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EL BOTONES-RECADERO
(por José M. Quiles Guijarro)

José Miguel Quiles


     En cuestiones laborales la sociedad suele ser recelosa con los jóvenes que empiezan. Me contaba un amigo mío carpintero, que siendo aprendiz,  su jefe cuando se ausentaba del taller guardaba las herramientas para que no practicase.

     Muchos de nosotros también fuimos aprendices, éramos “botones-recaderos”. En los años sesenta los recursos humanos de una oficina o de un departamento administrativo no se concebían sin un “botones-recadero”. Por regla general el oficial administrativo en el trabajo no levantaba el culo del asiento, todo lo que requería un ejercicio físico lo hacía el botones: “Lleva esta libreta a ventanilla; Sube esto a contabilidad; Saca la ficha de esta cuenta; Cambia el rollo de papel de la máquina; Llena el botijo de agua; Cómprame un paquete de tabaco…”, en la oficina ante todo se establecía una relación de jerarquía, como la base fundamental de la productividad.

     Nosotros estábamos a media distancia entre el botones de hotel de gorrita y propina y el becario de nuestros días. Éramos botones con “peritaje mercantil”. Nuestro uniforme estaba diseñado con muy buen gusto. Era un traje gris, con corbata negra y motivos suavemente plateados que resultaba elegante sin dejar de ser discreto, al margen de las “hechuras” propias de cada uno.

     Los días que más lucíamos era cuando se celebraba la sesión del Consejo de Administración de la entidad. Aquello era todo un acontecimiento entre nosotros. La tarde de antes el oficial encargado nos decía con la seriedad que requería el asunto:

     - Mañana hay Consejo, así que os ponéis los guantes blancos.

     Una reminiscencia del siglo XIX, (“ponte la cofia que vienen a cenar los Martínez…”) Los guantes blancos daban un primer golpe de excesiva etiqueta pero imprimían protocolo y circunstancia a la “cosa”. Así que debidamente uniformados y en nuestro puesto veíamos entrar a los miembros del Consejo; señores de buena vitola, con su barriguilla, con la barbilla alta y bien planchados. “Estos deben ser concejales, empresarios, falangistas y todo eso…”  pensábamos nosotros con la mentalidad de la época.

     Cierta tarde el Director con amables pero autoritarias palabras nos pidió a un compañero y a mí que trajéramos unos “cafetitos”.

     Aquello fue un cuadro. Los dos recién salidos del pan y chocolate, nos veíamos manejando bandejas, tazas, vasos, jarras y cucharas, con aquellos guantes tan “mayordómicos” que  nos dio por reír. La risa como la gaseosa cuando más la quieres comprimir más energía toma.

     - Pasa tú primero…

     - No, pasa tú...

     - Y no me mires que me río y esto se me cae…

     - El que no me tienes que mirar eres tú… a ver si la cagamos. Lo ponemos en la mesita de al lado y que lo cojan ellos…

     - No señor, tenemos que ponérselo delante a cada uno… Yo con los guantes no puedo…

     Al final todo salió bien. Y para  mí quedó como uno de esos amables recuerdos que se conservan en alcanfor.

     Como dije al principio las nuevas generaciones siempre nos merecen recelo, tal vez por la poca seguridad que nos merecemos nosotros mismos o tal vez porque en ellos se refleja nuestra propia obsolescencia.

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