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Manuel Gisbert Orozco

UN PARTO DE DIECISIETE AÑOS Y "ELS RATOTS"

(por Manuel Gisbert Orozco)


     Hace tiempo que ya no me cabrea nada. Últimamente ni siquiera que gane el Barça. Pero no puedo remediarlo, cada vez que paso por el Barranco de la Batalla me hierve la sangre. No suelo aparentarlo pero mi costilla después de 50 años juntos y que me conoce como si me hubiese parido se da cuenta enseguida.

  

     Antes no había otra alternativa y ni te dabas cuenta, pero ahora circular a 30 km por hora a la cola de una fila que encabeza un camión supercargado te toca los bemoles. Para colmo, la lentitud de la marcha te da tiempo para ver de reojo los puentes y túneles de una autovía ya terminada hace cuatro meses y que entonces ya no se inauguró porque salió a relucir la falta de unos pequeños detalles técnicos, que con voluntad política se hubiese solucionado en quince días y sin ella lo arreglarán cuando le de la gana.

   

     Tenemos suerte de que el próximo 20 de noviembre (fecha histórica para muchos por múltiples motivos) se celebran unas elecciones generales que les obliga a los políticos a inaugurar la obra por lo menos un mes antes, esté o no terminada. El día de Santa Teresa (15 de octubre) sería perfecto, porque algo debe ser de Alcoy cuando celebramos una feria en su honor, aunque parece que eso ya ha pasado a la historia y no le importa a nadie. Por desgracia cae sábado. No importa. Los políticos, sobre todo en vísperas de elecciones, están disponibles las 24 horas del día y el pueblo llano, entre parados, jubilados, curiosos, masocas y los que libren, acudirán en masa para vitorear o abuchear a los dignatarios que osen acercarse.

  

     Será el final de un largo periplo que comenzó hace muchos años, siglos diría yo, pues los primeros escarceos para sacar Alcoy del aislamiento en que vivía desde su fundación, ocurrida mucho antes de 1256 pese a quien le pese, comenzó ya en el siglo XX, concretamente en diciembre de 1993, en plena crisis del ladrillo como ahora. Los políticos trataban de fomentar el empleo, sin mucha prisa eso si, mientras los ecologistas alcoyanos (como ahora los de la Valleta con la autovía Muro-Villena) trataron de retrasar más que evitar, que al fin y al cabo es de lo que se trata, que se construyera, aún sabiendo que estos animales han vivido y vivirán en esa cueva, con o sin autovía. Posiblemente cuando se inaugure su único problema será el de la obesidad, pues van a ponerse las botas con la multitud de insectos de la contornada que, atraídos por las luces de los automóviles, acudirán en masa a la zona.

  

     Antes que yo supiera que el murciélago era un mamífero insectívoro del orden de los quirópteros, para mi era solo un pajarito, algo raro, pero pajarito al fin. Un día me llevaron, más que fui, con unos amigos algo mayores a la Cova Joliana para cazar ratots. Por entonces todavía los de “La carrasca” no clamaban al cielo cada vez que uno se acercaba a la cueva y además, en fiestas había visto cómo todo Alcoy aplaudía a rabiar el paso de un águila, capturada en el Barranc del Cint y que dos individuos portaban lo más extendida posible asiéndola del extremo de sus alas sin importarle el deterioro que éstas pudiesen sufrir. Por lo que se podía deducir con razón que cazar pajaritos no era pecado. Cogimos uno y, metido en una caja de zapatos, lo trajimos a Alcoy. Lógicamente ninguna madre quiso hacerse cargo del nuevo ser desvalido que queríamos endosarle y cuando entró la tarde nos encontramos en la tesitura de qué hacer con él. Ya que nuestra conciencia ecológica, aunque todavía escasa, no nos permitía abandonar a la criatura en medio de un tórrido Terrer.

    

     Mientras lo pensábamos decidimos ir con la caja bajo el brazo a ver la película que “echaban” ese día en el Teatro Circo. Se trataba de una de Abbot y Costello, sucedáneos del gordo y el flaco, aderezada con la presencia de un “Hombre lobo”, el bueno; un “Frankestein, el tonto y un Drácula, el malo. Cuando este último, después de una de sus fechorías extendía su capa y huía saltando por la ventana convirtiéndose en un murciélago, los gritos de terror resonaban en la sala. En un momento determinado, mientras el chico y la chica estaban besándose, alguien abrió la caja de zapatos y el “ratot” recobró su libertad. Su cuerpo atravesó el haz de luz del proyector y su sombra se reflejó en la pantalla. La desbandada fue general. Tal vez todavía alguien más lo recuerde.

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