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A corazon abierto
(por Demetrio Mallebrera Verdú) 

¿FELICIDAD ES NO ACOSTUMBRARSE A LO BUENO?


     Sobre la felicidad ya hicimos referencia en una colaboración anterior, si bien nos centrábamos en un destino turístico, y manifestábamos, con todo respeto y admiración a Jigme Thinley, primer ministro de Bután, por tener las ideas tan claras y sentirse feliz él mismo, lo que ya era empezar un camino. Es que es necesario estar convencido, o de otro modo, es imposible echar a andar, pues a las primeras de cambio, te vas a parar, incluso te vas a volver, y habrás perdido el tiempo, las energías y las primeras ilusiones. Por supuesto que para llegar a la felicidad hay que iniciar una ruta, hacerse unos propósitos, dirigirse a alguna parte en un sentido real o metafórico, y para eso hay que, por lo menos, vislumbrar un destino, o varios, pues de lo poco que podamos saber sobre ese estado sublime, no tenemos la certeza de si es una cosa o son varias. En aquella ocasión, el ministro plenipotenciario mezclaba varias cosas: Desechar el consumo porque se vincula a tener más, tener un crecimiento sostenible basado en las vertientes espirituales y afectivas y fomentar la relación entre personas, como si dijéramos “de buena voluntad”. Pero esos son deseos que todo el mundo, o casi, tenemos, y de algún modo lo relacionamos con la buena convivencia, con la paz, con el respeto. Pero, ¿es eso la felicidad? A mí no me gustaría desprenderla de todo su halo, su potencia, su relevancia.

     No me gustaría irme por las ramas utilizando palabras rimbombantes que no vengan a significar lo ideal, y aún más: lo trascendente. Tendremos que conformarnos con el lenguaje coloquial para saber qué terreno pisamos, en qué época estamos y qué desea con todas sus fuerzas la gente que nos rodea. Lo que más me llamó la atención de lo que promete Bután es que previamente se había hecho una encuesta entre la población, y salieron dos palabras que, aquí y ahora, a mí me parecen claves: confianza y futuro. De las muchas que se hacen por estos lares que van modificando lugares y puntuaciones, lo único que se atreven a preguntar es qué es lo que nos preocupa hoy y ahora para compararlo con lo que dijimos ayer o el mes pasado, y lo que siempre sale está en función de la actualidad de nuestro país, de las medidas que se toman, de lo mal que anda todo, del aumento de los precios, de la intención de voto de cara a hipotéticas elecciones, etcétera. Con tanto marear la perdiz con la diversidad de asuntos a cuestionarle a la gente y tanto cambiar de preocupaciones: hoy, terrorismo; mañana, trabajo; pasado, corrupción. Todo es justo lo contrario de confianza y futuro, cosas que, de ser verdad de la buena, convierten a estos habitantes en seres risueños (¿felices, pues?) que habitan en un paraíso.

     Sonja Lyubomirsky, profesora de psicología y autora de un libro de autoayuda titulado nada menos que “La ciencia de la felicidad”, quien participó en el congreso mundial del Instituto Coca Cola de la Felicidad, es entrevistada por un semanal, y empieza por decir que para alcanzar la felicidad hay cientos de estrategias que ella reúne en doce que son las que se centran en un trabajo científico: agradecer lo que tienes, hacer ejercicio, ser optimista sobre el futuro, meditar, perdonar a los demás, vivir el presente… Excepto las espirituales, las demás dependen demasiado del entorno, ¿no le parece? Ella dice que todo lo que es pasajero (ganar un partido o una partida –entiéndase-) y a lo que llegas a acostumbrarte (amor, creencia, buen trabajo, salud…, subida de sueldo) satisface al principio, pero luego se produce una adaptación. Yo diría que si esto pasa es que el camino se ha parado; pero ¿se para el camino o es uno el que se detiene porque se conforma o se cansa? Cuidado, afirma que se supera la media entre el número de personas felices, que influyen factores genéticos y que esto es una exigencia, o sea que hay que ejercitarse y evaluarse, si bien hay demasiada gente que cree que ser feliz y tener razón es lo mismo. Ya tenemos la burra en la era. ¿Demasiada gente, dice? ¡Qué generosa!

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