, lo que podamos expresar será una falsedad y no nuestra opinión verdadera.

     Quien se decida a dar a conocer lo que opina, considero que no deberá pensar en si lo hace correcta o incorrectamente, si resultará agradable o desagradable, acertado o desacertado, ofensivo o inofensivo, etc. Solamente, y es lógico, deberá hacerlo desde su responsabilidad y, sobre todo, repito, desde el corazón. Si lo hace así, logrará evitar el pequeño temor que pudieran producirle unas posibles, hipotéticas y, la mayoría de las veces, insignificantes o inexistentes consecuencias.

     Por todos estos requisitos y, tal vez, por miedo a comprometerse o, sobre todo, por comodidad, existen personas, entre las que a veces me cuento, aunque me duela reconocerlo, que nunca quieren mostrar su opinión y prefieren guardársela sin hacer ni el más mínimo comentario. Tal actitud, pienso yo, no puede ser considerada como dejadez, pereza ni mucho menos cobardía. Simplemente se acogen a su libertad o derecho de hacerlo o dejarlo de hacer, como antes he dicho.

     Personalmente, a pesar de que en ocasiones me inhibo de expresar mi opinión, considero que opinar es bueno  y  muy saludable,  porque  proporciona a nuestra mente un gran desahogo y una no menor satisfacción. Y es muy importante tener en cuenta  que si la opinión es después contrastada por los hechos y acontecimientos, se convierte en una referencia para nuestras vidas y hasta puede llegar, con el tiempo, a ser considerada como un dogma a seguir. Nada más y nada menos.

     Mas, en esta ocasión, no me importa dejar de lado mi costumbre de permanecer callado y quisiera atreverme a opinar sobre un hecho importante de mucha trascendencia e importancia para nosotros los asociados de Jubicam. Como ya es sabido, en estas fechas se cumple el vigésimo quinto aniversario de su fundación, es decir, se cumplen sus “bodas de plata”. Con tal motivo, y aunque yo -entonces todavía en tiempo laboral- no formaba parte de nuestra Asociación, quisiera expresar mi punto de vista sobre el hecho, considerando cuanto he podido ver y deducir en el tiempo desde que soy jubilado y, sobre todo, desde que me han permitido colaborar de alguna manera a través de mis escritos en este Boletín, que, dicho sea de paso, agradezco sinceramente. Y, la verdad, fácilmente se deduce que desde los fundadores hasta nuestros días, quienes han estado en la Junta Directiva y colaboradores han realizado un gran esfuerzo para conseguir que nuestra Asociación sea de las mejores de nuestro sector, según reconocimiento de todo el país e incluso de los organismos europeos, a los que pertenecemos. Y ello es así porque se advierte en todos un espíritu de trabajo, colaboración, empeño y fuerte ilusión para conseguir organizar multitud de actos, tales como viajes, excursiones, concursos, interesantísimos foros de debate, tertulias como las del “Senado” y muchísimos más, así como grandes logros para Jubicam y sus asociados. En definitiva, un sinfín de actividades que nos ayudan a superar el posible tedio o aburrimiento que produce nuestra inactividad y hacen que este nuestro tiempo de madurez sea mucho más llevadero. Por ello quisiera, antes de nada, expresar mi profunda gratitud y no me duelen prendas, a la vez que expreso mi opinión, para felicitar sinceramente a cuantos hayan pasado por las diversas Juntas Directivas y sus colaboradores, desde su fundación, presentes y ausentes, y dar a todos la más cordial y sentida enhorabuena por tan feliz y meritoria actuación. A mi entender, es de toda justicia hacerlo.

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