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A corazon abierto
(por Demetrio Mallebrera Verdú)

PALABRAS QUE DICEN LO QUE NO SE VE


     En una anterior ocasión recogíamos en estos papeles volanderos de incierto destino la frase que, no por ser escuchadísima o leidísima, alguien puso a nuestro alcance y tanto nos hizo pensar: “Lo esencial es invisible a los ojos”,  que en su momento dijera el Principito, o mejor, su autor, Antonio de Saint-Exupéry. Que cada palo aguante su vela; o que se le atribuyan las ideas a quien de verdad las expuso, valiéndose de sí mismo o de un personaje que llevaba a los lectores embobados por esos globos de un mundo que a veces se deja ver y otras se esconde. Qué rico el lenguaje popular cuando aplica ese conocer o ignorar al hecho de estar o no estar, como ocurre con la inquieta luna, que hoy está aquí y mañana un poco más allá a la misma hora, y pasados unos días, aprovechando nuestro descuido, deja de estar, nos deja totalmente a oscuras, o apenas es un candilito que unas veces mira a oriente y otras a poniente. ¡Pues no ha corrido tinta (o labia) en los mentideros populares con estos trasiegos que se lleva la muy bruja –también llamada así, a qué engañarse– donde comentaban sus andanzas y ciertas desgracias que se le atribuían, porque no se entera de la mitad de las cosas al estar tan atareada consigo misma con esos flujos que le vienen de vez en cuando unos crecientes y otros menguantes y sus juegos al escondite: ahora me ves, ahora no me ves!

     Posteriormente, a la luna (diosa de la noche y en antiguas civilizaciones la causante de muchas desgracias y alucinaciones –de ahí la palabra– colectivas), contando con sus efectos entre luces y sombras, se le fueron añadiendo otras historias más complejas, con ocasión de dar rienda suelta a la imaginación (que es un pozo sin fondo), la popular y la de escritores, fabuladores, contadores de cuentos y otros extraños personajes encantados (por el efecto “encantamiento”, o semejante) de sacar las cosas de quicio, de inventar no lo que llamamos inventos de mucha utilidad que en nuestra historia han sido capaces de cambiar procesos de producción o algo mejor: que una onza de oro sea una extraña papeleta de colores raros que tiene valor de cambio con el que nos dan alimentos, mercancías y caprichos; sino los que hacen presente a la imaginación, le dan forma con un argumento forzado, incluso retorcido, enfureciendo a determinados animales sensibles a supuestos espíritus nocturnos y sus efectos, estirando colmillos, desfigurando rostros y expresiones, salpicando de sangre a borbotones; a veces llaman a los diablos que encuentran de paso y a los muertos que, adormilados e irresponsables, van asustando como espantapájaros a quienes se les interpongan…

     Ha sido larga esta introducción a fin de que se entienda (quien haya aguantado hasta aquí) que estamos rodeados de vida por todas partes y no necesariamente de palabras, pues precisamente hay muchas cosas (sensaciones, sentimientos, afectos, temores, angustias…) que no sabemos ni cómo expresarlas (y menos aún, pasando ciertos trances horrorosos). No, no estamos en un mundo enigmático ni esotérico, ni otro que algunos llaman “intermedio”, como el que nos ha aportado la matemática cuántica, o el de las enfermedades psiquiátricas misteriosas. Como decía cierto profesor, a veces entendemos mejor lo que es un aminoácido, un átomo o la prueba del nueve (todos ellos necesitados de explicación), incluso lo más vulgar, empezando por el dinero, el bien más deseado y visible de todos –como hemos dicho antes disimuladamente– en billete, moneda, a tocateja o en prenda, está más necesitado de argumentación. Es cierto que a veces nos pasamos de expresiones para hacernos entender, para ser más aparentes o para llenar de fulgores nuestras frases redichas y manidas. En cambio, como somos “bufones de nuestra cultura”, en el decir de un premio Nobel de Literatura, invitaríamos hoy a caer en la cuenta de la existencia de infinidad de palabras que sí que se usan, y están cargadas de significados deslumbrantes y portentosos, de esos que hasta dicen lo que ni siquiera se ve.

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