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¡ARROZ PARA TODOS!
(por José M. Quiles Guijarro)

José Miguel Quiles


     No todos los días ocurre algo tan gratificante como el hecho de reunirse a comer con unos compañeros de trabajo de hace 45-50 años. Ese placer hecho de sentimentalismo,  de curiosidad y de una buena voluntad,  es un privilegio que corresponde únicamente a los mayores, a las personas  con cierta historia.

     “¿No ha venido López?”  “¡Ostias, qué gordo está García!”  “Yo estoy muy bien, hago mucho ejercicio…”  “Yo tengo la tensión baja, no como grasas…”  “¿Yo? ¡No fumo! un purito de cuando en cuando…desde que me dio el infarto…”

     El tiempo nos ha tratado a todos más o menos igual, nos ha desfigurado un poco la cara y somos  más chaparros y más anchos.  (Científicamente, según tengo entendido, los cartílagos pierden consistencia y el esqueleto “va sentando” con los años). En cuanto a las relaciones interpersonales, generalmente no se modifican con el tiempo; de inmediato se establece entre todos, más o menos, el mismo grado de empatía que había antes.

     Arroz para todos. Los momentos previos al principio de una comida entre amigos, constituyen esos estados ideales del alma en el que nos gustaría quedarnos para siempre. Se nos dibuja una sonrisa un poco tonta y tenemos una total predisposición para decir trivialidades, como si se tratara de frases geniales. Y con el dedo índice en alto le decimos al camarero, como un asunto de gran trascendencia: “Yo, primero una cervecita…” “Yo un vinito rosado, si puede ser…” Y le explicamos al compañero: “A mí es que me gusta el vino rosadito sabes…”

     Y de inmediato surge un animado diálogo con  el compañero de al lado, del pasado se habla de un modo únicamente anecdótico, sin añoranza, ni rencor, conscientes de que el pasado no tiene libro de reclamaciones y está en el justo lugar que le corresponde en el viaje de nuestra vida.

     “¿Y no te acuerdas de Méndez… un chaval que pidió la excedencia y se fue a Barcelona?”  y las imágenes, muy tenues,  regresan a la mente como los restos de un naufragio se devuelven a la playa… “¿Méndez, era un chaval moreno con los dientes hacia fuera… ¡Sí hombre, Méndez! ¿Qué será del chaval aquél?” Resulta que Méndez será hoy, si vive, un señor de 67 años pero para nosotros es un “chaval” moreno con los dientes hacia fuera y se hubiera hundido en el mar del olvido de no habérnoslo recordando el compañero. Siempre hay vivencias que uno retiene y el otro olvida.

     Tal día como hoy hace muchos años íbamos a misa a primera hora y después, a eso de media mañana, nos daban una paga, en un sobrecito amarillo.

     Y así traguito va y traguito viene, entre confidencias y ocurrencias, llega el final de la comida: “¡Aquí hay que hacerse una foto!”  Las fotografías en grupo, tienen su lado negativo, con el tiempo se convierten en testimonios importantes y en documentos  traicioneros, uno pasa la yema del dedo por encima y dice: “Este chico de la esquina…”  Y peor todavía… no poder pasarla.

     Me comentaba un compañero: “Oye ¿tú te acuerdas de Silvana Mangano, cuando bailaba aquello del “Negro”? – “¡Ahí viene el negro Zumbón…bailando alegre el Bayón…!” “¡Lo buena que estaba!”

     Y es que, sensiblerías aparte, aquellos años tuvieron un colorido especial: Castro se hizo con el poder en Cuba, vinieron los Beatles a España, los hippies tocaban la flauta en la playa y la gente en inverno tenía sabañones.

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