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LA MAR
(por Francisco L. Navarro Albert)
 


     Mientras la mar rompía sobre las rocas y se retiraba una y otra vez para envolverlas de nuevo con su manto de blanca espuma, yo miraba a lo lejos, sobre el horizonte, donde el reflejo del sol marcaba un sendero con sus rayos de oro sobre el azul profundo de las aguas. Unas tenues nubes tiznaban, apenas, un cielo limpio en el que las gaviotas planeaban como si quisieran escribir tu nombre; en lo alto un lucero se empeñaba en hacerme guiños como invitándome a despedir a la noche y yo no paraba de pensar en ti; pensaba también en nosotros. Toda una vida juntos, aferrados con ansia al amor como ese barco que resiste los embates de la tormenta soportando los vaivenes de las olas, subiéndose a sus crestas queriendo ver qué hay más allá, para sumergirse de nuevo en las profundidades. Y luego, cuando ya casi no se espera, llega la calma, surca de nuevo la mar tejiendo una estela de espuma.

     ¿Qué tiene la mar que me lleva a ti? ¿Será ese tesón con que envía sus olas una y otra vez sobre la playa, para recorrerla sin descanso? ¿Será, quizá, que su azul profundo me recuerda el trazo de la pluma recorriendo nuestras misivas de enamorados y sus olas los torcidos renglones en donde te decía tantas cosas que mis labios, tímidos como yo, no se atrevían a pronunciar? La mar tiene, como tú, momentos de calma y de tempestad; en la calma me gusta sentir tu suave roce, la caricia que me recorre como las olas que llegan a la playa una y otra vez, se retiran,  pero nunca la abandonan. En la tempestad puedo ser la roca contra la que se rompe tu dolor y tu tristeza, también tu enfado, esparciendo sus añicos en forma de fina lluvia que pronto se disipa mezclándose con la brisa y empapando mi cuerpo que cataliza esas sensaciones hasta aplacarlas y convertirlas en apenas un susurro, mientras te contengo en un abrazo profundo y cálido.

     Me gusta la mar porque, cuando estás conmigo, me trae también tu recuerdo y así te tengo dos veces; a mi lado y dentro de mí, formando parte de mi alma. Me gusta la mar cuando la fresca brisa acaricia mi rostro con sus leves gotas salobres y me unge con su aroma de sal y de algas. Me gusta la mar cuando, paseando por la playa, las olas al retirarse, arrastran suavemente los guijarros y su rumor parece que pronuncie tu nombre. Me gusta la mar porque está tan llena de vida como tú y yo lo estamos. Me gusta la mar porque no se cansa nunca de volver a la playa, sin importarle lo que va a encontrar cuando llegue…

     La mar estará allí siempre, aunque nos hayamos ido. Tal vez podamos soñarla cuando estemos en algún lugar al que sólo tienen acceso las almas y, libres de atadura corporal, recorramos con las manos juntas aquellas pisadas junto a la orilla, cuando brillaban las conchas y los pequeños guijarros, cuando nos sentíamos como aquellos niños que reían al encontrar los pequeños tesoros que quedan después de la tormenta, cuando nuestros labios se unieron  ignorando  todo  lo que había en derredor, porque -en aquél entonces- tan solo estábamos tú y yo.

     Quizá sea por todo eso que te cuento por lo que me atrae la mar.

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