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A corazon abierto
(por Demetrio Mallebrera Verdú) 

MONUMENTAL FAMILIA SACROSANTA


     Ruego al lector que disculpe los arrebatos de este modesto juglar a la hora de poner calificativos a instituciones y a obras que no sólo cree que se lo merecen, sino que se establecen en nuestro mundo con la finalidad de ser perdurables mientras tienen un cometido de reconocida altura y dignidad hasta el punto de sobrepasarnos a los individuos por muchos méritos que nos empeñemos en alcanzar. Como se habrá imaginado, el que esto escribe lo refiere a la basílica (después del 7 de noviembre, consagrada por Benedicto XVI) que lleva el nombre de Sagrada Familia, y que hasta entonces era un templo expiatorio (mantenido por sus fieles), y antes una cripta donde yacen los restos del artista y arquitecto Antonio Gaudí, su diseñador y director de obras hasta su muerte, siendo a la vez uno de los iconos de la ciudad Condal que los barceloneses veían crecer aunque despacio, y los turistas reclamaban visitar para reconocer la disciplina y el genio allí empleados por el escultor que les iba apareciendo por muchos otros lugares de Barcelona y de España. Por sus dimensiones y grandiosidad en sus símbolos, por su gran valor artístico e histórico y por su excelencia no nos sale mejor palabra que monumentalidad; por su finalidad, dedicación y sustrato (carácter, veneración y virtuosidad), también queda comprendido lo sugerido como sacro y santo, que nos hablan de elevación y ejemplaridad.

     La otra palabra, más humana y sobre todo más cercana, la familia, es la que nos ha traído a presentar estas reflexiones en diciembre, porque todo gira en torno a esta institución, verdadero cogollo del sentido de la vida, especialmente cuando se nace, se crece y se aprende lo esencial en su seno. ¿Quién se ha olvidado de la bondad de su padre y de la dulzura de su madre, salvo excepciones, espero que contadas por escasos dedos? ¿Quién se ha olvidado de detalles, muebles, adornos, sillones, olores, sabores, incluso sonidos, que se contenían en la casa familiar? ¿Quién no guardará como un secreto valiosísimo en un arcón de su casa actual o en el arca dorada de su corazón un documento, una foto, un gesto filial o fraternal, un detalle bueno o malo (pero hoy perdonado)? ¿Quién, con sus recursos y sus medios, no tuvo regalos, sencillos o suntuosos (hoy eso ya no tiene remedio, que lo olvide quien presumiera de opulento) en Navidad y Reyes, porque eran las fechas del año que pasábamos todos juntos como una realidad que parecía necesaria se mimetizaba casa por casa, que palpábamos en el ambiente, porque vivíamos sintiendo que aquello era una auténtica institución? ¿Quién no se hacía el menesteroso –como los personajes de los cuentos navideños- para pedir los aguinaldos a los abuelos, o buscaba un árbol para ponerle luces, bolas y paquetes, o estiraba el papel de plata de las chocolatinas para que hiciera de río que cruza un puente y rescataba del viejo baúl las figuras del belén formando en el centro el establo, el buey, la mula, san José, la Virgen y el Niño?

     Esa es la Sagrada Familia primigenia, que creyentes y no creyentes, por su propia fe, o siguiendo la tradición, celebran con gozo, porque, con todo el derecho del mundo a no entenderlo ni aceptarlo, ése fue el hecho que se conmemora: que el mismo Dios entrara en la historia a formar parte de la humanidad. Ese bebé envuelto en pañales, que estos días es adorado, ha llegado a la tierra metafóricamente por una de las bellísimas torres que dan luz precisamente a las naves del templo barcelonés, y por el mismo camino -de elevación espiritual para todos- regresará a los cielos. Es, pues, un espacio del espíritu para que cada uno medite y viva el sentido de trascendencia -encontrándose consigo mismo-, y de hermandad, que es lo que más se palpa en familia, y que Gaudí concibió dándole tanta verticalidad, tanta sustancia y tanto sentido de contemplación.

     Dios entra desde los mismos nervios de la bóveda como algo verdaderamente novedoso en el arte sacro; y el visitante se recrea en naturaleza, catequesis y liturgia, grabados en piedra, con éxtasis y con admiración.

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