Índice de Documentos > Boletines > Boletín Septiembre 2011
 

LO POLÍTICAMENTE CORRECTO
PODER Y DISCURSO
(por José Antonio Marín Caselles)


 Políticamente correcto” podemos convenir que es todo aquello que se dice, se hace o se piensa, que tiene relación o se enmarca dentro de un discurso oficial predominante, ampliamente compartido, acrítico con él, alineado a él y legitimado por él. Todas las sociedades tienen un discurso oficial, su propio régimen de verdad, sobre temas diversos, creado, avalado y alentado desde las distintas estructuras de Poder a través de los medios de comunicación afines, que no son más que instrumentos de dominación y manipulación que el Poder utiliza y que le permiten apropiarse y monopolizar el sentido de “lo ético” en el discurso social. Por tanto, hablar de lo políticamente correcto nos lleva a hablar de un discurso oficial legitimador y hablar del discurso oficial nos lleva a hablar del Poder y de todas sus manifestaciones o, en palabras de Gledhill, de todos “los disfraces del poder”, que son a la postre mecanismos de implantación de ese discurso.

  

Cuando hablamos de Poder no nos referimos solo al Poder coercitivo[1], represivo,  sino a la capacidad de influir en los demás desde el Poder. En este sentido, podemos afirmar, con Foucault, que “el poder impregna las relaciones de la sociedad entera”. También Àbeles coincide en que “el poder descansa en todas las prácticas cotidianas locales”. Tienen poder de influencia los padres sobre los hijos, el maestro sobre sus alumnos, los empresarios sobre sus empleados, el párroco sobre sus feligreses, los medios de comunicación sobre sus seguidores, las cabeceras editoriales sobre sus periodistas, los partidos políticos sobre sus afiliados o los gobiernos, en fin, sobre la sociedad entera, etc. En cada una de estas instancias se influye sobre los otros a través de un lenguaje ideologizado, por creencias o intereses subjetivos que, a su vez, se ajusta a un discurso oficial más global y legitimador que, alentado desde el Poder, posee mecanismos con capacidad de producción de verdad.

 

La información, el conocimiento, genera poder, escuchamos con frecuencia. Sin embargo, y a los efectos de esta reflexión, nos interesa partir de otra hipótesis distinta: “El poder genera conocimiento” (M. Foucault) ¿Cómo? Desde El Poder se pretende cambiar la realidad con el apoyo teórico doctrinal de un discurso oficial que monopoliza la legitimación ética, moral y el mismo concepto de progreso, con la ayuda de los distintos mecanismos de producción de verdad que el Poder posee, (medios de comunicación, colectivos sociales afines, sistema educativo, redes clientelares, propaganda, movilizaciones…) y que, repetido muchas veces y desde distintas instancias a la vez, acaba permeando, calando en la sociedad. “La opinión pública no es hoy la opinión de la gente, fruto de un análisis personal y reflexivo sino la opinión publicada por los medios, que dicen lo que dicen sus Jefes (el Poder, el mercado…), a los que el público se adhiere de forma visceral, sin una toma de conciencia personal y serena[2].

  

Estos discursos oficiales no describen la realidad como es sino que la crean, a través de un doble lenguaje, inventado y reiterado. Algunos ejemplos: El discurso oficial del nacionalismo le presenta comprometido con la gobernabilidad del país, pero mercantiliza sus votos a cambio de “vaciar” de competencias o patrimonio al Estado, empobreciéndolo. O se califican como “Proceso de Paz” actuaciones que los jueces tipifican como “delitos de colaboración con banda armada”. El discurso oficial del feminismo, proclama la igualdad de géneros. Sin embargo, para idénticos casos delictivos, defiende un castigo penal desigual, muy superior para los hombres que para las mujeres que, aunque menos numerosos, también existen; o pide, con razón, valor a la mujer para denunciar los malos tratos, pero silencia o niega numerosas denuncias falsas de mujeres contra hombres, presentadas, por su presunción social de certeza, para obtener ventajas económicas o con los hijos en procesos de separación; o frena la ley valenciana sobre “custodia compartida”, recurriéndola al Constitucional, reivindicando que los hijos han de estar con la madre. El discurso progresista reclama “dignidad y memoria histórica” pero solo demuestra interés en procesar a responsables de crímenes cometidos solo por uno de los bandos de la contienda civil española; o se hacen panegíricos sobre los derechos “sociales” y económicos conquistados, omitiendo que algunos se implantan contra una gran contestación social[3] y otros se financian con déficit, comprometiendo el futuro y la viabilidad del Estado, como hoy comprobamos. El liberalismo se reivindica como el sistema idóneo para la creación de riqueza, con libertad de mercado y asignación óptima de recursos, pero no ha existido nadie hasta el momento capaz de embridar “la mano invisible” y providencial de Adam Smith, origen de desequilibrios y brechas de desigualdad cada vez más insalvables entre pueblos y entre clases sociales.

  

No existe, como puede verse, una correspondencia lenguaje-realidad-verdad sino un interés por acomodar el lenguaje al discurso oficial de una realidad sesgada, inventada[4]. El Poder propone discursos como verdaderos, adjetivados con frecuencia de científicos porque, insistimos de nuevo, posee instrumentos de producción de verdad. Sus efectos (del Poder) no solo alcanzan a los discursos sino a la ciencia, al conocimiento, ¿qué es un sistema educativo, vasco, catalán u otro, sino el reflejo del cuerpo doctrinal-ideológico del Poder instalado? Ambos, conocimiento y discurso, resultan así instrumentos de dominación que invaden toda la sociedad, legitimando o descalificando manifestaciones y actuaciones de su mundo.

  

Los críticos, transgresores de los “catecismos” de la tribu dominante, agresiva y amante de lo políticamente correcto, que dicen sin hipocresía lo que piensan aunque no convenga o moleste, merecerán el rechazo y la estigmatización del Grupo, de esa sociedad obediente y sometida al discurso aceptado como dogma. Se asumen los valores predicados desde el Poder, como en la Edad Media desde los púlpitos. Estos discursos oficiales actúan como estabilizadores del Poder, que los alienta, y contribuyen al mantenimiento del “Sistema” por él creado. Es decir, “el ejercicio del poder mismo es posible justamente por esta producción de discursos “verdaderos”, que comportan ellos mismos efectos específicos de detentación de poder” (Marta Bellocchio U.B.A., C.B.A.). Una especie de retroalimentación del poder.

   

Llegados a este punto es necesario proclamar ya la necesidad de independencia del discurso y su variabilidad. La verdad, lo que entendemos por “discursos verdaderos”, no son inmutables, nacen en un momento histórico concreto y son el producto de una sociedad determinada que cambia y los discursos con ella. Conviene, pues, de acuerdo con el criterio de Popper, “poner un límite a las pretensiones científicas de discursos que son simplemente ideológicos y separar la ciencia del discurso meramente político[5] . Los conceptos de verdad se forman a partir de las condiciones económicas, sociales y políticas de existencia, que cada individuo vive de forma distinta[6]. Por tanto, Los discursos deben ser producto solo de la propia voluntad de verdad, investigada, pensada. No tienen porqué estar legitimados en otros. La historia misma es un inmenso cementerio de verdades oficiales destronadas. Hay que acabar con la “dictadura de los significantes”[7], con la dictadura de lo políticamente correcto, una forma de hablar ritual, mil veces repetido, porque el discurso propio solo ha de tener sentido en sí mismo aunque no sea compartido, aunque sea transgresor. No necesita tomarlo prestado de otro, encontrar su legitimación en otro porque, si fuera así, nuestras vidas solo encontrarían sentido en las vidas de otros, viviendo las vidas de otros, reproduciendo las experiencias de otros. El discurso debe ser un acontecimiento en sí mismo. No puede ser subordinado, eco de otros, nacer ya alojado en otros discursos tenidos por evangelios éticos con vocación de convertirse en metáforas de verdad. Que sea políticamente correcto o incorrecto es mera contingencia.

 

Javier Redondo, profesor de ciencia política de la U. Carlos III lo resumía para intelectuales y comunicadores: “Hay que combatir la tiranía y la necedad de lo políticamente correcto. Hay que ser crítico y provocador, sin hacer de ello un fin en sí mismo. Algo irreverente para promover debates y agitar conciencias, sin alejarse de su responsabilidad social. Honestidad, ecuanimidad, desafío: Un canto a la libertad ligada a la responsabilidad”.



[1]El poder coercitivo es solo una forma de poder”, dice Max Weber. Para Gramsci, “comprender las relaciones de poder en la sociedad implica algo más que la comprensión de las instituciones del Estado”.

[2] Dr. D. José Luis Sanpedro, en conferencia de prensa, a propósito del Movimiento 15M.

[3] Ley del aborto, denominar matrimonio a las uniones de parejas del mismo sexo…

[4] “El lenguaje como creador de realidades” (S. Whorf)

[5] El problema de la verdad en Foucault y Rorty. (Marta Bellocchio y Pablo San Sebastián. UBA.

[6] Clara referencia al materialismo histórico.

[7] Foucault. “El orden del discurso”.

 

 

Volver