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EL SENTIDO COMÚN
 
Actuar con “sentido común”… esto es algo que hemos oído decir a nuestros mayores, desde siempre, como un consejo prudente y necesario para nuestra buena conducta. Actuar con sentido común es renunciar a la extravagancia y ser juicioso y sereno ante una situación.

Sin embargo es más que discutible que el consejo sea acertado y válido para todas las situaciones. Algunos axiomas también son víctimas del tiempo y de la inteligencia.
“Actúa con sentido común…” en cierto modo es como decirte: “Despréndete de tus iniciativas, de tus rebeldías, de tus ilusiones y haz lo que haría todo el mundo en tú caso”.
Es decir: deja de ser tú mismo y sigue la senda abierta por donde camina la gente de buena lógica.

Ser pobre, ser bueno y tener sentido común es algo vulgar a lo que estamos predestinados la inmensa mayoría de los mortales. Tener “sentido común” vale para cruzar la calle por un paso cebra, para conducir con el cinturón de seguridad o para una reunión de la comunidad de propietarios.
Se podría decir que es el hermano pobre del pensamiento. La sensatez es una barrera, que nos impide ver más allá de lo convencional.
Hay momentos decisivos en la vida en los que el troquel por el que están hechos los demás no se ajusta a nuestra medida y es necesario un gramo de desajuste, de salirse de lo común.
Decía Unamuno: “Hay gente tan llena de sentido común que no tiene el más pequeño rincón para el sentido propio”.

Mozart, Napoleón, Baudelaire, Gauguin, Fleming, Dalí y otros muchos no tuvieron ni pizca de “sentido común”. Unos verdaderos desastres. Los “relojes blandos” de Dalí, por ejemplo, son el colmo de la insensatez. En realidad todos aquellos que han contribuido en algo a variar el rumbo de la Historia se han salido de las normas prefijadas. Nadie sensato hubiera pensado que la tosferina se pudiera curar con una sustancia extraída de los hongos, Fleming lo pensó.

No quiere esto decir que todos seamos ni genios, ni desastres; pero un rebelde es alguien que dice “no” y es capaz de crear una realidad nueva y distinta. Todos tenemos rasgos singulares, que nos hacen distintos a los demás, se trata de potenciar esta singularidad. Tener ante la vida una actitud decidida y no ser espíritus débiles que, con el peso del “sentido común”, no afrontan el riesgo y por tanto no conocen nunca ni el placer de la victoria, ni la osadía de la derrota.

Una vez que hemos cruzado el umbral de la vejez, “el sentido común” se hace mucho más patente. Más bien por desconfianza de nuestras propias fuerzas, que porque le falte vigor a nuestro ánimo.

Seguro que al hacer balance de nuestra vida, de aquello de lo que nos sentimos más satisfechos es de lo que hicimos sin tener en cuenta los convencionalismos.

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