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PEPITA LA DE PAULINO, UNA GRAN DAMA
(por Miguel Gallego Zapata)

(Cronista Oficial de la Villa de San Javier)


Su nombre de pila es Josefa y sus apellidos Sáez García, pero todos la conocemos como Pepita la de Paulino.

  

Vivió en la calle de Miguel Zapata, fue vecina de mis tías “Las lobas” con las que siempre tuvo una entrañable amistad, mucho más allá de la simple vecindad.

 

Su padre, Antonio Sáez, era toda una institución; entendido agricultor, todos acudían a él para consultarle cualquier problema. Siempre abierto y generoso, perteneció a la Hermandad de Labradores y recuerdo que me votó cuando, muy joven, fui Concejal. Su hijo Paco, después, en Barcelona, fue el primer soldado voluntario a aviación; siempre fue mi amigo y nos saludábamos con agrado cuando venía de vacaciones.

 

Pepita se casó con Paulino Ros Peñalver, comerciante de tejidos más tarde en la Plaza de Maestre; aquella casa fue la de todos. Fueron famosas sus tertulias con el médico don José María Pardo, don Alfonso Soubrier y demás personajes de la época. En aquella casa se respiraba y se respira amor a San Javier. Gente de bien. Tuvieron seis hijos y no todo fueron alegrías. Sufrió cuando el novio de Encarnita falleció víctima de un desgraciado accidente cuando hacía el servicio militar y para qué decir cuando su hija Pepita quedaba viuda con muchos hijos, como consecuencia de un accidente de aviación que costó la vida al capitán Carricondo y a otros compañeros.

   

Paulino, muchos años delegado sindical, y yo, jefe del Sindicato de Actividades Diversas, nunca dejamos que nadie fuera a la Magistratura. Era un gran conciliador. Coincidí también con él en el Ayuntamiento, como con su hijo Luís, siendo yo Secretario Local del Movimiento y él el Alcalde más joven que ha tenido San Javier. Recuerdo cuando le entregó la vara de Alcalde al Rey y vino después a devolvérsela ¡grandes gestos que nunca se olvidan!

  

Paulino Ros Sáez, “el soltero de oro” como le decían, sigue con sus hermanas el negocio de sus padres, pero, a lo que vamos, Pepita es una gran señora cultivadora de la amistad, pero de esa amistad verdadera tan difícil de encontrar en estos tiempos; su profunda religiosidad le ayudó a encajar tantos golpes que en su prolongada vida sufrió sin perder nunca la compostura. Goza de los mayores afectos porque es una mujer ejemplar.

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