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José Miguel Quiles
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Los herederos de la casita

José Miguel Quiles Guijarro ____________________

 

 

 

 

Mariló estaba ilusionada con adquirir aquella plantita baja, romántica, que se vendía en el barrio de pescadores, cerca de la playa y muy bien de precio, sería una gran inversión, el depósito a plazo en el banco apenas rentaba el dos y medio por cien;   ya no pagarían el alquiler de un apartamento en verano, se llevaría el sofá de la habitación de su madre, la tele pequeña, la ropa de los armarios… Sergio, tenía una filosofía más oriental, no quería  negocios, en el mundo  estamos de paso, los ahorros en todo caso  debían  aplicarse a un goce inmediato: un coche, un viaje.

 

Cada noche debatían el asunto y al final Mariló se salió con la suya y se acordó la compra de la casita. Todo resuelto. Tal día y a tal hora,  en tal notaría. Y allá que fueron Sergio y Mariló con el dinero en unos sobrecitos (era la época de las pesetas). El oficial les hizo pasar a una salita antes de la firma: “Ahora vendrá el notario….” Eran 16 los herederos de la casita, hijos, nietos, nueras…toda la parentela se distribuyó en corro.  Un hombre moreno y fortachón, como portavoz de los vendedores le preguntó: “¿Le parece que vayamos contando el dinero…?”, “Naturalmente” – contestó Sergio.

 

Había un silencio tenso, una especie de amenaza flotando en el aire  y, la cosa estalló cuando, Mari, una mujer rolliza de piel blanca, dijo:

 

 - ¡Ay señor! ¡Cuántas veces me tenía dicho la abuela: “Mari cuando yo muera quisiera que esta casita fuera para ti”

 

Una mujer del corro de herederos, rubia y con melenita rizada, una tal Gertru, al oir aquello,  le contestó irritada:

 

  -¡Valor tendrías, valor tendrías de quedarte tú sola el dinero de la casita y dejar a tus sobrinos sin nada, serías capaz…!

 

La rolliza,  de piel blanca,  mirando a la familia,  razonó:

 

 -Yo fui la que le dijo a la abuela: “Mientras la Mari esté aquí,  a usted no le ha de faltar de “ná”! ...y hasta el último día, hasta el último día estuve allí con ella…

 

Y entonces con el temperamento de una cantante de copla española, Gertru, la rubia,  dio un paso adelante y explicó:

 

-Pero Mari bien que te apropiaste de la libreta de la Caja de Ahorros de la abuela…,  dile, dile a tus sobrinos lo que la abuela cobraba de pensión, que te la quedabas tú…

   

   -Bien sabe Dios que nunca he hecho yo nada por el interés… bien lo sabe Dios… -dijo la rolliza, la Mari. Y cada una de las contendientes tenía junto a sí un marido moderador que le decía:    “Gertru, cállate, ¿Te callas?” y a la otra:   Mari,  por favor, no es el momento…” Pero ambas mujeres presa del fuego de un viejo resentimiento familiar no podían retener su lengua, ni su veneno.  “¿Que tú me digas a mí…?” “¿Que yo tenga que oír de tu boca…?”   Cada una esgrimía la frase más precisa para el argumento más rotundo, llegando a veces al drama: “Puedo jurar ante lo más sagrao…”

 

Y a todo esto el moreno, fortachón, seguía incólume, impasible,  contando los billetes y metiéndolos en un bolsito de mano:  “Estos son de cinco mil ¿no? Vamos a ver…” A Sergio le brincaba el corazón en el pecho y era presa de los peores pensamientos: “Estos son “gent del pet y ronquit”, La rubia y la gorda van a terminar a la greña y no firman la escritura de venta,  el moreno se guarda el dinero en el bolsito ese que lleva… ya veremos como termina el negocio de la dichosa casita  me tenía que haber comprado un bemeuve, la culpa es de Mariló.” 

 

    En ese instante sonó el gozne de la puerta, era el notario, alto,   impecable en su terno gris, con esa continua apariencia que tienen los notarios de haber estrenado el traje. “Buenas tardeeees…” con el tonillo blando de un seminarista. Se hizo el silencio, reinó un agradable sosiego, nunca una presencia humana fue tan grata para Sergio, respiró hasta invadir el diafragma de aire y de paz. Y el notario leyó: “Los sres… son dueños según escritura de herencia de fecha…” Firmaron los 16 herederos.  Los negocios tienen siempre ese puntito amargo que los hacen más interesantes.

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