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PEDRO MORENO. EL TÍO CAMARADA
(por Miguel Gallego Zapata)

(Cronista Oficial de la Villa de San Javier)


     Lo conocí cuando vino de la mano de don Antonio Sanz a su finca en Pozo Aledo, me parece que procedía de Cabezo de Torres; los domingos enganchaba el carruaje, se ponía los majos y traía a las hermanas de don Antonio, unas distinguidas señoritas, a misa; en tanto ellas estaban en la Iglesia y después visitaban a sus amistades, él custodiaba el carruaje y hacía amigos, en lo que era un gran experto.

     Anteriormente venía un matrimonio mayor, no sé si eran los antiguos propietarios, a los que les llamaban los Reyes Católicos.

     Más tarde se vino a vivir al barrio de La Paz y con Antonio el de la Casa Grande, Barrancos, Manolo el del estanco, Pedro Morales y Guillermo el Agujo, entre otros, eran capaces de hacer las mayores diabluras para el regocijo de todos, especialmente en las fiestas, era gente de muy buen humor y lo sacaban a relucir a la menor ocasión.

     Creó una familia que era su orgullo, todos ellos gente respetable y hacendosa donde las hubiere.

     Cenábamos en Andorra, yo siempre procuraba situarme en su entorno pues allí había alegría y de la buena y cuando el camarero nos oyó hablar nos dijo que él también era de Murcia, en la broma, pues con el Tío Pedro siempre había buen humor; le dije al camarero si conocía el vino del Tío de la Bota y, al contestarme afirmativamente, señalando al Tío Pedro le dije pues aquí está el Tío de la Bota, me siguió la broma hasta el punto que vinieron varios camareros y camareras a verle, incluso también alguno de la cocina.

     Coincidimos en un bazar y me pedía asesoramiento pues quería comprarles relojes a sus hijos y a sus nietos. Yo sabía de relojes menos que él.

     Pero la anécdota más graciosa y objeto de esta crónica dedicada a quien fue mi gran amigo, es que en ocasión de asistir a los Cursillos de Cristiandad, cuando daba una charla don Juan Manuel Echevarría, Abogado del Estado, que hablaba de maravilla, nosotros lo trajimos a San Javier para un ciclo sobre la Familia, levantó la mano. El orador dijo a sus oyentes, por favor que parece ser que el Tío Pedro quiere decir algo, se hizo llamar así y todos lo conocían cariñosamente como tal. El Tío Pedro se puso en pie y hecho el silencio, dijo: “Usted perdone pero es que cuando lo oía hablar he pensado a este caballero se le puede dejar ir solo a Barcelona.” Para qué decir lo que allí se armó, hasta el punto que el orador se levantó y agradecido por tan singular lisonja fue a darle un abrazo al lugar donde se encontraba, una de las últimas filas. Me lo contaba después lleno de regocijo, así como otras muchas anécdotas, pues en su aparente rudeza era de una simpatía arrolladora.

     Recuerdo sus reyertas con Conchita Ballester, cuando ponía su moto en la puerta para ir al Bar Moderno y ella creía que lo hacía para molestarla. Le increpaba y él siempre reaccionaba con su fina ironía, pero sin perderle el respeto, era todo un caballero.

     Cuando han pasado los años, su hijo Juan Moreno González, mecenas de tantas cosas, principalmente del ciclismo, la obsesión de toda la familia, ahora mi vecino, ¡buen vecino!, por cierto ha plantado un olivo en la terraza de su casa en el edificio Maestre que cuando lo enciende es la delicia de cuantos tenemos la suerte de contemplarlo, con Antonio, que estuvo muchos años en el extranjero, he jugado mucho al billar y su hija, una dama encantadora está casada con un pariente mío, gente de bien y de buena crianza, quiero ofrecerle este homenaje pues Pedro Moreno no fue de los que pasan por la vida como una maleta y merece el cariñoso recuerdo de San Javier y de este modesto cronista que, entre otras muchas cosas, para eso está.

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