Índice de Documentos > Boletines > Boletín Agosto/Septiembre 2012
 
José Miguel Quiles
______________________________

La visita de Ernestina

José Miguel Quiles Guijarro ____________________

 

 

 

 

Ernestina es una amiga de Menchu, mi mujer. Una de esas amigas de las javerianas que se felicitan siempre por el cumple y se obsequian con un frasquito de colonia o una velita de olor. Ernestina a veces nos visita en casa, suele hacerlo ya caída la tarde, la conozco por el sonido del timbre, es un pitido tímido y prolongado: “¿Menchu?  Soy yo… “Ernes”.

     Ernestina es de estatura media, lleva una melenita color canela con su toque de peluquería, es delgada, de facciones sólidas, con los ojitos de color café, vivaces y tristes, si Ernestina fuese una pieza de bollería sería, sin duda, un rollito de anís. Cuando Ernestina ya en el salón se quita el abrigo exhala un olor suave que da ambiente a la conversación y crea una atmósfera grata. Se sienta siempre en el mismo sillón, saca el foulard del cuello y lo pliega sobre el brazo del sillón minuciosamente.

     Ernestina tiene el don de hacer agradable una charla sencilla e intrascendente; escucha, habla y después sonríe y es capaz de convertir un chisme de portería en una deliciosa confidencia personal. El otro día nos contaba:

     - He ido a hacerme las uñas al “Pla”… - y le mostraba sus manos, pequeñas, suaves y puntiagudas –…  es una chica de confianza que me trabaja a mí…

     Yo la escucho siempre entre complacido y admirado, pienso que una mujer de 73 años que es capaz de ir a una barriada fuera del casco urbano para que “una chica de confianza le haga las uñas”, es una mujer excepcional, capaz de saborear las pequeñas cosas de la vida. Ernestina habla de mil cosas amables y cercanas. Yo, a veces, respeto la antigua amistad que tiene con Menchu y desaparezco, me meto en el despacho y es entonces cuando tienen verdadero feeling las dos, cuando se abre la escotilla de la complicidad: “¡No me lo digas…!” “¡Huy no te puedes figurar…!”  y a veces se cogen las manos como si todavía fueran dos adolescentes.

     Y cuando Ernestina mira el reloj y va recogiendo lentamente su foulard del brazo del sillón, es el fin de la visita, que siempre nos parece corta. Es como cuando un juez  levanta la sesión. Se ajusta el pañuelo al cuello, despacio, con elegancia, se levanta, se mete los guantes con un aire señorial, casi británico, recoge el abrigo y lo revolotea como el torero que da una larga cambiada con el capote, de forma que viene a caer matemáticamente sobre sus hombros. “Cariño me voy dando un paseíto. Cuídate. A ti te veo muy joven y muy bien (eso me lo dice a mí). Dadles besos a vuestros hijos. Adiós, adiós.”

      Menchu en una ocasión me contó:

      - Ahí donde la ves tiene su tragedia personal…  se casó joven con un militar, americano, un hombre alto, un mocetón, fueron a vivir a EE.UU. Ella estaba muy ilusionada. Según se dijo él desapareció en la guerra, fue cuando todo aquello de Vietnam, un caso raro, ella estaba embarazada,  fue un poco misterioso y dramático, Ernes perdió el hijo que llevaba. Volvió a casa de sus padres, más sola y más chupada que un ciprés, la pobre. Sus comentarios sobre todo aquel asunto siempre fueron mínimos, a quien le preguntaba decía  “… ya veremos… de momento no se sabe nada…” nunca dijo más. Yo nunca le hablé de esto, tal vez por eso soy su mejor amiga. Lleva desde entonces una tristeza en los ojos, pero Ernestina jamás pierde la sonrisa, ni ha dejado de tener una mente sana y positiva.  Es admirable, yo la quiero mucho.

Volver