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La más bella catedral
A la emblemática, bellísima y sugerente Plaza de Gabril Miró (o de correos)

Gaspar Pérez Albert ____________________

 

 

 

 

Yo nunca he sido experto en arte. Sin embargo, cuando me encuentro ante un monumento o edificación de construcción artística, creo que mi alma y mi corazón saben apreciar el arte, dándoles los méritos que atesoran, nunca mejor dicho. Reconozco la gran imaginación y pericia de los artistas que los han hecho posibles. Y así, he podido contemplar con admiración varias catedrales de nuestro país y también algunas del extranjero, todas ellas obras maestras magníficas y admirables, sin duda.

  

     A los autores de tales preciosidades los admiro por su brillante labor de creación y capacidad para desarrollar y llevar a cabo sus proyectos, aunque sean personas anónimas y desconocidas en algunos casos. No obstante, existe un autor capaz de realizar las más grandes obras de arte y esta vez  muy conocido. Es la madre naturaleza que, entre otras grandes cosas, puede hacer crecer la flora y la fauna de nuestro planeta hasta dimensiones descomunales y darles formas de las más variadas y  caprichosas. Y todo lo que acabo de escribir viene a cuento de que un paseo habitual por la ciudad me ha llevado hasta una plaza muy bonita, donde crecen tres o cuatro monumentales árboles –creo que se llaman “ficus gigantes”- con un considerable tamaño –diría que colosal- y no menor altura con troncos inmensos multiformes, formados por una amalgama de sus propias raíces que empezando en sus propias ramas buscan y llegan hasta el suelo, aglutinándose todas ellas y formando un inusual tronco, enorme, capaz de mantener a tan inmensos ejemplares vegetales. Por otra parte sus hojas son bellas y grandes y forman como un tupido techo que proporciona una espesa sombra, aunque el sol, con su majestuosa fuerza, intenta colarse entre ellas, dando así una belleza de luz añadida al precioso “techo”, vegetal.

  

     Contemplando tan espléndido como infrecuente espectáculo, me he sentido fascinado y como transportado al interior de la más bella catedral que pudiera existir. Los diversos troncos-raíces entrelazados, me han parecido originales columnas que mantienen una enorme y hermosa cúpula dotada de varias cristaleras, como parecían formar sus bellas hojas, de intenso color verde en su anverso y rosado en su reverso, con el radiante sol intentando penetrar entre ellas. Con mi imaginación me quedé tan sorprendido que en mi alma sentí la solemnidad y recogimiento del interior de cualquier templo o catedral monumental de las muchas que existen. Y al bajar un poco la mirada observé que en la plaza había una bonita fuente con una escultura en su centro simulando una mujer que portaba bajo su brazo un cántaro, por cuya boca fluía el agua que caía en el pequeño estanque de la fuente. Al mirarla, llegué a pensar en una de las pequeñas fuentecillas situadas en el centro del patio, enclaustrado o no, que posen algunos templos.

  

     En conjunto, todo lo visto me ha parecido como la más monumental y artística catedral que jamás se haya podido contemplar. Y por encima de todo estaba el hermoso y luminoso azul de nuestro cielo, como cuidando y vigilando tan alucinante complejo artístico natural.

 

     Tras estas visiones tan agradables, he quedado absorto ante tanta belleza y pienso que aunque jamás haya estudiado historia del arte ni entender apenas el concepto de lo artístico, por lo menos ahora conozco al que es, sin duda, su más importante creador y conservador: “la madre naturaleza”.

  

     Solo me falta pedir a Dios que no permita jamás que la ambición y torpeza humanas lleguen a dañar tan magnífica obra natural y mucho menos a destruirla y, en cambio, nos haga capaces de proteger estos fantásticos árboles, sin duda centenarios, y su entorno, para el bien de la ciudad y de nuestras generaciones posteriores, por muchos siglos más.  

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