Índice de Documentos > Boletines > Boletín Septiembre 2011
 

PARA SIEMPRE 
(por Ana Burgui)


     Andrés, sentado en la sala de espera, tenía la vista fija en la puerta, hacía ya cinco horas que a María, su mujer, la habían bajado al paritorio, parecía que todo iba muy bien, -será muy rápido-, le habían dicho, y no sabía por qué estaban tardando tanto. Empezaba a preocuparse. Es cierto que podía pasar cualquier cosa, ahora le venían a la cabeza cientos de hechos ocurridos en un parto, sin embargo todo siempre sale bien, la mayoría de las veces, pero hay una pequeña minoría en que no.   

 

     ¿Sería ese su caso?

  

     Se abrió la puerta y entró una enfermera:

  

     -¿Andrés López?- preguntó.

  

     Él se levanto deprisa y avanzó hasta ella.

  

     -Es usted padre de un niño, está bien, ahora mismo los médicos están con la madre pero pronto podrá pasar a verlos a los dos. Le avisarán.

  

     Se marchó dejando a Andrés peor que antes, había visto la duda en sus ojos y su forma de hablar tan rápida y breve le había dejado confundido. Presentía que no era verdad lo que le había dicho. Se sentó pero a los pocos instantes se levantó de nuevo y se acercó hacia la ventana apoyando la cabeza en el cristal, los pensamientos variados acudían a su mente en tropel y ninguno era bueno. Con sus manos presionó sus sienes, como si quisiera apartar de su cabeza todo lo que estaba pensando en un instante; sentía miedo, incertidumbre y notaba cómo iba completándose la pregunta que había empezado a tomar forma desde el momento en que la enfermera le habló:  ¿Seré capaz de criarlo yo sólo?

   

     Ese era el punto al que había llegado y que estando agazapado entre su mente y su corazón había tomado forma, en él se resumían todos sus pensamientos. Implicaba perder a María, no sólo el amor que sentía por ella quedaría vacío sino también; la casa, la compra, la comida, la lavadora, el niño, el biberón, el baño, los pañales, los cumpleaños, el colegio y así su mente fue escalando, en un instante, los días y los tiempos para caer en el terrible desconsuelo de que ese niño crecería sin su madre. No podría verle gatear, empezar a andar o pedir el chupete. Se echó a llorar. Volvió a la ventana, se apoyó en el cristal y respirando agitadamente intentó calmarse, volvió a sentarse, en ese momento se abrió la puerta y entró otra enfermera.

  

     -¿El Sr. López?  Venga conmigo, han llevado al niño a la sala de observación, no le pasa nada, simplemente están esperando el resultado de unos análisis pero ya puede verlo.

  

     Cuando llegaron, ella le indicó la cuna en la que se encontraba su hijo y él se asomó al cristal, sin embargo otra enfermera que estaba dentro se volvió hacia él y le indicó con la mano que pasara. Se encontró junto a la cuna, ese era su hijo. Un ser pequeño, con el ceño fruncido y unos ojos grises que le miraban sin ver, moviendo los brazos maquinalmente, con fuerza como si quisiera golpear a alguien. Le acarició la cara y las manos y sintió cómo le agarraba los dedos y entonces supo que eso era para siempre en el tiempo.

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